www.librevista.com nº 59, octubre 2024

Los palestinos en la historia
(acerca de la legitimidad de los nombres y la verosimilitud de las tradiciones)

x Daniel Vidart[1]

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Prólogo del editor: escrito hace diez años, este texto de Vidart suma perspectiva y conocimiento al conflicto “político, geoestratégico, físico, mediático, ideológico y moral” entre “dos etnias hermanas”. Dice el autor precisiones como esta: “Semitas son las lenguas y no los pueblos. En consecuencia, si nos referimos a comunidades semito-parlantes mentamos a los árabes y los judíos a la vez. Decir antisemitismo al barrer es incorrecto”.
Ese conflicto continúa y está hoy sumergido en una guerra devastadora que el mundo observa y no logra parar. En un ensayo corto, sintético con todos sus riesgos, el antropólogo Vidart suma distinciones más precisiones de lenguaje y relata una genealogía histórica que debería interesar. Se puede compartir todo o partes de su interpretación o agregar matices, lo claro es su aporte indudable al debate y la búsqueda de soluciones para este conflicto, cuando entra de lleno en las argumentaciones y afectividades que lo atraviesan en todo el mundo.
El investigador antropólogo político, ya fallecido, no pudo presenciar el ataque destructivo de Hamás en territorio israelí del 2023, ni la reacción destructiva masiva del Estado de Israel en manos políticas y militares del Likud derechista y colonizador, pero podemos imaginar sus posibles reacciones afectivas e intelectuales si leemos éste su texto del pasado con tantos insumos para entender algo, al menos. ¿Cómo terminar con este conflicto sangriento empezando por un alto al fuego? es la pregunta del día para cada uno de nosotros, como ciudadanos y ciudadanas del mundo, más allá de las resoluciones ineficaces de organismos internacionales y las tomas de posición parciales de gobernantes alegremente alineadas con uno u otro bando guerrerista.║
 
Hoy quiero incursionar en un   tema cuya complejidad atrae poderosamente la atención de los científicos sociales, esos intrusos que procuran ver las cosas como son y no como las pintan las
pasiones o las ideologías. Dicho tema también interesa al mundo entero, atento a la confrontación entre dos etnias del Cercano y Medio Oriente que, pese a ser hermanas, libran un duro conflicto que a la vez es político y geoestratégico, físico y mediático, ideológico y moral. Tal es lo que  sucede con la sangrienta y dolorosa contienda entre el Estado de Israel y los musulmanes palestinos. Según las enseñanzas del Tanaj y del Corán, Abraham (Ibrahim en árabe) fue el padre de Ismael, hijo de Agar (Hagar “la que huye”), la esclava obligada a refugiarse en el desierto, y de Isaac, hijo de su mujer Sara (Sarah, “la dominadora”).
Esa lucha no solamente se ha entablado por el dominio de un territorio y la obtención de una justa soberanía sino también, en el caso de los palestinos   en particular, por la legitimidad de los nombres y la verosimilitud de las tradiciones, un campo propicio para el quehacer de los antropólogos, los historiadores y los politólogos.

El enfrentamiento no se agota en el choque armado entre los israelíes ─no todos creyentes, pues muchos de ellos desestiman la religión del Tanaj y el    Talmud─, y los árabes ─tampoco todos musulmanes, como lo ejemplifican los cristianos libaneses─. Por otra parte, como se sabe, residen y trabajan pacíficamente en el Estado de Israel un millón y medio de árabes, todos musulmanes, pero no candidatos a “mártires” dinamiteros, si bien los últimos sucesos en Jerusalén han oscurecido el horizonte de la convivencia.
Los palestinos están divididos en dos bandos: por un lado el intransigente Hamas y por el otro, Al Fatah, más conciliador. El Hamas, concentrado en Gaza, quiere borrar a los israelíes del mapa, e igual destino procuró para Al Fatah, confinado en Cisjordania, donde gobierna la Autoridad Palestina. Dicho grupo fue expulsado con grandes pérdidas de vidas de la Franja de Gaza por los violentistas del Hamas, su enconado enemigo.
Este sangriento  conflicto entre adoradores de Alá apenas se menciona por los mass media. Por otra parte no es el único, porque el de chiítas y sunitas, que abarca el Islam entero, tiene caracteres catastróficos y duración más que milenaria desde la muerte de Muhammad. Sin embargo no figura en el memorial de agravios del Islam, (más bien) encarnizado con el Occidente promotor de   las sangrientas cruzadas medievales a Tierra Santa e innumerables agresiones militares, como las que en nuestros días se desarrollaron en Irak    y Afganistán.

