(hacia una política internacional de izquierda)
x Michael Walzer [1]
Este es un ensayo con una simple tesis: lo que el "internacionalismo" requiere de todos los izquierdistas es el compromiso de escuchar a los compañeros en el extranjero. El compromiso parece especialmente importante en estos días sombríos. El coqueteo de Donald Trump con el presidente ruso Vladimir Putin y su escepticismo sobre la OTAN exigen que todos los izquierdistas desarrollemos nuestra propia agenda internacionalista.
Escuchar no es una cosa fácil de hacer, como podemos ver en un artículo reciente y muy valiente en Dissent de Muhammad Idrees Ahmad (verano 2016). El artículo "¿Qué quieren los sirios?" es una dura acusación contra los izquierdistas en el Reino Unido y también de los Estados Unidos que se oponían a cualquier intervención occidental en Siria, pero nunca se molestaron en escuchar a los sirios. Los sirios que deberíamos haber escuchado eran los que se llamaban a sí mismos demócratas y secularistas, y lo que decían era que necesitaban ayuda. Es por eso que casi nadie de la izquierda quería escuchar.
Escuchar no significa estar de acuerdo. Podríamos haber escuchado la solicitud de ayuda y decidido que los costos de la ayuda eran demasiado grandes o que era poco probable que cualquier ayuda que Estados Unidos pudiera aportar fuera realmente útil. Pero esas son posiciones que sólo podríamos haber alcanzado, si pretendemos ser internacionalistas, después de escuchar a nuestros compañeros sirios.
Para muchos izquierdistas estadounidenses, los compañeros en el extranjero que piden ayuda son una molestia; interfieren con nuestra auto-absorción. Hay un argumento izquierdista, a veces articulado, más frecuentemente asumido, que sostiene que Estados Unidos, el poder hegemónico global, es responsable de la mayoría de las cosas malas que suceden en el mundo. La tarea de la izquierda estadounidense, por lo tanto, es oponerse a las políticas activistas de la hegemonía y presionar para que Estados Unidos se desentienda de la política internacional. Estados Unidos es el agente que cuenta en el mundo, y nosotros (los izquierdistas) somos la oposición necesaria. Todo lo demás es sólo ruido periférico.
Es muy difícil reconocer que hay otros agentes en el mundo que son responsables, enteramente por su cuenta, de las cosas malas. Pero hay realmente otros agentes-estados como la Siria de Assad o la Rusia de Putin, por ejemplo, y organizaciones no estatales como el Estado Islámico, Hamas y Boko Haram. Y hay hombres y mujeres amenazados por estos otros agentes que buscan ayuda del poder hegemónico. Idrees Ahmad quiere que los escuchemos.
Es especialmente difícil escuchar cuando cualquier respuesta seria requiere el uso de la fuerza. Oficialmente, por así decirlo, la izquierda está en contra de la fuerza norteamericana, excepto cuando nosotros, o al menos algunos de nosotros, nos encontramos solicitándola. Consideremos a los yazidis del norte de Irak, condenados por el Estado Islámico a la muerte y esclavitud y rescatados -no todos, sino la mayoría- por la fuerza aérea estadounidense y las tropas kurdas de tierra armadas (no lo suficientemente bien) por los Estados Unidos. La mayoría de los izquierdistas apoyaron el rescate, o eso creo, aunque sin reconocer que nos alegrábamos de que Estados Unidos tuviera una fuerza aérea capaz de hacer lo que había que hacer. En el Congreso, si estuviéramos allí, probablemente habríamos votado en contra del presupuesto militar. ¿Habríamos estado más cómodos escuchando el grito de los yazidis y pensando, "Bueno, nos gustaría ayudar, pero no tenemos los aviones"?
Nuestro historial no es tan bueno incluso cuando nuestros compañeros en el extranjero no están pidiendo apoyo militar. El libro de Danny Postel, Leyendo la crisis de legitimación en Teherán (2006), es una dura polémica contra una izquierda que no escuchaba a los disidentes iraníes que querían algo muy diferente. Consideremos el caso de Shirin Ebadi, autora de El despertar de Irán y una prominente defensora de las víctimas del régimen (y alguien que se ha pasado unos tiempos en prisiones iraníes). En una reunión en Londres, Postel informa que "un militante en contra de la guerra (hablando por muchos otros activistas contra la guerra) le planteó que no debería denunciar el historial de derechos humanos de Irán -de hecho no discutirlo en absoluto- explicando que hacerlo sólo juega a favor de los traficantes de la guerra (warmongers) ". De hecho, Ebadi no estaba pidiendo un ataque contra Irán; se opone a cualquier intervención militar; Todo lo que ella quería era lo que este "militante" le negaba: la solidaridad de amigos en el Reino Unido.
