¿Puede Trump cumplir con el crecimiento prometido?[1]
x James K. Galbraith[2]
La nueva sabiduría mayoritaria (mainstream) dice que el aumento del gasto público, específicamente en infraestructura, puede restaurar un fuerte crecimiento económico y superar lo que se ha llamado el "estancamiento secular" – esto es, el lento crecimiento de la economía desde la gran crisis financiera de 2007-2009. Esta es la conclusión sacada por todos, desde Bernie Sanders pasando por Larry Summers[3] , hasta el presidente Donald J. Trump y su principal estratega político de la Casa Blanca, Steve Bannon[4] .
Durante su campaña, Trump propuso una combinación de recortes de impuestos y gastos en infraestructura, desconociendo seguros déficits, mostrándose más keynesiano que Hillary Clinton, que permaneció dentro del marco de la "responsabilidad fiscal" según el mantra de sus donantes (financieros a su campaña)[5] .
Muchas declaraciones de economistas y banqueros centrales han respaldado en principio este regreso al activismo fiscal. Un reciente paper de Jason Furman, presidente del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Obama, relata este cambio dentro de la opinión dominante, yéndose ahora lejos de la visión caprichosa de que la política fiscal no puede hacer nada para el crecimiento, hacia una visión -quizá no menos caprichosa- de que sólo la política fiscal puede funcionar.
Uno podría tomar esto como una señal de esperanza. Una cuasi-alianza bipartidista favorece un programa de inversión pública a gran escala. Nadie habla seriamente más de la inflación. Parece que estamos lejos de la Curva de Phillips de los años sesenta, de la estanflación de finales de los setenta[6] , del consenso de no-hacer-nada de los años ochenta[7] o de los temores en la Seguridad Social de los años noventa[8] . La apuesta es alta para la nueva administración. Habiendo comenzado su mandato de un modo caótico, el presidente debe cumplir con su programa económico que prometió un aumento sostenido en la tasa de crecimiento de al menos 3 o incluso 4 por ciento, junto con un resurgimiento de los puestos de trabajo y la producción manufacturera. Así que la pregunta es: ¿puede hacerlo?
No hay duda de que una mejor infraestructura sería una buena cosa, a pesar de que los beneficios no fluyen principalmente a la industria como muchos suponen. El aporte de una mejor infraestructura es en gran parte una mejor calidad de vida, con mejores carreteras y trenes, agua más limpia, electricidad confiable, y así sucesivamente. La industria tiende a atender sus propias necesidades y, por lo tanto, la infraestructura pública, en gran medida, beneficia al público. En parte por esa razón, como he argumentado recientemente en otra parte[9] , la infraestructura por sí sola puede hacer poca diferencia para el sector manufacturero, frente a la acción de tasas de interés más altas y un dólar fuerte. Pero probablemente será una bendición para los precios de la tierra, y por lo tanto para los desarrolladores e inversores inmobiliarios, y por lo tanto el crecimiento económico puede lograrse, incluso si se concentrara sustancialmente en la construcción.
A corto plazo, es posible que la Reserva Federal (el Banco Central de EEUU) pueda anticipar y descarrilar el programa de crecimiento de Trump (al menos durante un tiempo) elevando demasiado las tasas de interés antes de que el programa fiscal pueda tener efecto. Eso es lo que le sucedió al programa económico de Reagan en 1981, lo que llevó a la recesión y a las fuertes derrotas republicanas en las elecciones parlamentarias de 1982, antes de que se produjeran recortes de impuestos y aumentos de gastos. Trump carece de los antecedentes de Reagan, y su gobierno podría no sobrevivir a una recesión inesperada. Pero incluso si la Reserva Federal cooperara, ¿es posible desde dónde estamos hoy reavivar las llamas del crecimiento económico de la posguerra? La respuesta a eso es, probablemente sí, por un tiempo; grandes déficits son buenos para el crecimiento. La cuestión es por cuánto tiempo puede sostenerse este tipo de crecimiento.