Los antiguos pueblos que reivindican los palestinos de ambos bandos como “antecesores” directos, lo que les otorgaría el derecho histórico de ser los dueños de la tierra que, según afirman, les han robado los “usurpadores sionistas” venidos de afuera, son:

  1.  los filisteos, que, no bien desembarcados, se enfrentaron con los cananeos y los hebreos, etnias presentes desde hacía muchos siglos en la región y que, al cabo de cruentas batallas, los exterminaron, y
  2.  los cananeos, cuya desaparición somática y cultural certifican la historia  y la geografía, luego de una larga y enconada lucha con los hebreos, complementada por un doble proceso de mestización y aculturación de los grupos sobrevivientes, incorporados ya a la civilización de quienes más  tarde serían llamados judíos.

Los cretenses-cicládicos-los filisteos del lejano ayer no son los antepasados de los actuales palestinos. La cáscara del nombre no coincide con el grano de la cosa. Los “palestinos” de hoy nada tienen que ver con los viejos “pueblos del mar”, entre cuyos patronímicos figura, como se verá luego, el  de pelestim. Del mismo modo tampoco son descendientes de los cananeos, que se fueron esfumando como pueblo y como etnia al combatir primero y luego mestizarse con los hebreos
(del egipcio apiru, nómada, errante), y a  tal punto, que nada resta de ellos sino la memoria de su abolida presencia.

 

El Estado de Israel

David Ben-Gurion proclamando la independencia de Israel bajo el retrato de Teodoro Herzl, fundador del sionismo  ( Fuente: Vidart y Wikipedia)

Comienzo advirtiendo un detalle que el furor de las actuales discusiones a veces no permite tener en cuenta: el Estado de Israel es una cosa y su gobierno otra. Se puede estar en contra de las resoluciones de sus conductores políticos ─como muchos israelíes, desde adentro, lo han manifestado ante evidentes desaciertos y como quienes, desde afuera, abogan por su renuncia, criticando y condenando muy duramente sus acciones– pero sin negar el derecho a existir en pacífica convivencia con sus vecinos. Quienes lo quieren aniquilar, con todo y sus habitantes, son potenciales genocidas, como en la realidad histórica fueron los nazis. El gobernante de la República Islámica de Irán proclamaba en cercanos años, y a los cuatro vientos, que luego de ahogar a los israelíes en el Mediterráneo “quemará totalmente” (que esto significa la voz  
griega holocausto) los aparatos del Estado y sus pertenencias. Muchos de los autodenominados “progresistas” vernáculos aprobaron esos desplantes criminales. O los callaron, como también sucede con los amnésicos que “olvidan” o “desconocen” la diaria matanza que los egipcios, islámicos al igual que sus    víctimas, practicaban con los palestinos de Gaza asesinándolos, inundando los túneles que aquellos excavaban para burlar ese no citado ni criticado bloqueo. Se contaban por cientos los muertos. Hoy, luego de la llamada “primavera islámica”, o “protesta juvenil” o “revolución de las redes” parece que la frontera se ha borrado y existe un fluido ir y venir de los habitantes de Gaza. El ataque a un convoy y el asesinato de una familia de  israelíes que viajaba en automóvil, realizados cerca de Eilat, hace un tiempo, y otros ataques más recientes así lo atestiguan.