Me acordé de la descripción de Leszek Kołakowski de los refugiados de Checoslovaquia en 1968 siendo denunciados en la Alemania Occidental por "izquierdistas muy progresistas y absolutamente revolucionarios con pancartas” diciendo que "el fascismo no pasará". Los refugiados, que eran fascistas sólo en la mente de tal izquierda revolucionaria no pedían un "retroceso" del imperio soviético, sino que querían que los izquierdistas alemanes, y otros también, reconocieran la brutalidad del imperio y que se opusieran a ella. Y querían ser bienvenidos, deberían haber sido bienvenidos, como héroes de la primavera de Praga.
Lo que realmente está en cuestión aquí es la política exterior de la izquierda, no de Gran Bretaña, de Alemania o de Estados Unidos. ¿Qué debemos decir y qué deben hacer nuestras organizaciones? Es importante, por supuesto, discutir sobre qué políticas deberíamos urgir a los líderes de nuestro país. Pero primero tenemos que decidir cuáles deben ser nuestras propias políticas. ¿Cómo organizar el trabajo de nuestros partidos, sindicatos, movimientos e incluso de nuestras revistas? Escuchemos ahora a otro disidente iraní, Akbar Ganji:
“No queremos nada de los gobiernos. Estamos mirando a las ONGs. Y queremos que la gente sepa cuál es la realidad iraní…saber qué está pasando en Irán. Los intelectuales, los medios de comunicación y las ONG del mundo tienen que llamar la atención sobre los abusos contra los derechos humanos en Irán…insisto: no queremos intervención, solo queremos el apoyo moral de la comunidad global para nuestra lucha”.
Eso suena fácil, ¿no? Pero el libro de Postel es un relato persuasivo y triste de cuán escaso ha sido el apoyo moral.
La historia que contó Postel en 2006 se repitió unos años más tarde durante el Movimiento Verde de Irán (2009), esta vez aún más tristemente. El presidente Obama tardó en responder a las protestas masivas y fue brutalmente atacado por neoconservadores estadounidenses. Pero su respuesta fue probablemente correcta; fue impulsado por consideraciones diplomáticas de primera importancia. Su tarea era persuadir o obligar al gobierno iraní a renunciar al esfuerzo de producir armas nucleares, y los hombres y mujeres de las calles no iban a ayudarlo a hacerlo. Pero la izquierda no estaba restringida de la misma manera. Deberíamos haber apoyado activamente las protestas, publicar las historias de los disidentes iraníes, recaudar fondos para sus organizaciones, condenar las detenciones que se hicieron demasiado pronto, realizar reuniones y marchas, firmar peticiones, manifestar frente embajadas iraníes dondequiera que hubiera embajadas y donde pudiéramos movilizar personas. De hecho, no hicimos casi nada. Las revistas izquierdistas como The Nation publicaron informes fuertes, simpatizaron con la sublevación y apoyaron enfáticamente la precaución de Obama. Pero tenían poco que decir acerca de una respuesta específicamente de la izquierda, que no tendría que haber sido prudente. Unos 200 activistas de derechos humanos (entre ellos Noam Chomsky) firmaron una carta al secretario general de la ONU pidiendo que el Consejo de Seguridad condenara al régimen iraní, una respuesta minimalista pero útil y correcta (y un marcado contraste con la defensa del régimen por parte de escritores y académicos "postcoloniales" que lo describieron como un baluarte contra Occidente). Pero la movilización a gran escala que la izquierda internacional y la izquierda estadounidense debieron haber producido no ocurrió.
