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nº 61, noviembre 2024

Premio mención librevista de ensayo 2024

La odisea de parir

(en estos tiempos, en Latinoamérica)

x Ornella Landini[1]

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Este es un relato y un ensayo. A partir de mi relato, voy a desplegar algunas preguntas. A partir de esas preguntas, intentaré respuestas posibles. Apenas sugerencias, para pensar la articulación entre la violencia y la manera en que nuestros hijos llegan al mundo, entre el feminismo y la lucha contra la violencia de género, entre el sistema médico y el capitalismo salvaje…

Podría seguir nombrando la multiplicidad de temas que atraviesan este relato/ensayo, pero para comenzar diré que el próximo 28 de abril habrán pasado nueve años del nacimiento de mi primera hija, y seis del nacimiento de mi segundo hijo. Soy de nacionalidad argentina, y mis hijos nacieron en mi país, en una institución privada con diferentes equipos obstétricos.  En estos casi nueve años, la lucha de organizaciones feministas ha logrado visibilizar las condiciones en que se llevan a cabo los partos y nacimientos  en el país, poniendo en primer plano los derechos de las madres y sus hijos en el momento del nacimiento, denunciando la violencia que circulaba día a día, animando a las víctimas a alzar la voz. Las cosas han mejorado, las instituciones se han aggiornado con emblemas y certificaciones, aceptan planes de parto, incluso tienen pelotas de esferodinamia para que la mujer pueda mover la pelvis durante el trabajo de parto.  Sin embargo, los índices de violencia no descienden, y la tasa de cesáreas tampoco. ¿Cómo puede ser esto posible?  Ahora sabemos, nos informamos, tenemos doulas, tenemos internet (antes también, pero no estábamos advertidas del peligro, de ESTO no se hablaba “mientras el bebé estuviera sanito”).  Ahora no naturalizamos un rasurado púbico, ni nos callamos si nos saltan en la panza con una maniobra de Kristeller[2] , porque sabemos que es peligrosa. Nos empoderamos, estudiamos, aprendimos a cuidarnos, a salir acompañadas, a parir acompañadas. ¿Será posible que esto incremente la violencia a otro nivel, más sutil, pero igualmente violento? ¿Más peligroso, incluso, por su propia sutileza, por su carácter difuso? Si antes la violencia saltaba a la vista con parteras que gritaban “¡Callate y pujá!”, “¡Si te gustó, ahora bancate que duela!” y cosas por el estilo, me pregunto qué formas habrá adoptado esta violencia ahora que esas prácticas son inaceptables a los ojos de cualquiera, ahora que ya no se puede escuchar un partido de fútbol en sala de partos. Habrá que escuchar a las madres recientes, a las madres que han sufrido pérdidas perinatales y que son forzadas a compartir piso o habitación con las que tienen a sus bebés en los brazos. Seguro la violencia se ha transformado, pero sigue allí.

Decía Foucault, allá por el ´75:
“Pero podemos, indudablemente, sentar la tesis general de que en nuestras
sociedades, hay que situar los sistemas punitivos en cierta "economía política" del cuerpo: incluso si no apelan a castigos violentos o sangrientos, incluso cuando utilizan los métodos "suaves" que encierran o corrigen, siempre es del cuerpo del que se trata —del cuerpo y de sus fuerzas, de su utilidad y de su docilidad, de su distribución y de su sumisión.”
(Vigilar y Castigar)[3]

Y no puedo dejar de pensar en la vigencia de esta tesis. Tal vez sea posible ponerla en relación con mi relato, e incluso con la situación actual de los nacimientos en Argentina y en toda Latinoamérica.

 

***

Comienzo, entonces, a contar mi anécdota, una crónica breve del momento en que me convertí en madre:
—Esto está verde. No va a ser un parto—, dijo la partera mientras se sacaba los guantes de látex con indiferencia. Yo me quedé mirándola, intentando entender sus palabras que me cayeron como una sanción, una profecía ineludible. —Te podemos inducir pero vas a sufrir horas y no va a pasar nada, y vas a terminar en cesárea. Si vos querés, ya te reservo el quirófano y en una hora tenés a tu bebé en brazos─.  Así, en la era de la inmediatez, el nacimiento de mi bebé fue convertido en un producto. Para qué esperar a que el cuello del útero “madure” y a que el bebé esté a término, si podemos tener una hermosa y emotiva operación de cirugía mayor, rápida e indolora y donde el protagonista, el héroe de la historia, es el que lleva el bisturí. —A la tarde ya estás caminando—, completó el paquete: un nacimiento express. Decidí aceptar la oferta, ya que sufrir sabiendo que el desenlace iba a ser el mismo, no me dejaba verdadera opción. Mi hija nació en veinte minutos y yo tardé un año en entender y procesar qué había pasado ese día y por qué no había tenido un parto normal.