El proceso fundador del Estado de Israel se inicia en la Naciones Unidas el 29 de noviembre de 1947, luego de una serie de luchas y atentados del Irgun (organización paramilitar antecesora del partido Likud, nota ed.), duramente condenados por los dirigentes judíos opuestos al terrorismo. Nadie es inocente en este tipo de retornos, similares a los nostos de los griegos a sus patrias, luego de la guerra de Troya. Ulises, de vuelta a Itaca, acabó con los “pretendientes” que hostigaban a su mujer, dilapidaban sus bienes y ocupaban su casa. Y como sucede con la totalidad del falible género humano
–cuyos integrantes no son antropoides erguidos ni ángeles caídos─ entre quienes procuraban regresar al solar de sus mayores hubo unos pocos exaltados mete-bombas. Su tardío accionar sobrevino en los episodios finales, cuando ya se levantaban cientos de kibbutzim fundados por una pacífica mayoría de laboriosos y esperanzados inmigrantes que hacían aliá    para ocupar y hacer productivas a tierras yermas muy poco pobladas. Testimonios de viajeros y viejas estadísticas así lo confirman. No se trataba de una solapada invasión sino del retorno al solar de los antepasados. Ben Gurion reprochó siempre a Beguin su violento oficio de terrorista en las filas del Irgun Zvai Leumi (Organización Nacional Militar, nota ed.). Tampoco se debe olvidar la mortal dureza de las persecuciones que padecían los judíos en los guetos europeos. Ansiaban la    paz en la patria innegable de sus antepasados.

Al promulgarse la Resolución 181 de la Asamblea General, resonó fuerte y convincentemente la voz del representante uruguayo Enrique Rodríguez Fabregat, cuyos argumentos constituyeron una pieza jurídica y política de alto valor humano. Meses después, en mayo del 1948, se produce la Declaración de Independencia. No bien se aprueba la Resolución de las Naciones Unidas redoblan las hostilidades de quienes por entonces no se llamaban palestinos sino árabes habitantes de Palestina.

El ataque de los ejércitos islámicos se produce cuando se retiran los británicos que ocupaban, colonialistas empedernidos al fin, esos ajenos territorios que el Irgun reclamó a sangre y fuego, atacando a los árabes residentes en un territorio conquistado por los seguidores inmediatos de Muhammad, o sea Mahoma. Israel, salvajemente agredido al otro día de su proclamación como Estado –hecho que asume la entidad de un Pecado Original, cuya permanencia ensombrece a los descendientes de aquellos atacantes, si nos atenemos al estigma bíblico─ era un Estado pequeño que ocupaba “la sexta parte del 1% de la masa de tierra de Medio Oriente”. Recién comenzaba a organizarse y armarse con materiales bélicos, muchos comprados en Checoslovaquia –tampoco existía una aviación de guerra –en respuesta al manifiesto propósito de

El General británico Edmund Allenby entrando en Jerusalén (1917) Imagen en https://en.wikipedia.org/wiki/History_of_Palestine (octubre 2024) (imagen agregada por la ed.)

los árabes, quienes procuraban destruirlo. Sin que tuviera tiempo de respirar siquiera el recién nacido Estado soportó la  avalancha de cinco de los siete países integrantes de la Liga de Estados Árabes, fundada en el año 1945. En ella figuraban Egipto, Irak, Siria, Transjordania, Arabia Saudita, Yemen y Líbano. Los ejércitos islámicos, desorganizados e ineficientes, es cierto, no pudieron borrar de la faz de la tierra a los israelíes y a su novel  Estado, instituido, como antes expresé, sobre los eriales de una desértica región y no sobre feraces y prometedoras  comarcas. No hubo recuerdo de este terrible abuso por parte de quienes protestaron vivamente por la erección de un muro ─en detrimento de una buena parte de la superficie de Cisjordania, donde se asientan colonos judíos, amén de los codiciados acuíferos─ que, en definitiva, acabó con los atentados terroristas y sus devastadores efectos. Fueron miles y miles las víctimas de esta indiscriminada violencia. Se sigue criticando vivamente dicho obstáculo; en cambio no se criticó por los “políticamente correctos” el muro metálico subterráneo en vías de construcción, ni los “topos” palestinos asfixiados por los egipcios, cuyo bloqueo a la Franja de Gaza fue  tan riguroso como el israelí. Nada se dice tampoco acerca del muro de miles de kilómetros levantado por Arabia Saudita para evitar la entrada de “los terroristas del Yemen”, que por cierto no son judíos sino árabes  musulmanes. Y hay muros en muchos otras fronteras, de los cuales nada se habla. Ellos se levantan en Irlanda, en Chipre, en los Estados Unidos para evitar la entrada de los “chicanos”, en las posesiones españolas norafricanas, etc.

