www.librevista.com nº 55, octubre 2023

El capitalismo delegativo voluntario del Uruguay

x Alejandro Baroni Marcenaro

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Donde juega la celeste
Donde juega la celeste
Todo el mundo boca abajo

Canario Luna

 


¿Qué decir del capitalismo?

Parece ya que “capitalismo” no dice mucho. Obliga a su adjetivación.

Siguiendo literatura clásica y en palabras breves, un lugar donde se practica “capitalismo” consiste en un conjunto de personas (no un ente celestial, ni un sistema) que tiene una forma de trabajar, de relación, donde se contrata mano de obra a cambio de un salario. Es el ejercicio de un capital (riqueza acumulada) para crecer y obtener más riqueza. Ese capital puede estar en manos privadas, estatales o mixtas.

Desde luego, esta relación entre personas admite variaciones enormes, desde la ilimitación de la jornada laboral, el pago en especies que no se pueden transar en otros lugares, desde la inexistencia de derechos a vacaciones, seguro laboral o sanitario, hasta el acuerdo de convenios colectivos que comprendan más o menos derechos y retribuciones o la aceptación de organización sindical, hasta el reparto de acciones entre trabajadores, comités de consulta de gestión, cogestión y reparto de beneficios.

Hablar de “capitalismo” entonces implica un grado de abstracción hasta el punto que a veces es difícil saber de qué se está hablando. Aunque sí haya un núcleo común a los “capitalismos”: los propietarios y gestores del capital, de los medios de producción, cambio, comercio, conocimiento, contratan a quienes tienen fuerza de trabajo relativamente libre, no esclava ni perteneciente a un feudo o servidumbres religiosas – aunque estas culturas puedan confundirse y extenderse para practicar suertes de esclavismo o feudalismo en la era del capital.

Ya están lejos los debates en la izquierda de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, acerca de si en Uruguay había un capitalismo “semifeudal” agropecuario –posición histórica desde la Internacional comunista– o bien de un capitalismo “dependiente”, caracterización sostenida desde el libro El Proceso económico del Uruguay del Instituto de Economía de Udelar, o bien de un capitalismo “periférico” y/o “subdesarrollado” defendido por la CEPAL. Cualquiera de esas caracterizaciones sugería líneas de acción políticas que se practicaron.

Desde luego, a quienes consideraban y consideran al capitalismo como el fin de la historia, eterno hasta el fin de los días no les interesa demasiado caracterizarlo en cada momento, pues de alguna manera llegará el mercado salvador, aunque se vista de enormes salvatajes estatales a las financieras y portadores de papeles en crisis. Para esas posturas, el capitalismo es el padre eterno, la propiedad la madre inmortal y la libertad del capital la tía, abuela, bisabuela y tatarabuela.

Desde los años noventa y ochenta, la academia e investigaciones en ciencias sociales se fueron impregnando de visiones especializadas y separadoras, la economía por un lado se concentró predominantemente en preocupaciones fiscales e institucionales, la sociología en textos descriptivistas fotográficos, y la cultura psicológica u antropológica se desplazó aún más aparte. Estos desplazamientos teóricos trajeron el abandono de los intentos de visiones integradoras, transdisciplinarias, así se fue coronando la jerarquización de una tecnocracia, y sobre todo la consideración del “capitalismo” como un ente, sistema, o mecanismo independiente de sus hacedores.
Como excepción, en los años noventa apareció el ensayo El País de los vivos de Martín Rama entre intelectuales progresistas, o liberales en sentido estadounidense, acerca de la conducta de la clase “capitalista” y su “viveza criolla” amoral. Según el autor, “curraban”, "ensartaban", "se colaban" y "garroneaban" al resto, en lenguaje tanguero. La implicancia política resultante –practicada en los gobiernos progresistas– fue la voluntad de cambiar esa moral criolla ajustándola a un tipo ideal de capitalista, controlándola con gran desconfianza desde las reglas institucionales, y apoyándose en mejores culturas “capitalistas” externas que concurrieran.
Según una visión alternativa, a comienzos de siglo, Tomás Linn presentó la victimización del Estado a la sociedad. En su libro Los nabos de siempre, defendiendo a quienes supuestamente cumplían sus obligaciones sin currar ni ejercer presiones corporativas, comportándose algo así como una especie de clase media impoluta.