Durante ese año me dediqué a estudiar puericultura, me formé como doula y comencé a especializarme en Psicología Perinatal. Conocí muchas mujeres que habían pasado por experiencias como la mía, y mujeres que habían pasado por situaciones mucho más difíciles, dignas de una película de terror. Basta con abrir el espacio para que se desplieguen relatos de parto y lo traumático hace su aparición, intentando hallar algún tipo de elaboración y alivio.

Volviendo a Foucault, podemos pensar en el cuerpo sometido, el cuerpo que produce a los fines de un sistema y de un andamiaje socio-político. En este sentido, también se delinea el cuerpo femenino como objeto de violencia machista y patriarcal, violencia obstétrica e institucional. Esto es un hecho del que somos testigos a diario en los relatos, las denuncias, los diarios:
“El cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido. Pero este sometimiento no se obtiene por los únicos instrumentos ya sean de la violencia, ya de la ideología; puede muy bien ser directo, físico, emplear la fuerza contra la fuerza, obrar sobre elementos materiales, y a pesar de todo esto no ser violento; puede ser calculado, organizado, técnicamente reflexivo, puede ser sutil, sin hacer uso ni de las armas ni del terror, y sin embargo permanecer dentro del orden físico. Es decir que puede existir un "saber" del cuerpo que no es exactamente la ciencia de su funcionamiento, y un dominio de sus fuerzas que es más que la capacidad de vencerlas: este saber y este dominio constituyen lo que podría llamarse la tecnología política del cuerpo”.

De acuerdo a los datos proporcionados por un informe publicado por la OMS[4] en el año 2014, la tasa ideal de cesáreas no debería superar el 15%. Por encima de esta cifra, la cesárea deja de estar asociada a la prevención de muertes o complicaciones durante el parto. En contraste con esta información, cuando comencé a investigar en torno al tema encontré cifras alarmantes de la tasa de cesáreas en América Latina (42,8%, según datos de la OMS[5] ), y en Argentina, casi el 30% (2021). El secreto para parir entonces, no era otro que saber las reglas del juego y aún así, intuía, leyendo testimonios y relatos de parto que resultaron en cesárea, que la casa por lo general ganaba.

Por lo que pude averiguar, la cesárea es la punta del iceberg de intervenciones con las que el sistema médico hegemónico atenta contra la fisiología: inducciones con suero de oxitocina sintética, episiotomías de rutina, roturas artificiales de bolsa…Y me espanté al ver la innumerable lista de procedimientos que, por protocolo, se hacen a los recién nacidos, algo que ni siquiera había cruzado mi mente durante el embarazo.
La medicina entonces, se tornó un escenario foucaultiano donde los cuerpos de mujeres y niños eran dominados, sometidos y controlados al servicio del mercado y de políticas convenientes a unos pocos. La lógica patriarcal desde la cuna. El disciplinamiento camuflado en un ambo blanco.

Continuemos leyendo a Foucault:
“...La minucia de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones, la sujeción a control de las menores partículas de la vida y del cuerpo darán pronto, dentro del marco de la escuela, del cuartel, del hospital o del taller, un contenido laicizado, una racionalidad económica o técnica a este cálculo místico de lo ínfimo y del infinito (…) Se trata en cierto modo de una microfísica del poder que los aparatos y las instituciones ponen en juego, pero cuyo campo de validez se sitúa en cierto modo entre esos grandes funcionamientos y los propios cuerpos con su materialidad y sus fuerzas”.

 

***

Y de regreso a mi relato: pasaron dos años hasta que decidí buscar un nuevo embarazo y, con este panorama, la idea de parir se equiparó en mi mente a una carrera de obstáculos. Por supuesto que consideré la idílica opción de tener un parto en casa, pero honestamente no me animaba ni tenía los medios económicos. Tenía certeza de que para lo único que necesitaba al sistema médico era para que no estorbara. Pero lo necesitaba: estaba comenzando a cuestionarlo luego de toda una vida de creer a ciegas, de obedecer al médico y a su figura blanca y enorme.

Dice (vaya si la habré leído, y releído) la Ley de Parto Respetado, en su artículo 2: 
“(Derecho:) Al parto natural, respetuoso de los tiempos biológico y psicológico, evitando prácticas invasivas y suministro de medicación que no estén justificados por el estado de salud de la parturienta o de la persona por nacer”.