 

¿Qué palestinos?

Vamos a examinar ahora los dichos de quienes niegan la existencia milenaria de los palestinos en esa región, tal cual éstos lo han sostenido  una y otra vez.

El ilustrado tratadista libanés Ph. Hitti, autor de dos libros fundamentales sobre la historia de los árabes, escribió: “No existe ninguna cosa llamada Palestina en la historia, absolutamente no”. Sí, existía, pero como artificial y rencorosa creación de los romanos, no como territorio originario donde se asentaron Israel, Judá y la irredenta Tierra Santa conquistada y perdida  por los Cruzados.
Auni Bey Abdul-Hadi, por su lado declaraba: “No existe ningún país que se llame Palestina. Palestina es un término inventado por los sionistas. No hay  ninguna Palestina en la Biblia. Nuestro país ha sido por siglos parte de Siria. Palestina es ajena para nosotros” (British Peel Commision,1937). Otro árabe dijo: “No hay diferencias entre los jordanos, palestinos, sirios y  libaneses. Somos todos parte de una misma nación. Es solo por razones políticas que subrayamos con énfasis nuestra identidad palestina [...] La existencia de una entidad palestina separada solo sirve por propósitos tácticos. La fundación de un estado palestino es una nueva arma para continuar la batalla contra Israel”. (Zuhair Mush, comandante de la OLP, Organización para la liberación de Palestina).
Más de un lector se sorprenderá al leer declaraciones provenientes de árabes. Voy a reforzarlas con una más contundente todavía. Se trata la de un escritor y periodista, también de origen árabe, que vive lejos de su tierra  pues, de haber permanecido en ella, habría sido considerado como un mushrikum (pagano) o un kafir (de kufr, “el que oculta a Alá”, infiel), amén  de otros inconvenientes de mayor entidad, que no detallo... : “De hecho no existe tal cosa como el pueblo palestino, o una cultura palestina, o una lengua palestina, o una historia palestina. Nunca existió un    Estado, ni ha sido jamás encontrado ningún resto arqueológico o moneda palestina. Los actuales ‘palestinos’ son un pueblo árabe, de cultura árabe, lengua árabe, historia árabe. Tienen sus propios Estados árabes desde donde emigraron a la tierra de Israel hace aproximadamente un siglo atrás  con el fin de contrastar la emigración judía [...] Ellos eran jordanos (otra reciente invención británica, porque jamás existió un pueblo conocido como jordano) y después de la Guerra de los Seis Días, en la que Israel derrotó de manera categórica y aplastante la coalición de Estados árabes […] experimentaron una especie de milagro antropológico y descubrieron que eran palestinos, algo no sabían el día anterior […]”.

Esta gente, teniendo una nueva identidad, debía construirse artificialmente una historia, es decir, debían robar la historia de algún otro, y debían hacerlo de  tal modo que las víctimas de tal robo no se quejaran, ya que no debían existir más. Entonces los líderes palestinos se arrogaron dos linajes contradictorios de antiguos pueblos que habitaron la tierra de Israel: los cananeos y los filisteos" (Joseph Farah, periodista. Mitos del Medio Oriente).