Mi respuesta es un prudente "por no muy largo tiempo". Pero no (como algunos argumentan) porque los Estados Unidos se quedarán sin crédito. Más bien, existen obstáculos en lo que los economistas llaman el "lado de la oferta" del espectro. Son obstáculos demográficos, técnicos, institucionales y materiales. Estos son temas institucionalistas y, en cierta medida, evocan las preocupaciones de aquellos economistas estadounidenses de la era de la Depresión que desempeñaron papeles prominentes en las reformas estructurales del New Deal[10] y temieron, en algunos casos, que los años de auge de la guerra fueran seguidos por un regreso al estancamiento cuando terminara. Estas preocupaciones no se confirmaron. Desde entonces, han sido ignorados igualmente por los anti-keynesianos, que sostienen que la economía siempre se auto-corrige, y por los keynesianos vulgares de hoy, que creen que todos los problemas del motor económico pueden ser resueltos añadiendo combustible. Los institucionalistas sostienen que hay problemas mecánicos
hoy día – independientemente de lo que hubo hace setenta años- y que algunos de ellos no tienen un arreglo político fácil.
Mi pesimismo es cauteloso, en lugar de definitivo, porque algunos de los obstáculos de oferta mencionados operan a nivel global; afectarán a los Estados Unidos sólo si la economía mundial también crece. Pero otros son nacionales y afectarán las perspectivas de crecimiento tempranamente.
El primer problema es demográfico: la tasa de crecimiento de la población de Estados Unidos ha bajado y los estadounidenses están envejeciendo por fuera de la fuerza de trabajo activa. Una tasa de crecimiento como la de los años cincuenta requiere más trabajadores o una tasa mucho más alta de crecimiento de la productividad, lo que las inversiones en infraestructura no necesariamente proporcionan. Y atraer nuevos trabajadores a través de la inmigración no está, uno sospecha, en la agenda de Trump.
Históricamente, el aumento de la productividad puede ser inducido, a través de la presión de una escasez aguda de mano de obra y el aumento de los salarios. Pero si se produjera una escasez de mano de obra y un aumento de los salarios, también podemos anticipar una recia reacción de los duros de la Reserva Federal, cuya participación en la cantidad de integrantes probablemente sea reforzada bajo Trump.
Así, en el escenario más probable, cualquier escasez de mano de obra no induciría un crecimiento más rápido de la productividad, sino tasas de interés más altas, una curva de rendimiento invertida y una desaceleración económica. Para que las cosas resultaran de otra manera, se necesitaría una raza política diferente en la Reserva Federal y un control con enfoque anticuado sobre las ganancias y las presiones de precios.
La tecnología presenta un segundo obstáculo para el alto crecimiento. Este es un problema extraño, casi paradójico. Tiene que ver con la forma en que se miden las cosas, especialmente en las áreas fuertemente afectadas por la revolución digital, que desde hace varias décadas ha sido la forma dominante de cambio tecnológico. Como muchos economistas han observado, la innovación tecnológica se acompaña de lentas tasas de crecimiento de la productividad medida y, por tanto, tasas más lentas de crecimiento económico. Esto ha desconcertado a los economistas mainstream ¿Cómo podemos experimentar a la vez vastas transformaciones tecnológicas, visibles para todos y sin embargo no estar experimentando un aumento de la productividad?
Pero tal vez no sea un rompecabezas. La clave está en entender lo que ha sucedido con el carácter y la calidad de los bienes de inversión, con los equipos y las instalaciones que las empresas adquieren o construyen para desarrollar sus operaciones. Durante la mayor parte de los dos siglos transcurridos desde la revolución industrial, la inversión empresarial se concentró principalmente en la fabricación y, por lo tanto, en los edificios y en las máquinas. Estos son costosos, y su producción requiere trabajo, lo que significa que genera una cantidad sustancial de empleos e ingresos. Los economistas de Marx a través de Keynes y más allá trataron al "sector de bienes de inversión" como aquella parte de la economía que gobernaba el empleo total, los beneficios y el ciclo económico.
Pero hoy vivimos en un mundo donde el precio de los bienes de inversión -después del ajuste por la calidad- ha caído mucho. Esto se debe a que el capital del nuevo negocio electrónico es muy barato, en comparación con los ladrillos, el hormigón y el acero de épocas pasadas. Mientras tanto, la proporción de bienes de inversión importados ha aumentado, y las importaciones son una deducción del crecimiento. Hoy en día, cuando un negocio hace una nueva inversión, normalmente significa comprar un nuevo producto tecnológico de Japón o Alemania, y el dólar invertido es compensado por el dólar de importaciones. En ese caso, el efecto neto sobre el producto medido (PIB) puede muy bien ser muy pequeño, si no casi cero. Así, la participación de la inversión en la producción total ha disminuido y el efecto de la inversión sobre el crecimiento también ha disminuido.
