“….And to define America, her athletic democracy”. En recuerdo de Richard Rorty  

x  Jürgen Habermas  [1]  [2]

El motivo muy personal que hoy nos reúne me permitirá comenzar con un recuerdo privado.

            Coincidí con Richard Rorty por primera vez en 1974, en un congreso sobre Heidegger celebrado en San Diego. Primero se proyectó el vídeo de una entrevista con Herbert Marcuse (que no estaba presente) en la que éste caracteriza su relación con Heidegger en los primeros años treinta más suavemente de lo que permitiría esperar la dura correspondencia que ambos mantuvieron en la posguerra. Para irritación mía, esta entrevista marcó el tono de una veneración apolítica de Heidegger que dominó todo el congreso. Sólo Marjorie Green, que también había estudiado en Friburgo antes de 1933, hizo una observación malhumorada: en aquella época, sólo el círculo de discípulos más próximos a Heidegger, al que pertenecía también Marcuse, podía engañarse acerca de las deleznables convicciones políticas del maestro.

            En este ambiente escuché una provocadora comparación de un profesor de Princeton al que hasta entonces sólo conocía como editor de una célebre colección de textos sobre ellinguistic turn [3]. Este profesor intentaba armonizar las voces disonantes de tres solistas de renombre mundial. El demócrata radical Dewey, el más político entre los pensadores pragmatistas, aparecía en esta orquesta junto a Heidegger, que encarna ejemplarmente el carácter de los arrogantes mandarines alemanes. El tercer miembro de este heterogéneo grupo era Wittgenstein, de cuyas Investigaciones filosóficas había aprendido, sin duda, ideas muy estimulantes, pero que tampoco estaba enteramente libre del fetichismo del espíritu que forma parte de los prejuicios de la ideología alemana, de modo que hacía un efecto extraño como compañero de Dewey [4].

            Desde la perspectiva de Humboldt y la hermenéutica filosófica, la atención a la función de abrir mundo que tiene el lenguaje revela un parentesco original entre Heidegger y Wittgenstein. Y esta perspectiva debe haber fascinado a Rorty, después de que Thomas Kuhn le hubiera convencido de su lectura contextualista de la historia de la ciencia. Pero, ¿cómo encajaba en esta constelación Dewey, que encarna esa ala democrática radical de la izquierda hegeliana que tanta falta nos habría hecho en Europa? En sus hábitos intelectuales, precisamente esta figura contrastaba agudamente con las pretensiones germano-griegas de Heidegger, con el tono aristocrático y el gesto elitista de unos pocos que, frente a los muchos, reclaman un acceso privilegiado a la verdad.

            En esa época encontraba tan obscena esta combinación, que me exalté durante el debate que siguió a la conferencia de Rorty. Sin embargo, sorprendentemente el importante colega de Princeton no se irritó en absoluto por la enérgica protesta de la provincia alemana, sino que me invitó cordialmente a participar en su seminario. La visita a Princeton se convirtió para mí en el comienzo de una amistad tan gratificante como instructiva. Sobre la sólida base de nuestras convicciones políticas comunes podíamos sobrellevar con más distensión nuestras diferencias filosóficas. De este modo quedaba probado performativamente algo de ese “primado de la política sobre la filosofía” que Dick defendía explícitamente frente a mí. Por lo que respecta a Heidegger, lo cierto es que mi primera irritación era infundada. También Dick tenía más presente al Heidegger pragmatista de Ser y tiempo que al pensador esotérico que está a la escucha de la voz del ser [5].

            Después de nuestro primer encuentro me envió una separata de su artículo “The World Well Lost” [6]. La irónica alusión del título habría podido, ya entonces, hacerme reparar en el intelectual y escritor que había en el filósofo Richard Rorty. Pero leí el artículo, en el que Rorty argumentaba como un filósofo analítico, de la manera en que uno lee los artículos de laJournal of Philosophy. De hecho, se trataba de un trabajo preparatorio de esa extensa crítica al paradigma epistemológico moderno que se publicó pocos años después. Philosophy and the Mirror of Nature (1979) [7]   tuvo una repercusión inaudita. Esta investigación no es revolucionaria en primer término por su reconstrucción crítica del giro lingüístico que Heidegger y Wittgenstein llevaron a cabo, y que implica pasar de la filosofía de la conciencia a la filosofía del lenguaje. Es revolucionaria, más bien, por el modo en que subraya una única consecuencia de este giro. Rorty deconstruye paso a paso el modelo del pensamiento “representativo” o del pensamiento “que refleja hechos”, un modelo epistemológico centrado en un espectador. Sus críticas afectaban, pues, al corazón de una disciplina que, desde Russell y Carnap, se había esforzado por alcanzar la respetabilidad de una ciencia en el tratamiento lógico-semántico de las cuestiones fundamentales de la epistemología del siglo XVII.

