www.librevista.com nº 58, junio 2024

África a la vista

x Daniel Vidart[1]

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Fuente de la imagen: Wikipedia

Esta nota debía titularse “África portentosa” pero, sin la debida explicación, la denominación podía provocar equívocos o torcidas interpretaciones. “Portento” significó primitivamente en latín presagio, pronóstico, pero en el siglo XVI la deriva semántica convirtió a la voz en el equivalente a hecho admirable. De tal modo la denominación “África portentosa”, considerando las maravillas y lástimas que escondía en su seno, fue aplicada a la tercera masa continental perteneciente al único mundo conocido, que comenzó a llamarse “Viejo” luego del descubrimiento de América. 

En los mapas medievales y renacentistas de las tierras que se dilataban al sur del litoral mediterráneo (África), visitadas y colonizadas desde muy antiguo, figuraban leyendas tales como “hombres sin nariz” u “hombres sin lengua”. Estos seres monstruosos, que poblaban los espacios mortificados por la humedad y el calor, eran considerados como criaturas potencialmente peligrosas. En consecuencia, su exterminio corregiría los errores de la naturaleza y, a la vez, franquearía el paso hacia riquezas codiciadas por la cristiandad. Aquellas representaciones fantásticas poblaban las cartas geográficas de entonces. En un mapa trazado por Le Testu en el siglo XVI figura un monoculus, un engendro con un solo ojo, semejante a los cíclopes de la Odisea. Y en otros aparecen criaturas caricaturescas, a las que se les representaba como cinocéfalos (con cabeza de perro), sombrípodos (seres con un solo pie gigantesco que, alzado, oficiaba de sombrilla), acéfalos (descabezados con  ojos, nariz  y  boca  en  el pecho), opistópodos (con los pies al revés), andróginos (con los dos sexos en un solo cuerpo), etc.

 

La existencia de los negros se conocía desde mucho tiempo atrás. Cuando el cartaginés Hannon, a fines del siglo VI a.J.C, regresó de su periplo que lo condujo hasta el Golfo de Guinea, enseñaba, a modo de trofeo probatorio, las pieles de tres negros despellejados por los expedicionarios púnicos. También, tempranamente los árabes habían visitado Abisinia, el Cuerno de Somalia y la costa del Océano Índico. La península arábiga está separada del África por el estrecho de Bab el Mandeb, el “paso de las lágrimas”, nombre que sugiere interpretaciones siniestras. Hubo esclavos negros en Egipto, que no solamente conoció, en revancha, faraones negros, sino que, al explorar buena parte del interior africano, estableció cortas o duraderas relaciones con diversas etnias nigríticas. El contacto de culturas provocó, las inevitables ósmosis y mestizajes entre las distintas cosmovisiones y morfologías corporales.

Hubo también esclavos negros en Grecia y Roma, al igual que en el Cercano, Medio, y aún Lejano Oriente, pues los árabes salvando grandes distancias marítimas, lograron venderlos en India y China.
África, por esos siglos, aún no era conocida por su nombre actual. En el mapamundi de Hecateo de Mileto (550-475 a.J.C.) figuran tres continentes: Europa (de ereb, voz semítica que quiere decir “donde se pone el sol”, o sea ”Occidente”), Asia (de asu, término acadio, cuyo significado nos remite al lugar “desde donde sale el sol”, “el Oriente”) y Libya (¿de libis, “viento del sur”, o lubim, un pueblo de la zona, así llamado en  hebreo?). En el mapamundi de Eratóstenes de Cirene (276-194 a.J.C) se distinguen en la citada Lybia la ubicación de los etíopes, nubios y trogloditas. Etíope en griego significa cara quemada, aludiendo a los negros, mientras que los libios tenían las facciones más claras, como todos los norafricanos.

En los mapamundi de la Baja Edad Media y el Renacimiento se indica que los humanoides deformes dilataban sus dominios a la espalda de las tierras del Preste Juan, aquel presunto y misterioso descendiente de los Reyes Magos que los portugueses, una vez iniciadas sus navegaciones más allá del Cabo de las Tormentas, situaron en Etiopía, y no en la India, como contaba la leyenda medieval.

 

Voy a referirme, sucintamente, a los espacios y a los tiempos que otorgaron forma y sentido a las humanidades africanas desde los arcaicos pobladores de Olduvai a los emigrantes clandestinos nord y subsaharianos de nuestros días. Se trata de un necesario regreso a las fuentes, siquiera en calidad de carta de intención. 