La dificultad es que la producción interna y los ingresos domésticos son los mismos, y sin un aumento en los flujos de dólares, las nuevas inversiones de este tipo tecnológico traen poco aumento en los ingresos de los hogares o en los puestos de trabajo. Por lo tanto, el problema para nosotros no es el artefacto de un crecimiento bajo de la productividad medida; es el hecho real de los puestos de trabajo perdidos, el subempleo y de una población que no cuenta con los servicios que necesita o el dinero para pagarlos.
No hay nada en el programa de estímulos de Trump que aborde este asunto; ni podría haberlo, dada la confusión general que lo rodea. Pero afectará principalmente de dos maneras al desempeño del programa de Trump, especialmente a sus recortes de impuestos para la inversión empresarial: Primero, se añadirá a la dificultad de mantener realmente una tasa de crecimiento medido de 3 o 4 por ciento, incluso si las empresas aumentan el ritmo de sus inversiones. Segundo, dejará a una inesperada gran parte de la población sin trabajo, ya que un objetivo principal de las nuevas tecnologías es ahorrar mano de obra. Esto significa que es improbable que la población en edad de trabajar a la que Trump apeló en su campaña reciba los nuevos empleos que prometió.
En el tercer lugar (de los factores de oferta en problemas), están los bancos. En el período de posguerra, de 1945 a 1980, los préstamos hipotecarios y de bancos comerciales desempeñaron un papel importante, aunque no predominante, en el financiamiento del crecimiento económico. El gasto público y un creciente sector sin fines de lucro financiaron la actividad que los bancos no hicieron. Pero en la última generación, el gobierno se ha retraído y su contribución a nuevos empleos e ingresos ha sido pequeña. Así que los bancos terminaron financiando una porción mucho mayor del crecimiento logrado, y lo hicieron en olas: los préstamos para vivienda que llevaron a la crisis de ahorro y préstamos en los años ochenta, el boom de la tecnología de la información que llevó al desplome del NASDAQ[11] en el 2000, y la locura fraudulenta de financiamiento hipotecario que condujo a la gran crisis financiera del 2007. Cada una de estas olas terminó, inevitablemente, en una depresión; la última en un desastre (crash).
Pero con la crisis financiera, el sistema bancario básicamente se hizo pedazos. Su falta de reconstrucción, en raíz y rama, para servir a un propósito público debe contar como el mayor fracaso administrativo - y político - de los demócratas bajo Barack Obama. La Ley Dodd-Frank[12] , aunque útil en ciertos puntos, dejó intacta a una oligarquía de vasto e inexplicable poder, en un clima de préstamos marcado simultáneamente por: una excesiva cautela con respecto a las inversiones sociales y empresas generadoras de empleo que el país necesita, y por una imprudencia sin control con respecto a las oportunidades de beneficios a corto plazo (tales como el fracking petrolero) y áreas donde los programas gubernamentales y las leyes de bancarrota crean condiciones para la explotación (como en ejecuciones hipotecarias y deuda estudiantil[13] ). El programa Trump para los bancos claramente tiene como objetivo el empeorar los problemas de poder concentrado y la imprudencia sin control.
En este momento, el sector financiero no sirve ni a un fin público ni promueve crecimiento como hizo alguna vez, hasta que colapsó hace nueve años. Si bien hay personas que se sienten obligadas a pedir prestado, y siempre habrá nuevas generaciones de chupa-sangres (suckers), el auge y caída (boom-and-bust) del crédito bancario no es más un modelo viable para el crecimiento.
¿Qué se debe hacer con los bancos? Se trata de instituciones con altos costos fijos y con tecnologías y estructuras jurídicas transnacionales diseñadas para facilitar la evasión fiscal y el arbitraje regulatorio. Se enfrentan a perspectivas muy limitadas de rentabilidad sostenida en actividades que corresponden a necesidades sociales. Su estructura entera no es viable en un mundo de crecimiento lento, excepto por el fomento de booms de corta duración (de los cuales la fiebre de gas de esquistos[14] es el ejemplo más reciente), seguido de caídas y rescates financieros. En resumen, el sector financiero en su conjunto es un lujo que no podemos permitirnos. Pero con Trump, los bancos serán desatados nuevamente, revirtiendo la Regla Volcker, la Oficina de Protección al Consumidor y otras modestas reformas[15] . El resultado puede ser un estallido de actividad de corta duración seguido de un irreparable fracaso. Es decir, si el fracaso no ocurre primero.