"Todos los defensores de los derechos humanos", escribió Shirin Ebadi, "son miembros de una sola familia". ¿La izquierda estadounidense es parte de la familia? Ciertamente somos miembros activos y comprometidos siempre que las violaciones de los derechos humanos puedan atribuirse a nuestro propio gobierno. No tanto cuando otros agentes lo hacen. Los liberales estadounidenses tienen un mejor desempeño, mejor representado por organizaciones como Human Rights Watch. El de ellos es un internacionalismo de ONGs y los organismos de las Naciones Unidas; se centra en lo que los gobiernos de todo el mundo deben o no deben hacer. El nuestro es un internacionalismo de partidos, sindicatos y movimientos sociales; se centra en lo que deberíamos o no debemos hacer. La diferencia es importante. Human Rights Watch es una organización excelente, hace trabajo necesario, pero no organiza marchas y manifestaciones ni recauda dinero para grupos disidentes en el extranjero. En su lugar, realiza investigaciones y emite informes críticos del comportamiento de los gobiernos. Las marchas y las movilizaciones deben ser obra de la izquierda respondiendo al llamado de otros izquierdistas.
Hay muchos más ejemplos de nuestro fracaso en responder, pero quiero insistir en uno que me parece especialmente revelador. La invasión americana de Irak en 2003 fue resistida, con razón, creo, por la mayoría de los izquierdistas. Y la mayoría de los izquierdistas se opuso a la ocupación, incluso si eso implicaba apoyar lo que el editor de la New Left Review llamó "los maquis iraquíes" -la "resistencia"- que consistía en sectarios religiosos y fanáticos cuya política no tenía nada que ver con la izquierda y que no merecían la comparación con los maquis franceses de los años cuarenta. Había, por supuesto, precedentes izquierdistas para este tipo de cosas, una de las cuales entonces observé divertido, pero que ahora visualizo como una advertencia: en el Congreso de Baku de los Pueblos del Este en 1920, el triunfante bolchevique Grigory Zinoviev planteó una "guerra santa" contra el capitalismo occidental. Su público en gran parte musulmán respondió con gritos de "¡muerte a los infieles!" Zinoviev obviamente no había encontrado a los camaradas más adecuados en el extranjero. A veces "escuchar" tiene que ser seguido por un muy firme No. Lo que era necesario en Irak era un No a la ocupación y también a la "resistencia".
Es un signo de la autoabsorción de la izquierda americana (y occidental) de que el primer No fue prontamente accesible y el segundo fue muy difícil de manejar para muchos izquierdistas. Como resultado, fue casi imposible escuchar a los iraquíes a quienes deberíamos haber reconocido inmediatamente como nuestros compañeros. Porque ellos, aun cuando eran críticos de la ocupación, no eran ni de cerca tan hostiles a ella como nosotros. El derrocamiento estadounidense de Saddam Hussein abrió un espacio (que ahora se está cerrando) para los demócratas, sindicalistas y feministas iraquíes. Nadje Al-Ali, mujer alemana-iraquí que se ubica considerablemente a mi izquierda- se define a sí misma como una "feminista antimilitarista transnacional", ha escrito un relato hermoso (en la revista Works and Days y también en varios libros) del surgimiento repentino del trabajo feminista y la agitación inmediatamente después de la invasión en 2003.
Al-Ali fue una oponente del régimen de sanciones de los años noventa, de la invasión estadounidense y de la ocupación. Pero ella era al mismo tiempo ferozmente crítica con aquellos izquierdistas que apoyaban a Saddam (porque era "antiimperialista") y que seguían apoyando la "resistencia". Ella cree, como yo, que los izquierdistas frecuentemente tienen que combatir en múltiples frentes de guerra. Ella ha sido inspirada, dice, por "activistas de los derechos de las mujeres iraquíes que luchan en muchos frentes simultáneamente: una invasión militar extranjera, expansión capitalista, extremistas islamistas y fuerzas patriarcales conservadoras locales". Sus luchas y campañas merecen… un reconocimiento y apoyo más generalizados". Seguramente lo merecen ¿Por qué no han recibido ese apoyo de los izquierdistas norteamericanos?