            Permítanme recordar la idea central de esta obra. Si los hechos no pueden concebirse independientemente de la estructura proposicional de nuestro lenguaje, y las opiniones o los enunciados sólo pueden corregirse mediante otras opiniones o enunciados, induce a error la idea de una correspondencia de nuestros pensamientos con los hechos que están “fuera”, en “el mundo”. No podemos describir la naturaleza en un lenguaje del que podamos asumir que es el lenguaje de la propia naturaleza. Por eso en la concepción pragmatista la idea de resolución de problemas, de un “arreglárselas” con los desafíos de la realidad, sustituye a la idea de un “reflejo” de la realidad. Según esta concepción obtenemos nuestro saber acerca de los hechos al tratar constructivamente con un entorno sorprendente e hipercomplejo. La naturaleza sólo responde indirectamente, pues todas nuestras respuestas mantienen una referencia a la estructura de nuestras preguntas. Lo que llamamos “el mundo” no consiste en la totalidad de los hechos. Es más bien el conjunto de las restricciones congnitivamenterelevantes a las que están sujetos nuestros intentos de aprender de las reacciones sorprendentes de la naturaleza, y de hacer controlables mediante predicciones fiables los acontecimientos naturales contingentes.

            La cuidadosa crítica de Rorty a la supuesta función especular del espíritu cognoscente puede imponer respeto también a los colegas que no están dispuestos a seguir al autor en sus ambiciones más amplias. Estas ambiciones se revelaban ya en la ampliación del título del libro de Rorty en la traducción alemana. Philosophy and the Mirror of Nature se publicó en alemán con el siguiente título: El espejo de la naturaleza. Una crítica de la (¡!) filosofía. Pero por supuesto, yo mismo sólo comprendí el verdadero alcance del proyecto de Rorty (y junto con ello, el sentido de la constelación que forman Heidegger, Wittgenstein y Dewey) cuando leí la introducción a su colección de ensayos titulada Consequences of Pragmatism (1982) [8].

            Conociendo al autor, no era fácil aunar las extraordinarias pretensiones de este filósofo, escritor e intelectual político con la persona que llevaba el mismo nombre, una persona modesta, tímida y sensible en el trato, incluso delicada. Sus apariciones públicas se caracterizaban por la brillantez retórica y la pasión controlada, por el encanto de un espíritu juvenil, acerado en la polémica e incluso marcado por cierto pathos, pues la deflación de conceptos elevados y el understatement [atenuación] bien pueden tener su propio pathos. Pero tras el aura del impresionante orador y el apasionado profesor se ocultaba un carácter reservado y silencioso, noblemente retraído, un carácter íntegro y amable que nada odiaba tanto como la pretensión de profundidad. Por otra parte, toda nuestra veneración por la persona y el amigo no debe hacernos callar sobre las pretensiones de la causa  que él defendía con su filosofía.

            El proyecto de Richard Rorty consistía en nada menos que en fomentar una cultura que se liberase de las obsesiones conceptuales de la metafísica griega, y de un fetichismo de las ciencias brotado en los surcos de esa metafísica. Se comprende mejor lo que Rorty entiende por “metafísica”, y lo que critica de ella, si se aclara el impulso de que se nutre esta crítica: “Los filósofos comenzaron a preocuparse con imágenes del futuro sólo después que abandonaron la esperanza de lograr un conocimiento de lo eterno”[9]. El platonismo mantiene fija su mirada en las ideas inmutables de lo bueno y lo verdadero, y genera una red de distinciones categoriales en las que se petrifican las energías inventivas de una especie humana que se crea a sí misma. Por supuesto, Rorty no vio una cuestión puramente teórica en el primado conceptual de la esencia sobre el fenómeno, de lo universal sobre lo particular, de la necesidad sobre el azar y de la naturaleza sobre la historia. Por eso Rorty quería acostumbrar a sus contemporáneos a usar un vocabulario que articula otra perspectiva sobre el mundo y sobre nosotros mismos.

