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nº 62, febrero 2025
x Rodrigo Arocena[1]
Ilustración de Flavia Mauro
La Temática a encarar
Cuestiones prioritarias
Un cimiento normativo
Su enunciado constituye un acuerdo moral básico o mínimo para construir sociedades que posibiliten vidas valiosas; puede ser aceptado desde variadas concepciones filosóficas; es una brújula para la acción.
Parafraseando ese artículo, cabe sugerir como núcleo del enfoque normativo la siguiente formulación. Los seres humanos nacen libres e iguales en derechos y dignidad; tienen el deber de comportarse fraternalmente los unos con los otros; están dotados de razón y conciencia tales que justifican los derechos a la libertad y la igualdad e impulsan a cumplir el deber de la fraternidad; el comportamiento fraterno de los seres humanos respalda la vigencia de sus derechos y su dignidad.
Semejante cimiento normativo respalda la búsqueda de diversas formas de vida buenas y valiosas, siempre que no impidan búsquedas de esa índole que sean diferentes de la propia; se afirma pues el pluralismo de acuerdo a la primera de las tres consignas, la libertad.
La propuesta normativa implica que todas las personas deben tener los mismos derechos a participar en la discusión y resolución de lo que a todos concierne; la democracia como propósito surge así de la lógica de la segunda de las tres consignas, la igualdad.
La formulación planteada implica que buscar caminos de transformación que vayan dando realidad a los derechos invocados es un deber, suscitado por la conciencia y orientado por la razón; la solidaridad activa es impulsada por la tercera consigna, la fraternidad.
Elementos interpretativos
Los intereses materiales estimulan el afán de lucro, que a menudo se convierte en un fin en sí mismo, ligado a la
pasión por disfrutar de la fama y hasta de la envidia de otros. Algo así sucede con la búsqueda de poder en general.
Las consecuencias sociales y ambientales de tales comportamientos son notorias.
La similitud objetiva de situaciones materiales genera los intereses materiales grupales, en particular de clase, que pueden tener enorme gravitación impulsando acciones colectivas; pocas personas logran satisfacer sus aspiraciones de ese tipo solo mediante el desempeño individual.
Las pasiones que movilizan a los seres humanos tienen que ver con sus emociones y sentimientos. Incluyen las aspiraciones a vivir vidas que tengan sentido, a disponer de explicaciones compartidas acerca de lo que pasa en el mundo y su significación, al reconocimiento por otros, a sentir la pertenencia a ciertas comunidades que son fuente de identidad y de orientación. Las pasiones también impulsan a participar en actividades estéticas y de carácter ritual que son fuente de energía emocional.
Asumiendo cierta validez de las sumarias observaciones precedentes ¿qué posibilidades hay de actuar con atención a la brújula normativa? El corazón de la respuesta está en la vigencia real de la afirmación según la cual los seres humanos tenemos que comportarnos fraternalmente porque estamos dotados de razón y conciencia. Una suposición fuerte es que las personas asumimos que somos todas hermanas, de donde racionalmente se desprende que hemos de procurar la igual libertad para todas. La experiencia ofrece en todo caso apoyo limitado a tal suposición.
Intereses y pasiones pueden alimentar sentimientos de muy diverso valor moral. Una y otra vez frustraciones y resentimientos son canalizadas hacia el odio y la intolerancia. Hoy por hoy, eso es lo que están haciendo los demagogos que movilizan a las nuevas derechas extremas. Sin embargo, los sentimientos de indignación ante las injusticias, de simpatía y solidaridad con los que padecen, tienen una intensidad variable pero objetivamente comprobable a lo largo de la historia. Esta no puede ser comprendida sin prestar atención especial a las acciones suscitadas aunque sea parcialmente por tales pasiones.
Sentimientos de simpatía e intereses materiales suelen combinarse en diversas formas de la reciprocidad, que a menudo afianzan las motivaciones que las originan. La reciprocidad constituye un fundamento potencial poderoso de la cooperación. Puede contribuir a que ciertas personas aprecien la libertad de otras y la disminución de las desigualdades. En tales condiciones, algunas formas de los intereses, las pasiones y los sentimientos fomentarán los comportamientos solidarios; será bastante natural que la conciencia los valore y la razón los potencie.
Recapitulando, la vigencia de los ideales normativos planteados dependerán en gran medida de que modalidades de la cooperación solidaria tengan en la realidad suficiente poder como para dar respuestas significativas a las aspiraciones de los seres humanos, particularmente a sus intereses materiales.
¿Tomarán cuerpo propuestas claras y concretas en esa dirección, respaldadas por un accionar colectivo firme y amplio?