En cuanto el test dio positivo comencé otra búsqueda: la de un equipo “no intervencionista” y que además atendiera PVDC, siglas que responden a Parto Vaginal Después de Cesárea. No resultó tan difícil encontrar algunas opciones, son los menos y sus nombres circulan por la web. Lo que sí sabía era que las prestaciones básicas de la obra social no iban a ser suficientes para cubrir los gastos, por lo que me puse a ahorrar. Así me presenté en el consultorio de la Dra. C., quién fue sincera: esperaba hasta la semana cuarenta y una de embarazo (41), no más. Que el equipo médico tuviera disponibilidad para esperar los tiempos fisiológicos de un trabajo de parto normal era una cuestión clave, así que no me convenció. Seguí buscando y conocí al Dr. P.. Tres horas de espera, el médico siempre estaba en un parto y pensé que si tenía la agenda desordenada y cancelaba sobre la hora, podía ser una buena señal. Además, esperaba hasta las cuarenta y una semanas más tres días (41+3): fue como encontrar oro en la cartilla de la obra social.

Llegando a la semana cuarenta (40) presenté mi plan de parto a la clínica y me entrevisté con los Jefes de Obstetricia y de Neonatología para negociar las condiciones bajo las que mi hijo iba a llegar al mundo. De más está decir que no fue una verdadera negociación, en mi plan yo enumeraba artículos de las leyes que amparaban mis derechos[6] y ellos asentían, lógicamente. El objetivo no era pedir nada estrambótico sino que me registren, con nombre y apellido, para no ser un número más.

“El plan de parto es un documento en el que la pareja puede expresar sus preferencias, necesidades, deseos y expectativas sobre el proceso del parto y el nacimiento. Disponer de esta información por escrito será de gran ayuda para el equipo profesional que atiende en el momento del parto, facilitará la comprensión del proceso y la participación activa tanto de la persona como de su acompañante[7].

 

Para esa semana sólo sentía unas hermosas pero nada regulares contracciones de Braxton[8] . Los días pasaban y mi cuerpo, pese a la homeopatía y al té de hojas de frambuesa, no daba signos de entrar en trabajo de parto. –Si no se larga antes, el sábado te tengo que internar–, dijo el obstetra como si pidiera disculpas. Cuando nos despedimos agregó que me ponía fichas, y yo le respondí, segura, que todavía había tiempo. Sin embargo, camino a casa, me desmoroné. ¿Y si no “se largaba”? ¿Quién y por qué puso la semana 41+3 como límite? ¿Por qué mi hijo no podía nacer cuando quisiera? Estaba furiosa y desesperada.

El miércoles a la noche empezaron las contracciones: tan intensas como irregulares. No podía ir a la clínica con ese combo y lo sabía. Si caía antes de tiempo, iba directo al quirófano. No sólo quería evitar eso, sabiendo que nueve de cada diez mujeres es víctima de violencia obstétrica en Argentina, la idea de llegar a la institución me aterraba. Cada espasmo de dolor me quitaba el aire, me aturdía la cabeza, pero nada me resultaba tan terrible comparado a los datos agrupados en el Informe Preliminar de abordajes de la Violencia Obstétrica[9] : maltrato, indiferencia, obligación de parir en soledad, las cifras son alarmantes. El documento citado señala:
“En la problematización de la VO (violencia obstétrica) confluyen, por un lado la consideración de que la práctica médica entanto práctica social estructurada a partir de jerarquías, intereses, relaciones de poder asimétricas, y destinada a un sujeto pasivo. Por otro, la vulneración a los derechos reproductivos de las mujeres ypersonas gestantes en relación a las formas específicas de violencia que se dan en la atenciónobstétrica, que incluye en muchos casos la vulneración de los derechos a la igualdad, a la nodiscriminación, a la información, a la integridad, a la salud y a la autonomía reproductiva”.

Al amanecer me encontraba dormitando en la bañadera. No recordaba cómo había llegado allí ni cuánto tiempo hacía que estaba en el agua. El plan era esperar hasta último momento en casa, acompañada por mi partera. La tarde avanzó a paso lento y seguro, mi cuerpo se acomodaba a las contracciones y descansaba de a ratos. Los tactos indicaban que mi cuello uterino iba camino a la desaparición y que comenzaba a dilatar: uno, dos, cinco centímetros. Era una fiesta.