La negritud, voz de uso reciente, apunta a lo cultural y reivindicativo; los antropólogos físicos que describen las exterioridades somáticas, por su lado, distinguen entre negroides y nigríticos. Veamos como juegan entre si estos términos. Los negroides comprenden a los pueblos que ostentan epidermis oscuras o muy oscuras residentes en el África (melanoafricanos), Oceanía (melanesios) y Asia (drávidas y pre drávidas de la India). Los nigríticos se circunscriben al África y entre ellos figuran los sudaneses, guineanos, congoleses, nilóticos y sudéstidos (zulú, suahili, tonga, basuto, etc.) Los etíopes, somalíes, pigmeos, hotentotes y bosquimanos no son negros propiamente dichos. Y existen algunos grupos metamórficos, como los malgaches (a Madagascar llegaron malayos en el siglo XVI y siguientes, mezclándose con los negros) y los grupos de las mesetas nororientales, como los masaide de Kenia y Tanzania, que son el fruto de intensos y continuos mestizajes entre portadores de distintas conformaciones corporales. No hablo de razas porque no las hay. Ni tampoco ha existido ni existe comunidad humana que se mantenga idéntica a sí misma en sus rasgos somáticos y equipamiento cultural a lo largo del tiempo y a lo ancho de los distintos nichos ambientales.

El Homo viator (caminante) califica el aspecto dinámico del Homo sapiens. Los pueblos melanoafricanos han realizado grandes migraciones internas, las que continúan en la actualidad, activadas por los desplazamientos que provocan el agotamiento de los suelos lateríticos, las hambrunas y las guerras, a lo que debe sumarse el flujo creciente de emigrantes tras la Quimera de Oro trasmediterránea.

En cuanto a la voz negritud (négrerie en francés) caben algunas aclaraciones. Dicha voz no es inocente. Posee énfasis contestatario; revela una actitud levantisca, anticolonialista. Constituyó el arma intelectual de las élites afroamericanas, que la aclimataron en Francia allá por al año 1935, de la mano del martiniqués Aimé Césaire, el guayanés León Gontran Damas y el senegalés Léopold Sédar Senghor. La voz negritud apunta intencionalmente al despreciado nègre, un sujeto humano objetualizado por la hegemonía del colono blanco, y no al abstracto color noir, aplicable a la epidermis de las personas y la superficie visible de las cosas. Una distinción semejante se ha dado en el idioma inglés entre niger y black, entre un ser discriminado desde lo profundo del prejuicio y el tono de ese envoltorio exterior que se llama piel.

Los antepasados del hombre, originarios del hogar africano, entretejieron un rico tapiz de sociedades dotadas de sorprendentes culturas, tanto por su originalidad como por su esplendor mágico y religioso, condensado en lo que nosotros llamamos arte y que para ellos supone la representación materializada de los dioses, de los espíritus, de los poderes que animan la naturaleza toda. 
Dicho modo de proceder responde a un tratamiento holístico poco común de las continuidades y fracturas que exhibe la grafohistoria (historia escrita) africana en ambos litorales del Atlántico. Al referirme a la grafohistoria estoy mentando a la historia escrita a partir de la adopción, que ya tiene cinco milenios, de un registro visible y legible, muy posterior a la praxohistoria, la historia acontecimiento, que es a la vez madre e hija de las sociedades humanas. Una aclaración más. Con respecto a la grafohistoria africana, en especial, hay que tener en cuenta que ella fue redactada –y deformada– por los escribas al servicio de los señores colonialistas. Pero existe otro modo de retener, de evocar, de comunicar el pasado. Se trata de la mnemohistoria (historia de la memoria) la cual se transforma en lalohistoria (historia oral) al trasmitirse desde los archivos de la mente a la voz que cuenta. La memoria tribal de los africanos se trasmitió, como una posta en la carrera del tiempo, de griot a griot, de donikeba a donikeba (narradores), esos “maestros de la palabra” que guardaban en sus memorias la trayectoria tribal por el espacio y por el tiempo. Los datos acumulados en aquellas cabezas canosas fueron siempre más exactos que los de la historia oficial escrita por los amos colonialistas y muchas narraciones de antropólogos. 
Estos depositarios de las tradiciones del grupo estaban, y lo siguen estando, entrenados para grabar en la base de datos de su cerebro los sucesos que, siglo tras siglo, fueron soldando los eslabones de la historia vivida, construida y padecida por los hombres. La trasmisión oral de los sucesos, si se recoge, depura e interpreta correctamente, resulta valedera. Así lo certifican los capítulos redactados por los científicos sociales e historiadores negros en la monumental Historia del África publicada por la UNESCO.