Para expandir su poder, los grupos humanos pueden apelar principalmente a dos tipos de agencia: por un lado, coordinar el accionar de sus integrantes; por otro lado, fabricar herramientas y armas. Lo primero lleva a la organización, lo segundo a la tecnología. Ambas pueden ser más o menos adecuadas a los fines perseguidos. Lo habitual es que una y otra se combinen e influencien recíprocamente. Las redes de gente organizada que usa tecnologías son los principales actores de poder social. En la teoría de Michael Mann, las relaciones económicas, militares, políticas e ideológicas generan las redes organizadas más poderosas porque tienen que ver con intereses y pasiones fundamentales de los seres humanos. Poder económico es el que tienen las redes organizadas para producir y distribuir bienes y servicios. Poder militar es el que tienen las redes organizadas para la práctica de la violencia. Poder político es el de las redes, en especial los Estados, que establecen dentro de un cierto territorio regulaciones de obligatorio cumplimiento. Poder ideológico es el que surge de relaciones que tienen que ver con lo que se reputa bueno, verdadero o bello; es en especial el que tienen redes organizadas, como por ejemplo las iglesias, que dan respuestas a los intereses y pasiones que impulsan a entender algo de lo que acontece en el mundo, a tener idea de lo que se debe hacer, a participar en actividades rituales y de carácter estético.
Una red organizada muestra tanto poder colectivo o externo –por ejemplo, sobre otras redes o sobre la naturaleza– como poder distributivo o interno, que es el que tienen dentro de la red quienes coordinan y vigilan el accionar de los demás. Una consecuencia capital de esta teoría puede formularse así: no hay poder colectivo sin organización, no hay organización sin poder distributivo. Subrayemos que, en el acierto o en el error, se trata no de una afirmación no normativa sino de una interpretación de la realidad.
Aquí, sin pretensión alguna de completitud, se presta especial atención al poder social, organizacional y tecnológico, basado en: (i) la organización generada en las relaciones sociales de tipo económico, militar, político e ideológico;
(ii) la tecnología, en especial la que tiene que ver con la producción, la destrucción y la conexión (comunicación y transporte); (iii) las interacciones entre relaciones sociales y tecnología. Ejemplo mayor de estas últimas son las interacciones entre relaciones de producción y fuerzas de producción en la perspectiva de Marx, cuya validez actual en este terreno es notoria.
En este esquema interpretativo, la compatibilidad entre aspiraciones normativas y realidades sociales depende de las capacidades para combinar organización y tecnología de modo de ampliar el poder colectivo que favorece a las mayorías y, a la vez, limitar la distribución asimétrica del poder que privilegia a minorías. Seguramente, para vivificar las ideas de las izquierdas será necesario profundizar el estudio del poder y de las posibilidades de alterar sus configuraciones predominantes.
El dominio occidental era notorio a escala mundial hacia 1900, cuando había impuesto la llamada primera globalización. Luego sufrió dos desafíos mayores: el del socialismo de Estado a partir de 1917 y el de la descolonización después de la II Guerra Mundial. Pero el Oeste nunca perdió la primacía tecnológica, y su dominio había vuelto a ser evidente hacia el 2000, cuando afirmaba y aprovechaba una segunda globalización. Hoy afronta un desafío mucho mayor, planteado por China como potencia ascendente en el capitalismo C&T; su disputa con Estados Unidos se desenvuelve primordialmente en el terreno del conocimiento de punta.
En el marco del enfrentamiento entre las dos grandes potencias de hoy, varios países del Sur Global se suman, en medidas y formas diferentes, al cuestionamiento geopolítico del predominio del Oeste. Este se ve debilitado también internamente, por la conflictividad alimentada por nuevas derechas que han logrado aprovechar ideológica y políticamente el descontento con la globalización de amplios sectores postergados en los viejos países capitalistas. La hegemonía occidental en disputa, quizás como nunca antes, abre espacios a una geopolítica conflictiva que se extiende como reguero de pólvora.
Perspectivas
El impacto notorio y al alza del deterioro climático perjudica en particular a regiones postergadas y a sectores desvalidos; en general, hace cada vez más difícil que los gobiernos manejen los daños mientras se multiplican reclamos, con lo que puede alimentar las creencias de que las soluciones requieren autoritarismos. Estos no tienen por qué tener más aptitudes que otro tipo de regímenes políticos para manejar los problemas, pero sí para suprimir las protestas e imponer la resignada aceptación de paliativos “menos malos que nada”.
Algunos quizás crean que la crisis ecológica sólo puede ser manejada por “despotismos ilustrados”, pero los despotismos suelen ser muy poco ilustrados. Los autoritarismos realmente existentes manejan en general las cuestiones ambientales peor que los regímenes más democráticos. Los autoritarismos emergentes en Europa y América tienden a negar el cambio climático, o al menos la responsabilidad humana al respecto, lo cual viene a ser lo mismo desde el punto de vista práctico. Y todos los autoritarismos –aun los que reivindican su pertenencia a la izquierda al tiempo que niegan sus valores- a la larga o a la corta impulsan la desigualdad.