En este texto se va a caracterizar al “capitalismo” de manera diferente de las visiones ya clásicas, y también de las más contemporáneas. No solamente se van a señalar características de la clase “capitalista”, también se mencionarán características ciudadanas, culturales y políticas, señalando aspectos distinguibles del “capitalismo”, visibles, no generalizables sin sus excepciones, que coexisten al mismo tiempo, y se turnan en importancia de forma algo azarosa y sorprendente.

 


Capitalismo delegativo voluntario

En los años noventa, Guillermo O’Donnell, argentino, gran ironista liberal que estudiaba las transiciones desde las dictaduras del cono sur americano hacia las nuevas democracias y se preocupaba por la sostenibilidad democrática, introdujo la noción de democracia delegativa.
Decía el autor: “con el término ‘delegativa’ señalo una concepción y práctica del poder ejecutivo que presupone que éste tiene el derecho, delegado por el electorado, de hacer lo que le parezca adecuado para el país. También afirmo que las democracias delegativas son inherentemente hostiles a los patrones de representación normales en las democracias establecidas, a la creación y fortalecimiento de instituciones políticas y, especialmente, a lo que denomino ‘responsabilidad horizontal’”. En su obra, O’Donnell resiste esa democracia delegada “verticalizada”, sosteniendo a la responsabilidad ciudadana, “horizontal” como muy preferible.

Aquí nos permitimos trasladar –con cierto atrevimiento– ese tipo de  delegación que O’Donnell describe para la democracia, a la práctica colectiva del capitalismo en el Uruguay.
Según una breve descripción, la ciudadanía activa delegaría, cedería espacio voluntariamente al ejercicio mediocre y conservador, al mismo tiempo que apropiador de riqueza con mínimos cuidados, defensas y una gran cantidad de justificaciones de todas las partes involucradas.

El espacio cedido se produce mientras la ciudadanía accede con gradualidad a nuevas tecnologías y servicios como el televisor, el celular, el calzado deportivo, las motos chinas, el transporte automotriz individual y las aplicaciones informáticas más diversas, mientras las encuestas de hogar informan de la falta de calefones, calefacción y servicios de saneamiento adecuados.
 
La delegación es como el ejercicio de un poder que deja hacer a otro poder, un otro poder que no es un algoritmo o una Inteligencia Artificial. No es prescindencia, ni subestimación o sobreestimación de ese otro poder, ni necesariamente viveza, tanto es así que se lo cuida de ajenos y extraños. Al fin y al cabo, ellos son producto de la celeste, son once jugadores, gente como uno. Un modus vivendi.

Y están relativamente identificados quiénes son ellos, a quienes se les delega. No está claro si el sentimiento es que no vale la pena el esfuerzo o bien no están claras las mejorías, o si es un cálculo neurocerebral cultural intuitivo. Es probable lo último. Otra manera de verlo hipotéticamente es la hiperlógica vazferreirana que las personas aplican a su vida, tomando la decisión de dejar hacer, sopesando pros y contras, grados de concordancia y oposición, conveniencia e inconveniencia, todo al mismo tiempo.

El capitalismo oriental es voluntariamente delegado por la sociedad en manos de un comité ejecutivo que ordena las relaciones humanas, según un conjunto opaco, difuso, integrado por el Ministerio de Economía y Finanzas, gestores varios, asesorías directas, CEOS de empresas privadas agropecuarias, agroindustriales, bancarias estatales o privadas, de servicios estatales, el Banco Central, la oportuna calificadora de riesgos e influencers parlamentarios y ejecutivos.  En el panorama visualizado están invisibles adecuadamente –porque no juegan– las Agencias locales reguladoras técnicas de energía, agua, comunicaciones, Tribunal de cuentas o Instituciones que técnica y jurídicamente velan por derechos públicos y ambientales.

Es manifiestamente un comité político, luego jurídico, no al revés. No es que este poder ejecutivo sea colegiado, aunque pueda a veces parecerse, porque tiene un comité de CEOS vip más o menos cambiante.