El problema final es global, y es el problema de los recursos. Estados Unidos pasó el pico del petróleo convencional en 1970; y el mundo ahora se enfrenta al mismo pico, con un respiro de tiempo limitado- pero incierto- como es la extracción de petróleo y gas natural de las formaciones de esquisto. El crecimiento requiere energía, y el costo real, por no mencionar los colosales costos ambientales, está aumentando. El carbón es una alternativa dudosa y de todos modos no es un combustible de transporte eficiente. La vieja estrategia de pillaje en tierras extranjeras está en la mente de algunos, pero recientes desventuras militares han demostrado que esto también tiene un precio alto. Las zonas de combate producen poco petróleo porque las compañías petroleras prefieren no poner sus equipos, su personal, o sus instalaciones permanentes en la línea de fuego.
Sin embargo, por el momento y durante los primeros años de gobierno de Trump, la energía como tal probablemente seguirá siendo relativamente abundante. El mayor riesgo proviene de la financiarización de los mercados de energía si la demanda global se fortalece. Tales condiciones generan un "efecto de estrangulamiento en cadena" (‘choke-chain-effect’), es decir, los especuladores tendrán el poder de ahogar el crecimiento al retener el inventario y aumentar los precios de la energía. Esto ya ocurrió una vez en el verano de 2008, cuando el petróleo llegó a 147 dólares por barril, drenando el poder adquisitivo justo antes del desastre.
Una forma de avanzar sería acelerar la cosecha de energía solar, aprovechando la rápida caída de la curva de costos. Solar es indefinidamente sustentable. Pero para que esto ayude contra el calentamiento global, también debemos renunciar a las opciones de carbón y petróleo y aceptar una desviación de recursos desde el consumo hacia las inversiones en energía renovable que se requieren. En este caso, el crecimiento y los standards de vida utilizando energía sustentable serán menores, y esto será experimentado por la población como una prosperidad menor (en lo inmediato) de la que tendría de otra manera. Esta opción, que podría prevenir el efecto de estrangulamiento en cadena, será rechazada por el equipo de Trump.
En resumen: la demografía, la tecnología, la estructura financiera y, eventualmente, los mercados de energía y el cambio climático imponen límites a la eficacia de un programa de estímulo. La demografía y la represión de la migración limitarán la mano de obra. La tecnología moderna limita el efecto de la inversión de nuevas empresas en el crecimiento medido. Y la disfunción del sector financiero limita el efecto multiplicador y la estabilidad de cualquier expansión. Por último, el escenario de energía es impredecible, pero el efecto del estrangulamiento en cadena podría traer shocks de aumentos inducidos a los precios de la energía en el mejor de los casos, mientras que en la peor situación el cambio climático amenaza una insustentabilidad final.
Si hoy hay un estancamiento secular, es un producto del mundo en que vivimos, que es más inestable, peligroso e incierto de lo que solía ser, y ciertamente mucho más que en los años dorados que siguieron a la segunda guerra mundial o incluso durante el paraíso de los tontos que duró desde Reagan a Clinton. Pero estamos donde estamos. No hay un remedio fácil, y este hecho tiene implicaciones radicales sobre cómo debe organizarse la sociedad y cómo debe diseñarse la política económica.
Desde este punto de vista, la estrategia de Trump -en la medida en que exista una - equivale a poco más que una firme determinación de chocar un viejo automóvil, a gran velocidad, contra un muro. Tal vez la única manera de que las cosas funcionen es si el efecto de un dinero más restringido opera antes en el resto del mundo, dando a los Estados Unidos acceso a combustible, alimentos, materiales y productos de consumo baratos, en una repetición del dólar caro, déficit comercial alto y crisis mundial de la deuda de mediados de los años ochenta. O si la protección podría estimular a las empresas estadounidenses a contrarrestar el alza del dólar e invertir de todos modos en el mercado interno. En la medida en que el equipo de Trump entiende el contexto global, este puede ser su plan.
¿Pero se alineará el resto del mundo? Reagan tuvo la ventaja de una gran crisis de deuda comercial que redujo los precios mundiales de las materias primas, debilitando fatalmente a la Unión Soviética, mientras que China aún no era un jugador en el tablero mundial. Hubo, pues, un crecimiento sin inflación, desafiando la sabiduría mainstream de ese momento, y no hubo necesidad de arriesgarse en una guerra comercial. ¿Puede Trump repetir ese logro? Es cierto que América Latina, después de quince años de crecimiento y progreso social, ya está de vuelta en los vertederos económicos y políticos. Pero hoy China, la India y Rusia -a pesar de su dependencia de las exportaciones de petróleo- son economías más fuertes que en aquel entonces, y Japón, a pesar de estar prácticamente desaparecido de los titulares, sigue siendo una potencia industrial de primer orden. ¿Se inclinarán ante el todopoderoso dólar? ¿O decidirán en cambio protegerse bloqueando los movimientos de capitales hacia Estados Unidos y creando un nuevo mecanismo de compensación (clearing) para el comercio internacional que no dependa de las reservas en dólares? Eso podría desestabilizar el dólar y darnos un desagradable retorno de la inflación.