            Un segundo y más radical impulso de ilustración deber renovar los auténticos motivos de una modernidad que ha renegado de sí misma. Pues la modernidad debe extraer exclusivamente de sí misma todo lo normativo. No existe ya ninguna autoridad ni asidero más allá del inabarcable movimiento de aparición y desaparición de las contingencias.  Nadie puede salir de un contexto sin encontrarse de nuevo en otro contexto diferente. Al mismo tiempo, la human condition se distingue por el hecho de que el reconocimiento sin ilusiones de la finitud de la criatura humana, de su caída en la naturaleza (el reconocimiento, pues, de la falibilidad del espíritu, de la vulnerabilidad del cuerpo y de las amenazas que se ciernen sobre la frágil convivencia de los hombres) puede convertirse en un impulso para la creatividad de una incesante autotransformación de la sociedad y de la cultura. Bajo esta luz, debemos aprender a comprendernos como hijos e hijas de una modernidad consciente de sí misma, para que en nuestra sociedad mundial, desgarrada política, económica y socialmente, tenga aún una oportunidad la fe de Walt Whitman en un futuro mejor. No debe enmudecer la voz democrática de una esperanza social que viene de muy atrás y que apunta a una convivencia inclusiva, fraternal.

            Los emocionantes cantos del intelectual Richard Rorty (sus entrevistas y discursos, las doctrinas exotéricas de Contingencia, Ironía y Solidaridad [10], o de aquellos de sus ensayos que han tenido resonancia mundial) están henchidos de ese acorde peculiarmente romántico y muy personal compuesto de metafilosofía, patriotismo de izquierdas y una reanimación de pragmatismo con una intención crítica de la actualidad. Para esta vida y esta obra no imagino mejor epitafio que un pasaje de un poema de Walt Whitman del año 1871, titulado “To Foreign Lands” [A las naciones extranjeras]. Dick también podría haber dirigido estas palabras a sus amigos europeos:

 

            He sabido que habéis pedido algo que os pueda resolver este enigma del Nuevo
Mundo,

            Y definiros a América y su vigorosa democracia,

            Así pues, os envío mis poemas para que contempléis en ellos lo que buscáis.[11]

           


[1]  El texto es tomado de J. Habermas, ¡Ay, Europa!, Pequeños escritos políticos, traducción de José Luis López de Lizaga, Editorial Trotta, Madrid, 2009, Cap. 1, pp 13-17, con autorización de la Editorial.

Habermas homenajea a su colega y amigo Rorty, fallecido el 8 de junio de 2007 (Nota de Editor Librevista)

[2]  [“Y definiros a America y su vigorosa democracia”; véase infra la referencia a Walt Whitman. N.del E.] Discurso pronunciado el 2 de noviembre de 2007, en

un acto conmemorativo convocado por la Universidad de Stanford.

 

[3]  R. Rorty (ed.), The linguistic turn: Essays in Philosophical Method, University of

Chicago Press, Chicago, 1967 [hay trad. cast.: El giro lingüístico, Paidós,

Barcelona, 1990]

[4]   L. Wittgenstein, Vermischte Bemerkungen, Suhrkamp, Frankfurt a M., 1977

[5]  R. Rorty, Philosophy and Social Hope, Penguin, New York, 1999, pp 190 ss.

[6]  R. Rorty, “The World Well Lost”: The Journal of Philosophy 69/19 (1972), pp

649-655. Con este título [El mundo bien perdido] Rorty se refería al relato

homónimo de Theodore Sturgeon, publicado en 1953.

[7]  La filosofía y el espejo de la naturaleza, Cátedra, Madrid, 1989.

[8]  Consecuencias del pragmatismo, Tecnos, Madrid, 1996

[9]  R. Rorty, “Philosophy and the future”, en H. J. Saatkamp (ed.), Rorty and

Pragmatism. The Philosopher responds to its Critics, Vanderbilt UP, Nashville, 1995, p.199. [Cf. R. Rorty, Filosofía y futuro, Gedisa, Barcelona, 2002, p.15.]

 

[10]  Paidós, Barcelona, 1991.

[11]  W. Whitman, Hojas de hierba, ed. de F. Alexander, Visor, Madrid, 2008, p. 77.

 

 

 

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