La respuesta más probable es sugerida por un ejemplo de esas “luchas y campañas”. En 2011, Al-Ali reporta que "un número considerable de mujeres activistas prefirieron que las tropas estadounidenses y británicas permanecieran [en Irak] hasta que la amenaza de la militancia islamista, de ataques violentos azarosos y violencia sectaria hubieran sido controlados…” Eso es suficientemente sensible; sus vidas estaban en juego. Pero, ¿quién escuchaba eso en la izquierda? Debe haber habido feministas en Estados Unidos que estuvieron en contacto con sus hermanas iraquíes, pero no puedo recordar ninguna discusión en la izquierda acerca de lo que esas hermanas querían de nosotros. No estoy preparado para decir que deberíamos haber pedido un aplazamiento de la retirada estadounidense. Pero esa debería haber sido una opción política a considerar. Tal vez no escuchamos a las mujeres iraquíes precisamente porque no queríamos hablar de ello. Lo que sabíamos, y todo lo que sabíamos, era que la guerra y la ocupación juntos eran un gran mal, un crimen norteamericano que debía terminar. ¿Cómo podía ser bueno que los soldados estadounidenses "controlaran" el país?
El punto de vista de que no puede ser una buena cosa refleja nuestro nacionalismo invertido o, mejor, nuestra preocupación indulgente con lo que nuestro propio país hace y con lo que sentimos sobre lo que hace. No refleja un compromiso internacionalista o un compromiso genuino con otras personas. En el caso del internacionalismo de izquierda, esto tendría que ser un compromiso con otras personas, a las que he llamado "nuestros compañeros en el extranjero". ¿Quiénes son?
En 1955, el novelista italiano Ignazio Silone escribió un artículo para Dissent llamado "La elección de los camaradas", esta es la elección, pensó, que define a la izquierda. Nuestros compañeros, para él, eran los oprimidos, los pobres, las personas en problemas. No estoy seguro de que esté acertado. Esas son las personas por las que la izquierda trabaja o intenta; queremos darles una voz y una oportunidad de dar forma a sus propias vidas. Pero las personas con las que trabajamos, nuestros reales compañeros, son los hombres y mujeres de entre los oprimidos y los activistas de todas las clases sociales que luchan contra la opresión porque están comprometidos, como nosotros, con la libertad, la igualdad y la democracia. Hay otras personas que proclaman actuar en nombre de los oprimidos que no son nuestros camaradas: los militantes vanguardistas, los terroristas y los aspirantes a líderes maximalistas- y todos sus amigos y apologistas. Esas no son las personas a las que tenemos que escuchar. Pero los demócratas sirios, los disidentes iraníes y las feministas iraquíes, son nuestros compañeros, y deberíamos haber estado escuchando; deberíamos estar escuchando ahora mismo.
¿No deberíamos estar también escuchando a la gente del otro lado, a nuestros oponentes, a todos los hombres y mujeres con quienes debemos discutir - y también a todas las personas en el medio? Sí, por supuesto, pero eso es otro tipo de escucha, es más como estudiar, tratar de averiguar qué piensan y por qué, cuáles son sus reivindicaciones, sus prejuicios y sus esperanzas. Escuchamos a los compañeros; hacemos nuestro mejor esfuerzo para entender a la gente que queremos persuadir - y quizás necesitemos derrotar.
Un caso en el que los izquierdistas fingieron escuchar puede ser de ayuda aquí. El movimiento Boicot, Desinversión, Sanciones (BDS) para boicotear a las universidades israelíes, e Israel en general, pretendió ser una respuesta a un "llamado" de la sociedad civil palestina. Los activistas occidentales escucharon, se nos dijo, y entraron en acción. De hecho, el llamamiento original vino de dos izquierdistas británicos, Steven y Hilary Rose, en 2002; ellos estaban actuando por su cuenta, por sus propias razones. No fue hasta 2005 que izquierdistas británicos tácticamente más inteligentes solicitaron a las organizaciones palestinas que se unieran al boicot que ya estaba en vigor (aunque no tuvo mucho éxito) ¿Y quién respondió? ¿Quién está apoyando el boicot ahora? En una entrevista con Mondoweiss (presentado en el sitio web de Tikkun, 29 de abril de 2016), Norman Finkelstein, para nada amigo de Israel, respondió a esa pregunta, describiendo “los mitos propagados por el liderazgo de BDS. Afirma que representa a casi 200 organizaciones de la sociedad civil palestina. Si hubo 20 -olvidarse de 200- sólo 20 organizaciones con un verdadero apoyo electoral en Palestina, ¿la tercera Intifada, ocho meses después, aún seguiría sin formas organizativas? . . . La verdad es que "la sociedad civil palestina" es una ilusión. Son sólo las ONG financiadas por el extranjero -una o dos personas- dibujando un paisaje privilegiado de Ramallah”.