La otra gran incertidumbre, y quizá la más crítica, es Europa: una economía continental integrada que rivaliza con los Estados Unidos en escala. El problema de Europa es que la disolución política y económica - alimentada por el ascenso de Trump - podría ocurrir en cualquier momento. Si los países más importantes (o aún los menos) de la eurozona comienzan a separarse del euro, los eventos crediticios resultantes podrían convertirse en el equivalente de Lehman Brothers para Trump, o más exactamente, de la crisis de la deuda mexicana de agosto de 1982[16] . Esto daría lugar a un shock financiero que pone patas arriba a todos los planes, aplastando las exportaciones de alta gama, devolviendo la atención a la exposición débil de los bancos estadounidenses y forzando la reversión de las políticas en los frentes tanto monetario como fiscal.
Como argumenté en The End of Normal (2014)[17] , estas condiciones profundizan la necesidad de un seguro social eficaz y universal, de la desmilitarización, del desmantelamiento de los bancos, es decir, la protección de los vulnerables, recortando los excesivos gastos generales. Los demócratas de Clinton no ofrecieron tales reformas básicas: su cabeza estaba puesta en modestos nuevos programas tales como un programa federal del cuidado de niños, asumiendo que la economía subyacente estaba en buen estado. La elección puso de manifiesto que para demasiados votantes no lo está. Contra Trump y su negativa frontal a las regulaciones e impuestos empresariales, yo argumentaría ahora a favor de puestos de trabajo garantizados y por el traslado de la carga impositiva desde las ventas y las ganancias de las pequeñas empresas hacia la tierra y las rentas. Esto sería una política fiscal pro-empleo, pro-pequeña empresa y una reforma financiera fundamental. Es exactamente lo contrario de lo que ahora se está considerando, que es un programa que desplaza la carga tributaria hacia los consumidores y al mismo tiempo da incentivos a las grandes empresas para reemplazar a los trabajadores con robots y pantallas táctiles.
Resolver el problema del empleo requiere específicamente identificar las necesidades- cuidados, salud, medio ambiente, educación, cultura- y crear instituciones que puedan atenderlas. La utilidad de estos empleos no se medirá por su contribución al PIB, ni a la productividad, y en estos aspectos, toda la relación entre las estadísticas económicas y el bienestar social necesita una revisión. La medición correcta es si podemos financiar, supervisar y sostener un empleo útil, atendiendo a necesidades sociales vitales y proporcionando un salario decente. Las instituciones que hacen esto, en general, no serán las que normalmente se crean para obtener ganancias, por lo que para lograrlo es necesario fortalecer a los sectores sin fines de lucro y al sector público.
Hoy en día, los defensores de un programa de garantía de empleo son los economistas más fuertemente arraigados en la tradición original del New Deal, y sus propuestas merecen una atención que hasta ahora no han recibido. Parte de la base de este pensamiento es que los empleos garantizados y un alto salario mínimo reducirían radicalmente el dinero que actualmente gastamos en programas como el seguro de desempleo, los cupones de alimentos, la discapacidad y otros componentes de lo que solía llamarse “seguro social” (‘the dole’). Contribuirían así para restablecer el equilibrio entre los ingresos personales y los gastos de bienestar público.
La alternativa progresista a un programa económico de estímulos temerarios y a favor de ganancias para el capital inmobiliario es un programa de pleno empleo, salarios justos y amplia inversión en necesidades sociales, culturales y ambientales, respaldado por impuestos que se apliquen directamente sobre las rentas, los beneficios monopólicos y sobre las herencias, desmantelando así directamente la oligarquía dinástica que ha dirigido a los Estados Unidos desde 1981, a través de ambos partidos. Cómo puede ser precisamente la acción progresista para que esto funcione es un asunto de estudio y argumentación. Pero esto debe comenzar ahora. Intelectual y políticamente el Partido Demócrata está en ruinas. No puede ser reconstruido únicamente a partir de una defensa de los logros del pasado, ni por reacción a los desastres que se presentan por delante, ni a partir de simples modelos económicos o fragmentos de una agenda improvisada (half-baked). Es tiempo, en definitiva, de un programa de izquierda al menos tan radical como el que está siendo presentado por la derecha.