La delegación voluntaria es una actitud compartida por quienes no poseen capital y quienes lo poseen en diferentes grados.   
Esta cultura de la delegación voluntaria no debe confundirse con una servidumbre voluntaria aunque lo disimule y tampoco con ausencia de proyectos e ilusiones. Al ceder provisoriamente esos espacios de poder, hay dedicación a múltiples actividades, se produce el refugio activo – prontos para la autodefensa– en asociaciones profesionales, agremiaciones empresariales, educacionales, sindicatos, clubes, centros barriales, iglesias, agrupaciones culturales, grupos de viaje y entretenimiento. Asombra la cantidad de actividades y roles que pueden asumir las personas en el Uruguay, así como la diversidad de habilidades y capacidades. Un funcionario puede ser un destacado ajedrecista o cultor cinéfilo refinado, coleccionista de sellos raros, o especialista en jazz, compositor de rock and roll y letras de murga, al mismo tiempo que contador del Ministerio.

La aparente dormidera suele acabar si se siente necesario sacar del forro al alegre grupo de CEOS que incumplió sus promesas de seguridad y bienestar, comunicó mal o se apropió indebidamente de valores tasables o simbólicos.

Mientras los CEOS proceden en sus trabajos –a veces como premio consuelo por no haber sido electos y del que no tienen la menor idea profesional o técnica– la ciudadanía, en términos generales, aunque con movimientos contestatarios minoritarios reclamantes, deja hacer, salvo esporádicos actos de protesta, revueltas más o menos espontáneas que pueden alcanzar masividad, y debates oscuros en redes sociales. Los movimientos minoritarios no son para nada superfluos, revelan mucha cosa invisible –aunque algunos puedan estar cómodos en su cajón confortable– aparecen, reaparecen, desaparecen, y luego aparecen diferentes.

Parece importar poco si las empresas privadas no investigan y desarrollan, no invierten productivamente y se transforman en rentistas importadoras, si el Ministerio de Ambiente no tiene recursos, si las cuencas de agua están contaminadas, si se fumiga con fruicción, no se protege fauna y flora, si la economía ambiental no se estudia ni es mencionada por especialistas, si las empresas estatales no aseguran derechos básicos como al agua potable o viviendas adecuadas faltantes, o si se retacean medicamentos en los hospitales públicos. Los defectos se amortiguan con los recursos clientelísticos para amistades, con sus límites dictados por las teorías fiscales violables.
Las responsabilidades están repartidas desigualmente.
Parece haber silencio, aunque no sordera, que aparece selectiva.

Como la cosa está delegada, no hay iniciativas asociativas productivas de inversión. Las iniciativas de autogestión y cooperativización se producen cuando la empresa fugó o quebró y dejó en la calle a sus trabajadores y éstos pueden tomar en sus manos el capital apropiándoselo con sus derechos laborales impagos y en ocasiones con préstamos bancarios difíciles. La elección de ese camino es una cuesta arriba muy dura, porque por algo esa empresa se fundió, haciéndola nada fácil de recorrer.
Y en el Estado, “que ellos administren mientras venga la de fin de mes”, sin plantearse una participación en decisiones, beneficios y pérdidas.

 


Capitalismo amortiguado garantista conservador 

Cierto garantismo y reparto social relativo desde luego molesta a quienes pretenden que la sabiduría del capital es intrínsecamente buena y que conviene dejarlo hacer para que derrame quién sabe cuándo. Desde luego, el derrame hacia la gente amiga y como una existe. En este sentido, la teorización y el deseo de libertad para quienes están ya en disposición de capital y herencias es destacable.

Los riesgos que se toman los inversores son acotados y a corto plazo. Las asesorías de inversión lo tienen claro. Nada de cosas raras, la Bolsa de Valores es un canto a la bandera.

Se exporta lo mejorcito, la tecnología ganadera o agrícola se compra mayoritariamente, y cada tantos años emerge algo novedoso como fue la trazabilidad del ganado. Se forman startups en las actividades administrativas informáticas de medios de pago, o algún diseño y venta de servicios online al exterior. Allí hay destaque y a veces se junta un unicornito.
Las escuelas de emprendedurismo con cultura individualista proliferan, y estudiantes las terminan aplicando, con su herencia y algún préstamo, a las industrias de la información y a la actividad culinaria.