Al margen de todo narcisismo promocional quiero dar cuenta, que yo sepa, de la primera invitación (que recibí) para emprender un imprescindible viaje a las raíces toda vez que se investiguen las raíces las etnias melanoafricanas  traídas al Uruguay en los tiempos de la trata de negros.
En tal sentido me permito señalar que yo me atreví a incluir en el capítulo primero de una obra, escrita por otros autores y publicada en el año 2000, un  atisbo previo donde ofrezco una visión sintética de las humanidades y culturas  del  África negra. (Desde el Africa negra pp. 9- 67, en Olivera, T. -Varese J.A., Los candombes de Reyes, 2000. En el documentado primer tomo del tratado de Oscar D. Montaño, Historia Afrouruguaya, Tomo 1, 2009, se adopta este criterio).
Y allí también solicité, exigencia que reitero, la creación de un departamento o instituto africanista o, por lo menos, la incorporación al pensum universitario nacional de una serie de disciplinas centradas en el tema de las culturas afroamericanas. 

A las culturas indígenas, inexistentes hoy en nuestro suelo, se le estudia y rastrea, en la mayoría de los casos con la necesaria seriedad académica aunque algunos espíritus románticos –llamémoslos así─ en procura de arcaicas identidades y prestigios terruñeros, hayan inventado una ectópica Charrulandia. 

Pero hasta hace poco tiempo el mundo afrouruguayo había sido condenado al devaneo folclórico, al culto carnavalesco del tamboril y el desfile de los desvaídos relictos del candombe, es decir, que se prefirió la cáscara pintoresca al grano del ritualismo ancestral escondido en la caja de resonancia de culturas sumergidas que, con el correr de los decenios, se hace más problemático su reflotamiento.

El rescate de  los usos, costumbres y dispositivos materiales de los pueblos africanos, cuyos integrantes más fuertes y jóvenes fueron esclavizados e introducidos a nuestro país durante el período colonial y republicano, permitirá  situar en el mapa de la cultura las idiosincrasias, ceremonias y prácticas sociales de aquellos desdichados prisioneros.   Hoy, felizmente, existe una abundante y, en general, excelente bibliografía sobre este tema. Es preciso seguir investigándolo, ahondando los estudios documentales y de campo, pues, de no hacerlo, no haremos otra cosa que mirarnos el espejo de nuestra identidad…║

 

Comentario del editor de librevista

Esta es una presentación de África y sus habitantes esclavizados en el Río de la Plata y en tantos lugares más, de una enorme actualidad.
Es la visión de un investigador antropológo que destaca el detalle, la dinámica, el mestizaje y el cambio de las comunidades humanas.

Dice Vidart: “No hablo de razas porque no las hay. Ni tampoco ha existido ni existe comunidad humana que se mantenga idéntica a sí misma en sus rasgos somáticos y equipamiento cultural a lo largo del tiempo y a lo ancho de los distintos nichos ambientales”. Puede agregarse la tajante opinión contradictoria de Michel Wieviorka: “…todos los hombres y las mujeres pertenecen a una sola especie, la especie humana. Para un especialista en genética, la idea de raza no se sostiene…Los que hablan de razas… son racistas”[2] .
Se mantiene este debate, no hay opinión unánime, la definición de raza de la Real Academia de Letras Española[3] es un ejemplo, la teoría de la interseccionalidad de clase, raza y género es otro ejemplo más preocupante aún, pues viene del campo de ideas progresistas. Esta última, al intentar “cruzar” las “secciones” humanas de clase social, raza y género proporciona sustento al concepto de raza debilitando la lucha contra la discriminación basada en rasgos físicos y culturales.

La expresión “negro de mierda”, según lo anterior, no sería una expresión “racista”, y rechazarla no sería una actitud “antirracista”. Es una expresión de origen esclavista y discriminatoria de una cierta tonalidad de piel entre tantas humanidades mestizadas de origen africano o de otros orígenes.
La expresión “afrodescendiente” no incluye necesariamente a todas las personas de tez relativamente más oscura dentro de la gran paleta de colores de las humanidades.
La expresión coloquial o descriptiva “negro” o “negra”, tal como la usa Vidart en su texto no es insultante y desde luego no es discriminatoria.

Que lo sea depende de su contexto.║

[1] Investigador y antropólogo uruguayo (1920-2019). Texto de una serie que el autor trabajó entre 2016 y 2017. Publicado en Facebook por su esposa Alicia Castilla el 12 de junio de 2022.

Al final, un breve comentario del editor de librevista.

[3] https://dle.rae.es/raza   Dice: 1.f. Casta o calidad del origen o linaje. 2.f. Cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia.

 

 

 

Palabras clave:

Racismo
Negritud
Africa
Daniel Vidart

 

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