No finalizo aún. A estas voces de personajes notorios se suma la de un militante activo de la OLP, Walid Shoebat: “¿Por qué el 4 de junio del 1967    yo era un jordano y de repente, al otro día me transformé en un palestino?   A nosotros no nos importaba que hubiera un gobierno jordano. La enseñanza de que debíamos lograr la  destrucción de Israel era parte definida en nuestro currículo, pero nos considerábamos a nosotros mismos  como jordanos hasta que los judíos regresaron a Jerusalén. Entonces improvisadamente todos fuimos palestinos: quitaron la estrella de la bandera de Jordania y en un momento tuvimos la bandera palestina”.
¿Estas son meras afirmaciones caprichosas o trasuntos de una innegable realidad? ¿Existen detrás de estos categóricos dichos dos peripecias históricas separadas por tres milenios y protagonizadas por dos distintas estirpes de filistim ─una extinguida, la verdadera, y otra viviente, la “inventada”─ o provienen de calumnias o tergiversaciones de la historia a cargo de voceros “traidores” o “comprados por los enemigos sionistas e imperialistas”?
Para facilitar el entendimiento de esta intrincada urdimbre voy a distinguir los antiguos filisteos de los actuales palestinos del terruño; aquellos llegados desde la isla de Creta y el archipiélago cicládico hasta las costas mediterráneas del Cercano Oriente, hace más de treinta siglos, y éstos, aparecidos en el escenario levantino a partir de una serie dramática de acontecimientos, muy próximos a los actuales días.

 

Los Pueblos del Mar

Los llamados Pueblos del Mar estaban integrados por gentes de tipo mediterráneo –pequeños dolicocéfalos morenos─ que hablaban una lengua uska, hermana de las extinguidas ibérica, tartesia y etrusca, de las que sobrevive solamente la euskera o vasca. Los invasores desembarcaron en las costas levantinas mil doscientos (1.200) años antes de nuestra era y avanzaron tierra     adentro, luchando contra los hablantes de lenguas semíticas allí establecidos. Semitas son las lenguas y no los pueblos. En consecuencia, si nos referimos a comunidades semito-parlantes mentamos a los árabes y los judíos a la vez. Decir antisemitismo al barrer es incorrecto. No confundir, pues, antisemitismo con judeofobia o islamofobia, término este último que se está difundiendo vertiginosamente en Europa ─compartido con el incorrecto de Eurabia─, donde residen ya cincuenta y tres millones de  musulmanes.

El pueblo del mar desembarcado en las playas de la franja de Gaza estaba integrado por cicládicos y cretenses o minoicos, expulsado de su isla por una avanzada griega de lengua aria, propia de los indoeuropeos. A los invasores se les llamó peleshet, voz derivada de pelesh, “intrusos”, deformando intencionalmente el nombre que a sí mismos se daban los recién llegados. Este no era otro que el arcaico gentilicio de los filisteos. El nombre “filisteos” se aplicó a la confederación de los citados navegantes cretenses y cicládicos que hicieron pie en la costa de Gaza y se enfrentaron   con los cananeos y hebreos. Estos habitantes antiguos del Canaán los llamaron keretim y pelestim respectivamente. La presencia de los inmigrantes armados a guerra provocó la alianza de los antes nombrados hebreos y cananeos contra un enemigo común. Filisteos y pelestim, pues, eran la misma cosa. Las leyendas de Sansón, vencido por las malas artes de la filistea Dalila, y de David, el joven hondero que mata al gigante filisteo Goliat, recuerdan solamente dos de los tantos episodios de una larga lucha.
En lo que va de este breve estudio he nombrado solamente a los hebreos y  no a los judíos, quienes, según suponen algunos historiadores, comenzaron  a llamarse así cuando el persa Ciro los liberó del cautiverio en Babilonia, que duró desde el año 586 al 536 antes de nuestra era, a la flor y nata de la dirigencia  religiosa, del mando político y del pensamiento creador.
Por esas ironías de la historia los filisteos recién llegados fundaron Gaza, a la que denominaron primitivamente Minoah, en recuerdo de la perdida patria minoica. Los filisteos resistieron largo tiempo el asedio de los hebreos: avanzaron, retrocedieron, dieron combate, lo perdieron, y los sobrevivientes, inevitablemente, se fueron mezclando con los ocupantes iniciales del territorio. Perdieron su identidad y su corporeidad, desaparecieron del mapa y de la historia. Cuando los ejércitos invasores de  sucesivos imperios –asirios, babilonios, persas, macedonios, lágidas y seleúcidas─ pasaron su rastrillo mortal sobre las tierras bíblicas, los contingentes filisteos apenas subsistían o habían sido ya liquidados por los  hijos de la tierra.