[1] Publicado en la revista Dissent magazine, edición primavera, abril 2017 https://www.dissentmagazine.org/article/trump-deliver-growth-jobs-infrastructure-james-k-galbraith
Traducción del editor de librevista.
[3] Secretario del Tesoro de Bill Clinton y Director del Consejo Económico Nacional de Barack Obama (Nota Trad.)
[4] Bannon fue obligado a renunciar un mes después de asumir su cargo (Nota Trad.)
[5] “Otra cuestión es si las propuestas específicas de este programa de estímulo de Trump darían como resultado los prometidos incrementos en el gasto total” está en el cuerpo del texto, pero preferimos incluírlo como nota (Trad.)
[6] La curva de Phillips fue importante durante los años sesenta en el pensamiento macroeconómico. Relaciona la inflación de precios con el desempleo. La teoría graficada por la curva sostiene que puede impulsarse una demanda mayor por parte de un gasto público, de inversiones públicas o privadas con el objetivo de bajar el desempleo, tolerando una suba de la inflación. Años después se observaron casos de países que en la década del setenta presentaron simultáneamente suba del desempleo y suba de la inflación, contradiciendo la teoría anterior, lo que se denominó estanflación, estancamiento con desempleo más inflación. (Nota Trad.)
[7] Neoliberalismo sostenedor que el “Mercado” se regula a sí mismo (Nota Trad.)
[8] Temores que propagaron defensores de la privatización de la seguridad social, en las publicaciones Newsweek, New Republic y The Economist. (Nota Trad.)
[9] Can Trump overcome secular stagnation? Part One, The demand side (¿Puede Trump superar el estancamiento secular? Parte Uno, El lado de la demanda) Real World Economics Review, Spring 2017
[10] Programas de incentivos gubernamentales al crecimiento y la seguridad social en los años posteriores a la gran depresión de 1929, bajo el gobierno de Franklin Delano Roosevelt (Nota Trad.)
[11] Bolsa de valores de Nueva York donde cotizan capitales pequeños y medios en electrónica, informática, telecomunicaciones y biotecnología, entre otros (Nota Trad.)
[12] Promulgada por Obama en julio de 2010, destinada a la regulación del sistema financiero y la protección del consumidor, vista la crisis del 2007-2008. Trump propone su derogación. (Nota Trad.)
[13] Desalojos y pagos de deudas por financiamiento de carreras universitarias (Nota Trad.)
[14] Shale rush, o extracción de gas a toda costa, con tecnologías que utilizan la presión elevada de arena y agua (fracking) que comprometen a los suelos y las reservas de agua. La idea que predomina desde hace al menos una década es abaratar el costo del metro cúbico de gas para constituirlo en la fuente principal de la matriz energética – argumentando su inocuidad ambiental frente al carbón y el petróleo- y colocando a las energías eólica y solar como respaldo. (Nota Trad.)
[15] Son reformas que se implementaron durante el gobierno de Obama. La regla Volcker toma el nombre de Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal, estableciendo medidas que puedan evitar que se creen entidades demasiado grandes para quebrar y que obliguen al Estado a salir siempre a su rescate, como ocurrió en el 2009 (Nota Trad.)
[16] Lehman Brothers es la icónica empresa especulativa de servicios financieros quebrada en 2008, año del crash financiero. La crisis “de la deuda mejicana” de 1982 se produce por un sobreendeudamiento de Méjico con los bancos norteamericanos que explota en ese año: Méjico declara la imposibilidad de pagar su deuda. Creo que Galbraith estima que la salida de países de la eurozona traerá su endeudamiento con la banca norteamericana, pudiendo luego repetirse la experiencia mejicana: el no pago de la deuda. (Nota Trad.)
[17] El final de lo normal, Simon and Schuster, New York, 2014. Dice Galbraith en el Capítulo ¿Por qué no vuelve la economía del crecimiento y qué hacer cuando no lo hace?: Debemos restaurar el conocimiento logrado por Keynes y Minsky, y el alcanzado durante el New Deal, acerca de las inestables especulaciones y fraudes financieros, luego borrado por la doctrina de los mercados eficientes. Una nueva economía debe descansar en un marco biofísico e institucional, reconociendo que el capital fijo y la tecnología integrada son esenciales para unas operaciones productivas eficientes, pero que los costos de recursos pueden hacer frágil a cualquier sistema fijo, y que la corrupción puede destruir cualquier institución humana.(Nota Trad.)