La proliferación de estudios de asesoramiento económico jurídicos notariales es notable. Se sabe y es reconocido en el exterior el nivel local de las maestrías y doctorados en manejo financiero del dinero, para acá, para allá, para quien llega a vivir y quien se va, se lo sabe asesorar muy bien con seguridad, para formar empresas libres de imposiciones “injustas”. Miradores exquisitos de la variación internacional de precios de materias primas, sumando un poco de viajes y contactos, indican qué plantar y en qué canasta poner huevos y ovarios.

 


Capitalismo de exportación

Las ya referidas oficinas de asesoramiento financiero crean portafolios a diestra y siniestra para los dineros sobrantes, cada vez relativamente mayores, que acumulan los medios agroexportadores ganaderos y agrícolas y empresas complementarias, y que derraman limitadamente a los círculos en derredor, como profesionales, comercios, servicios, empresas constructoras, fundaciones amigas y otras.

La fuga de capitales está documentada y en crecimiento. Así como la de jóvenes prometedores para la academia y empresas, futbolistas y militares en misiones de pacificación o controles ya armados en algunas zonas conflictivas.
Hay otras fugas y encierros ya demasiado estudiados: hacia la educación privada de élite que asegure las futuras relaciones amistosas capitalistas, la salud diferencial, barrios privados con servicios de vigilancia, varios automóviles por familia y cámaras vigilantes.

 


Capitalismo integrado al mundo

El concepto de capitalismo periférico y/o subdesarrollado, como aquel que está en la periferia de un supuesto capitalismo central, no es ya adecuado. No solo porque ya no hay un central.  El Uruguay forma parte del eslabón inferior de la cadena de suministros alimentarios en granos, carnes, animales y su genética. No necesariamente es satélite, aunque pueda serlo con su volumen de producto de exportación relativamente menor, cumple con importantes nichos de mercado que otros países y empresas no logran cubrir o no saben hacerlo.
Desde luego, una mayor agregación de valor traería una mejor inserción y retorno, pero no borra lo anterior, que es una integración.

La abundante cantidad de uruguayos orientales en el exterior, en universidades, empleos académicos, profesionales, técnicos, comerciales, servicios domésticos, futbolistas y otras ocupaciones es otra manera de ver la integración de Uruguay al mundo. Y el capital uruguayo – ya tradicionalmente por décadas derramado en bancas exteriores amistosas– además se invierte en países de América en tierras, producción agrícola y ganadera, una exportación de capital bien asesorado.
¡Cómo facilita el Mercosur cuando conviene y que no se pierda la ciudadanía uruguaya si se logra la europea!

 


Capitalismo encapsulado

La delegación voluntaria y la facilidad emigratoria del capital y recursos humanos presenta la cara complementaria del encapsulamiento junto a la gente como uno, el cuadro de fútbol, al club de los importadores, exportadores, del arroz, la forestación, el círculo de los emprendedores insatisfechos. Es más que corporativismo defensivo.
La conexión inmediata con el mundo globalizado y las tecnologías que pueden comprarse buscando la diferencia y ventaja comparativa. Eso trae que la investigación endógena sea mínima en propios y ajenos laboratorios, y que los convenios de investigación de empresas con institutos universitarios sean prácticamente inexistentes.

 


Capitalismo envejecido

Las formas de cálculo de pobrezas, ocupación y desocupación son un canto estadístico a la tranquilidad moral y exoneración de culpas. Hay que vivir muy mal en el Uruguay para ser considerado pobre.

Aún con tales métodos benevolentes de cálculo, el país tiene un porcentaje de pobreza relativamente menor que el promedio latinoamericano, aunque destaca por el mayor porcentaje de niños y adolescentes pobres en relación con la población, una cifra muy estudiada por diversas fuentes.  Un escándalo ya difícil de disimular.

Mientras tanto, saltan las alarmas para las generaciones mayores, por el déficit en diversas “cajas” de la seguridad social jubilatoria y se implementan soluciones urgentes, como un plebiscito, dejando aparte aquí y ahora su mayor o menor conveniencia política.

No puede haber aquí falsas oposiciones. Un jubilado o pensionista pobre es un pobre que perdió sus derechos a una buena vida.
Dicho lo anterior, debería pensarse en el futuro de los mayores y más aún en el futuro de los menores. Y tomar opciones, prioridades, para el esfuerzo político, finito, limitado, voluntario, de grandes cantidades de personas.