El viaje en auto pareció una escena sacada de una comedia norteamericana. Caos de tránsito y embotellamiento en el barrio porteño de Once, pero llegamos. Pasé directo a sala de parto, con mi partera de escudo humano y ocho de dilatación. Comencé a pujar, no soplando o emitiendo vocales como me habían enseñado en el curso de preparto, sino con una fuerza descomunal, con todo mi cuerpo, tal como habían parido mi mamá y mi abuela antes que yo. La bolsa se rompió y sentí que me hacía pis pero no: era líquido amniótico. Mi bebé ya estaba encajadísimo y bajando por el canal de parto. “Te voy a dar una ayudita”, me dijo el obstetra en un rapto de aburrimiento, yo lo miré con odio y le grité que me deje pujar en paz y seguí, seguí y seguí con toda mi fuerza. La partera, en un pase de magia, le alcanzó un tarrito con vaselina para que ayude a contener la piel del periné y su ansia de protagonismo. La cabeza de mi hijo asomó y con la mano pude sentirla, tocar su pelo. Hice dos pujos más y nació. Eran las diez y diez de la noche del 19 de abril, cuatro años atrás.  ─Bienvenido, amor─, le dije, agotada pero triunfante.

 

***

Hasta aquí mi relato, crónica, ensayo. Unas últimas palabras para retomar mi pregunta acerca de las nuevas formas de violencia hacia las mujeres. Rita Segato habla de los cuerpos como territorio, más precisamente de la red de cuerpos de una comunidad móvil, no tan fácil ya de anclar en una jurisdicción. Ella ubica al cuerpo como blanco de biopolíticas, como forma última de control y como “bastidor donde se exhiben las marcas de la pertenencia”, desde la cuna, agregaría yo. El cuerpo de la mujer como base de la estructura, que en una alegoría sería como una pirámide invertida de acróbatas. Un cuerpo femenino, o feminizado, subordinado, castigado y agredido hasta la muerte: sería tan fácil sacarlo de allí, dice. Sería tan fácil pero no se puede. Es imposible, dice:
“Nunca hubo más leyes, nunca hubo más clases de derechos humanos para los cuerpos de seguridad, nunca hubo más literatura circulando sobre derechos de la mujer, nunca hubo más premios y reconocimientos por acciones en este campo, y sin embargo las mujeres continuamos muriendo, nuestra vulnerabilidad a la agresión letal y a la tortura hasta la muerte nunca existió de tal forma como hoy en las guerras informales contemporáneas; nuestro cuerpo nunca fue antes tan controlado o médicamente intervenido buscando una alegría obligatoria o la adaptación a un modelo coercitivo de belleza; nunca tampoco como hoy se cerró el cerco de la vigilancia sobre el aborto que, sintomáticamente, nunca antes fue un tema de tan acalorada discusión como lo es hoy, en la modernidad avanzada”.[10]
Hasta aquí algo que aún intento elaborar y que escribo, escribo y escribo de muchas formas para poder ¿entender? ¿reparar? ¿cuestionar? Espero haber traído a la atención lo que creo es un tema esencial de derechos, de sujetos, de mujeres y de hombres: la manera fundamental (y fundante) de cómo venimos al mundo.║

 

 

 

[1]

Argentina. Nacida en 1982 en un sanatorio del barrio porteño de Belgrano. Dato curioso:el obstetra de mi madre cultivó su paciencia tomando mate mientras yo nacía por parto natural. Esa maravillosa bebida me acompañó largos años hasta que obtuve mi
 título de Licenciada en Psicología, luego también durante las formaciones que hice: de Puericultura y de Escritura Narrativa. En la actualidad estudio Letras y escribo cuentos, ensayos, diarios íntimos y hasta poemas. Mi obra (y mi inconsciente) insisten con temas relacionados a las experiencias de lo femenino y la maternidad. Tal vez se trate de una obsesión, manejable vía la escritura. Fan de la música de los noventa, psicoanalista
 lacaniana y analizante de toda la vida. Durante años fui docente universitaria ad-honorem y participante de un equipo hospitalario ad-honorem hasta que me cansé de ser  ad-honorem y me convertí en madre de dos hermosos infantes que me acompañan a escribir mi próxima novela mientras, por supuesto, cultivo mi paciencia tomando unos  mates. Instagram: @orilladelahoja.

[3] Foucault, M.: “El cuerpo de los condenados”, en Vigilar y castigar: el nacimiento de la
 prisión. Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1989.

[4] World Health Organization: WHO statement on cesarean section rates,WHO/RHR/15.02,
2014.

[6] Ley Nacional 25.929: Ley de Parto Respetado, en vigencia desde el año 2004 en todo el
 territorio argentino y Ley Nacional 26.529: Ley de los Derechos del Paciente, sancionada
 en el año 2009.

[8] Contracciones leves anteriores al comienzo del trabajo de parto que se detienen al
 cambiar de posición o caminar. (nota ed.)

[10] Segato, R.: Disciplinamiento, territorialidad y crueldad en la fase apocalíptica del capital,
en La guerra contra las mujeres, Patriarcado: del borde al centro, Edición Traficantes de
 sueños. 2016. https://traficantes.net/sites/default/files/pdfs/map45_segato_web.pdf 
(mayo 2024)

 

 

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Ornella Landini
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