Los líderes del BDS descubrieron que "escuchar" era lo correcto, por lo que (con bastante éxito) fingieron que eso es lo que están haciendo.
Por supuesto, deberían estar realmente escuchando, y nosotros también deberíamos hacerlo, a compañeros que, tanto en Palestina como en Israel, están comprometidos con la libertad, la igualdad y la democracia. Es decir, a hombres y mujeres que creen en la autodeterminación de los judíos israelitas y palestinos, que defienden los derechos civiles y la libertad civil para todos los pueblos, que se oponen a la ocupación, que apoyan la acción de masas contra la ocupación y rechazan el terrorismo. Hay muchos hombres y mujeres con estos puntos de vista, y algunos de ellos podrían apoyar un boicot, calificado de tal o cual manera. En realidad, sólo un 50 por ciento de los palestinos apoya un boicot a los bienes israelíes y la cantidad de participantes en un boicot de este tipo es de alrededor de un tercio (según una encuesta de agosto de 2015 del Centro de Medios y Comunicaciones de Jerusalén, dirigido por un grupo de periodistas e investigadores palestinos, cifra que representa una caída respecto a la encuesta anterior). Entre nuestros compañeros palestinos, el número que apoya un boicot es probablemente menos del 50 por ciento, y habrá opositores, también, que también se oponen al objetivos de BDS de un solo estado. Deberíamos estar atentos a toda la gama de sus puntos de vista.
Permítanme terminar observando un debate político actual y futuro entre los izquierdistas de Europa y Estados Unidos. Hace años, cuando era un laborista disidente, Jeremy Corbyn planteó que el Reino Unido abandonara la OTAN. Ahora, como líder del Partido Laborista, Corbyn no dice tales cosas, pero presumiblemente todavía cree que la OTAN debiera ser abandonada- él es, después de todo, un político inusualmente consistente. Mucho más recientemente, el Partido Verde de Estados Unidos adoptó una plataforma que pide la "disolución" de la OTAN y de "todas las alianzas militares agresivas". Y los editores de n + 1, nuestros compañeros aquí en casa, publicaron una larga y muy inteligente crítica de Richard Beck de un nuevo libro de Andrew Bacevich en la que Beck sostiene que los Estados Unidos deberían dejar la OTAN. Esta es ciertamente una idea interesante, que probablemente encontraría mucho apoyo entre los izquierdistas occidentales. No la apoyaría, sin embargo, sin preguntarme qué piensan nuestros compañeros de la izquierda polaca -la gente que dirige la revista Krytyka Polityczna, por ejemplo, que está cercana a Dissent. Escucharlos parece un requisito moral y político obvio: tienen mucho más en juego que nosotros. Supongo que prefieren una OTAN fuerte a una OTAN debilitada o disuelta. Pero por lo que sé, Corbyn nunca sugirió consultarlos; ni tampoco Jill Stein, candidata verde a presidente el año pasado; ni tampoco Beck aboga por tal consulta. Si el internacionalismo significa algo, significa que deberíamos escuchar a los izquierdistas de Europa del Este, a nuestros compañeros en el extranjero, antes de establecer posiciones sobre lo que el gobierno de los Estados Unidos debe hacer en Europa. Después de escuchar, podríamos estar en desacuerdo, pero entonces tendríamos que explicar nuestro desacuerdo a nuestros compañeros. El escuchar comienza una conversación.
Los izquierdistas de Estados Unidos, como los estadounidenses en general, tienen que aprender que no todo es acerca de sí mismos.
[1] Editor emérito de Dissent. Aprender a escuchar(Learning to listen)forma parte de la sección Towards a left Foreign Policy (Hacia una política internacional de izquierda) publicada en enero de 2017, edición invierno 2017 de Dissent. https://www.dissentmagazine.org/article/learning-listen-foreign-policy-international-solidarity-michael-walzer
Traducción del editor de librevista.