Y lo que resalta, en este capitalismo envejecido, es que no hay esfuerzo fiscal significativo, para los niños y adolescentes pobres. No estamos hablando simplemente de mejorar asignaciones familiares, u otras prestaciones. Sin excluir nada, esto es acerca de sacarlos de la pobreza, proveerles adecuada educación y medios, sacar a los más inquietos de las ofertas de empleo de narcotraficantes y sicariato.

¿Qué tenemos en las cárceles? Mayoría de jóvenes pobres analfabetos estudiando para el delito, en crecimiento. ¿Qué tenemos al salir de la cárcel? Un Instituto de reinserción pobre con dos psicólogos y una lista de espera interminable para vivienda, en decrecimiento. Un setenta por ciento reincide en el delito.

“No quieren trabajar, no quieren estudiar”. Claramente que no. “No aguantan y se van”. Obviamente. Con lo que les paga el supermercado, el comercio, la empresa de limpieza, la de seguridad, el sello musical, el delivery no da, o sí da para vivir en la pobreza, ahorrar para emigrar a otro país, o enviar remesas a sus países de origen. El capitalismo envejecido no entiende de fuerza de trabajo joven con iniciativas, novedades, incomodidades, indisciplinas, y bien remunerada.
Entre jóvenes hay nuevas individualidades, polifónicas, reivindicativas, culturalmente diversas, en género, culturas, musicales, artísticas, expresiones donde no falta talento científico y menos creatividad. Este capitalismo envejecido no los ve, está ciego para ellos y ellas. En 2022 y 2023 la mitad de los intentos de suicidio registrados corresponden a menores de veintinueve años, la mayoría mujeres.

 


Capitalismo del contenedor variable

Hay multitud de pequeñas riquezas, de pequeños y medianos capitales que no saben qué hacer además de la manida compra en crecimiento de cero kilómetros, algún papel financiero o apartamentos para alquilar. En búsqueda de la oportunidad, el viaje a las ferias asiáticas es usual y la traída de contenedores llenos de ropa de bajo precio con altísimas tasas de falla. Una vez colocado al por mayor el contenido del contenedor en diversas ferias y comercios, si el negocio no es lo suficientemente lucrativo, el contenedor vuelve a recalar en algún puerto del sur de China –a veces gestionado por oficinas residentes en manos de uruguayos– para llenarse de motos eléctricas o sus piezas de ensamblaje. Llegado al puerto de Montevideo, la moto se atreve y se publicita como el futuro del transporte limpio y exonerado de ciertos gravámenes.   

 


Capitalismo futbolero

El Uruguay tiene, para asombro mundial, una alta generación de futbolistas de calidad. La cultura, padres, madres y familia ven en el futbolista un motivo de orgullo y pase eventual a la fama y riqueza, la casa propia o el quiosco de la vieja. Y hay una red formidable formativa desde la niñez. Solo hace pocos años se descubrió que esa calidad diferencial podía ser profundizada con un programa de largo plazo que incluyera a la selección mayor, las juveniles y las formativas de los clubes.

Poco y nada de eso ocurre en otros campos de la habilidad y el conocimiento, pese a extraordinarios esfuerzos de docentes y programas aislados. Poco pueden ante el capitalismo delegativo voluntario, conservador, envejecido y fugador. 

Existe un parecido con la manera de jugar al fútbol, simple, intuiciones y picardía, pocos pases, pases largos a dividir, grandes goleros salvadores, garra y orgullo en el espacio personal y grupal, camiseterismo insólito y fidelidad a ese club empresa que brinda satisfacciones deportivas y sobrevivencia financiera. Los líos frecuentes en la “liga”, cruzados permanentemente por intereses particulares extradeportivos se opacan cuando juega la celeste.   

Alguna gambeta exquisita o característica especial que permite pasar a su intérprete a mejores ambientes económicos, como material de exportación para volver luego, a los años, al club o contenedor refugio de sus amores, con más o menos dinero y profesionalismo. ║
(continuará)
Agradecimiento por sus comentarios a: Graciela Gómez Palacios

 

Palabras clave:   

Capitalismo delegativo
Futbol
Viveza criolla


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