Al llegar Pompeyo con las legiones romanas hacia el año 63 de nuestra era, acabando a la brava con un breve período de independencia judía, solo quedaba la memoria de las depredaciones de los antiguos invasores. Luego  del último estertor de la despareja lucha de los judíos contra el poderoso imperio romano, que desencadena en el año 73 de nuestra era la epopeya de Masada, el emperador Adriano cambia el nombre de Judea por el de Syriaphilistina. Palestina era un toponímico odioso a los judíos, y el emperador romano lo utilizó para castigarlos con el perpetuo recuerdo de los en un principio agresivos y, al final, derrotados filisteos. Y, de paso, arteramente, para borrar de la tierra el nombre  de Judá, el original, el legitimado por una innegable solera etnográfica.
Jerusalén, por su parte, pasó a llamarse Aelia Capitolina. La gran mayoría de los judíos ─aunque no todos─ expulsados violentamente, comenzó su dispersión por el Viejo Mundo. Un fenómeno parecido, pero igualmente catastrófico, había ocurrido hace dos mil quinientos ochenta y seis (2.586) años, cuando Nabucodonosor II se apoderó del Reino de Judá, y, al tiempo de destruir por primera vez el Templo, aprisionó a la dirigencia de los hebreos, aunque tampoco a todos,  trasportándolos a Babilonia. Ya me referí antes a este episodio. Pero no hubo entonces una Diáspora (casi) total, Tefuzot, sino un forzado Exilio selectivo, Galut.

Una última precisión lingüística: los invasores venidos del mar se llamaban    a sí mismos palasta. En Egipto, donde también llegaron, se les conoció como palusata. Otras denominaciones son la del acadio hablado por los asirios, palastu, y la de los hebreos, pelestim o plistim. De aquí provienen la  voz griega philistinoi y la latina philistinus. Y la castellana palestinos.

 

Los antiguos señores de la tierra

Antes de la llegada de los hebreos al país de Canaán lo habitaron diversas etnias, una de las cuales, siete mil años antes de nuestra era, levantó la ciudad Er Riha, o sea Jericó. Las tribus van y vienen en este convulso escenario hasta que en el milenio VI antes de la actualidad se conforma la nación cananea, integrada por una fusión de pueblos, uno de los cuales, el  asentado en el litoral mediterráneo, dió origen a los kana´ana, o sea “traficantes”. A estos avezados marinos, fundadores de lejanas factorías, los griegos llamaron phiniki, “rojizos”, y de ahí “fenicios”. Sus ropas estaban teñidas de rojo con el múrice, tinte extraído de una especie de caracoles marinos. Una versión distinta afirma que era por el color rojizo amarillento de sus epidermis. Otros grupos de cananeos se extendían desde los altos del Golan hacia al sur, en ambas márgenes del río Yarden (Jordán).
No es posible resumir la tumultuosa historia del Canaán, región ocupada también por otros pueblos como los jebuseos, constructores de la amurallada Jerusalén (Yerushalayim). Entre las tribus que llegaron al Canáan tres mil ochocientos cincuenta (3.850) años antes del presente figuraba la de los nomádico sapiru (hebreos). La permanencia de los hebreos en la Tierra Prometida se extiende por dos siglos, hasta el año 3650 antes de nuestros días. Ocurre  entonces la invasión egipcia y el subsiguiente cautiverio, del que se liberan entre las discutidas fechas del 3450 o el 3150 antes de la actualidad y regresan a la Tierra Prometida, donde luchan a muerte con los cananeos. Importa advertir, dando un salto atrás, que los hebreos, en el momento de su inicial arribo al Canaán, no se mezclaron con sus vencidos adversarios, pues el mestizaje estaba prohibido por los patriarcas. Sobrevino el mestizaje con los remanentes cananeos porque las relaciones entre hombre y mujer se burlan de los decretos del poder terrenal y los mandatos de los ministros de Dios. Durante el reinado de David dicho proceso había terminado. Nace entonces el Maljut Yisrael, el Reino de Israel.