A su vez la desigualdad, con la miseria y la angustia que alimenta, lleva a reclamar paliativos inmediatos, aunque sean por vías autoritarias, y no ofrece mayor apoyo social a estrategias de largo plazo, sin las cuales la crisis ecológica no hará sino agravarse.
Ante una triada problemática que se refuerza a sí misma, la contribución que a enfrentarla puedan hacer las ideas de izquierda dará la medida de su valor actual.
La conjunción de capitalismo y conocimiento, definitoria de la época, genera una tendencia profunda hacia la concentración del poder. La ejemplifican las capacidades de control y manipulación, que tienen ante todo los gigantes económicos estadounidenses de la comunicación y la información así como el régimen político chino. Se trata del “capitalismo de vigilancia”, analizado por Shoshana Zuboff. De maneras específicas en cada gran potencia capitalista, las cúpulas de la economía y la política tienen motivos para estrechar sus vínculos y los afirman en esas capacidades tecnológicas para expandir su poder ideológico. Promueven consensos más o menos entusiastas o resignados, pero no evitan o hasta inducen alternativas diferentes, defensivas, inesperadas, eventualmente erráticas. La historia sugiere que la institucionalización de las relaciones de poder dominantes siempre tiene huecos, que pueden ser nichos en los que emerjan intersticialmente relaciones sociales de tipo alternativo.
Mejorar las perspectivas requiere algo así como una democratización generalizada, que apunte ante todo a disminuir el poder concentrado en grandes empresas y en varios Estados más o menos despóticos, a la vez que explora alternativas para disminuir las diversas asimetrías, en particular las que se ligan al conocimiento.
Posibilidades
Nada de lo antedicho supone ignorar las privaciones que, de una forma u otra, padecen miles de millones de personas. Al contrario: cuando el progreso se muestra posible, la persistencia de tales privaciones es moralmente aun más escandalosa que antes.
Ahora bien, si se atiende a las principales redes organizadas –asociaciones, sindicatos, movimientos, partidos, etc.- que, de una manera u otra, contribuyeron a progresos como los indicados, y si se analiza el panorama contemporáneo, cabe afirmar que evitar retrocesos e impulsar nuevos avances tienen entre sus condiciones necesarias una revitalización ideológica y política de los progresismos.
Como se subrayó antes, promover la agencia a partir de la expansión de las capacidades es una orientación fundamental, normativa y propositiva. Desde una perspectiva de izquierdas corresponde, además, impulsar especialmente la agencia de los sectores postergados. Pero no se puede asumir que la misma tendrá necesariamente una orientación beneficiosa. Probablemente aquí reside el mayor obstáculo para una renovación ideológica y política de las izquierdas. Su incidencia real dependerá mucho quizás de sus aptitudes para contribuir a fomentar el protagonismo de los sectores postergados en formas cooperativas, entretejidas con la expansión de sus capacidades. Esta es una clave insoslayable para mejorar la calidad de vida material y espiritual. Lo afirmado se fundamenta en los principios éticos así como en las realidades de la condición humana, de las dinámicas del poder y de los principales problemas contemporáneos.
Disminuir el poder distributivo pasa por la desconcentración del poder y por su división entre distintos actores, para evitar la muy perjudicial monocracia o concentración del poder en un vértice único. La importancia de la organización, para el logro de los fines valiosos que la gente se plantea, señala que la expansión de la democracia debe ser lo contrario de la desorganización generalizada. Cuando esta última toma cuerpo, cae la eficacia con la que se atiende a los propósitos compartidos y sube la probabilidad de reacciones antidemocráticas.
La democracia como ideal apunta a disminuir las desigualdades en la distribución del poder mediante acciones y formas institucionales que mejoren la calidad de vida colectiva, por lo cual se trata de beneficiar ante todo a los más postergados. La noción de solidaridad eficiente aparece así como una brújula útil para explorar alternativas democratizadoras.
A continuación se intentará ejemplificar lo antedicho en relación a la “triada problemática”.
El compromiso ético con la democracia no debe depender de lo que haga un cierto gobierno, pero el respaldo efectivo de la gente a la institucionalidad democrática depende mucho del desempeño de los gobiernos que se constituyen en ese marco. Se debilita la democracia cuando, en lo que hace a la calidad de vida, no rima con eficacia. Pero a esta no la garantiza de por sí algún diseño institucional. Los intereses sectoriales son diversos, contrapuestos y cambiantes, los problemas mutan y reaparecen, las soluciones no suelen ser definitivas. En la política, la democratización pasa por la reforma permanente.║
[1] El autor es un militante uruguayo de izquierda y profesor universitario jubilado. Fue Rector (2006- 2014) de la Universidad de la República.