 

La espada del Islam

Los invasores islámicos ocupan esa región en el año 637 de nuestra era. Posteriormente los Cruzados se apoderan de Jerusalén en el año 1099 y acaban con todos sus habitantes. Por dos siglos, hasta ser expulsada, la cristiana Europa medieval tuvo en jaque a quienes habían ganado esos territorios mediante al-Yihad (“esfuerzo voluntario” y no Guerra Santa) de la espada. No obstante, las reiteradas arremetidas de la cruz no pudieron expulsar a los “perros infieles”, como por entonces se motejaban  recíprocamente musulmanes y cristianos. Permanecían allí unas pocas comunidades judías cuando la región fue ocupada por los turcos del Imperio Otomano y posteriormente por los británicos, finalizada la Primera Guerra Mundial. Despoblada, desolada, la patria ancestral era por entonces un reseco territorio, donde medraban escasos asentamientos de judíos y transitaban los camelleros árabes. No había millones ni cientos de  miles de “palestinos” en la zona sino unos dispersos aduares y aldeas.

Visto lo anterior surge sola la pregunta: ¿los palestinos forman una nación distinta a la de los árabes o son árabes llegados a esa zona desde otros puntos y denominados así luego de la guerra del 1967? Mantengo mi epojé,   mi suspensión del juicio, hasta que se demuestre la presencia del gentilicio  “palestinos” aplicado a los árabes allí residentes y de los palestinos como tales antes de la fecha arriba señalada. Porque si se aplica el jus soli (derecho del lugar, nota ed.) en el territorio que los ingleses rebautizaron Palestina, vienen a ser palestinos tanto los árabes como los judíos. Eso sí, aquellos eran musulmanes devotos de Alá, el autor celestial del Corán, y éstos reverenciaban al Yahvé del Tanaj. Según la historia bíblica se trataba de medio hermanos semíticos engendrados por Abraham: de un lado Ismael, hijo de Agar, la esclava “que huye” y del otro Isaac, hijo tardío de Sara, la Señora “dominante”.

 

ANEXO I
Tan palestinos eran los árabes como los judíos

A continuación se transcribe un fragmento de una carta enviada al  autor   de esta nota por Hugo Rocha, uruguayo, no judío, que residió durante cuatro años    en Jerusalén:
“Creo que no se presta suficiente atención a algo obvio: la apropiación indebida del término ‘palestinos’. En efecto, palestinos eran TODOS los habitantes de Palestina; tan palestinos eran los árabes como los judíos. De  tal modo es así que antes de la creación del Estado de Israel dos importantes instituciones de la comunidad judía en los EE.UU. fueron el Bank of Palestine y el diario Palestine Post (hoy Jerusalem Post); en Uruguay teníamos el Banco Palestino Uruguayo, de capital judío. Los llamados “palestinos” (palabra que ellos pronuncian “falastin”) son solamente los residentes árabes de Palestina. Como tu muy justamente señalas, una cosa es el pueblo judío y otra el Estado de Israel. Las críticas a  la política y las acciones del Estado, lamentablemente muy justificadas en muchos casos, no implican en absoluto la negación del derecho del pueblo judío a un hogar nacional en su tierra ancestral. Esa ha sido siempre la posición diplomática y humana de nuestro país, marca indeleble de la elocuencia y compasión de nuestro primer delegado en Naciones Unidas, Enrique Rodríguez Fabregat. Tenemos que seguir defendiendo ese principio”.

 

ANEXO II 
Las subdivisiones del territorio hechas por Francia e Inglaterra

“En 1919 el sultanato otomano, el último de los grandes imperios musulmanes, fue finalmente derrotado; su capital, Constantinopla, ocupada; su soberano, capturado, y la mayor parte de su territorio, dividido entre los victoriosos imperios británico y francés. Las antiguas provincias otomanas de habla árabe del Creciente Fértil se dividieron en tres entidades nuevas, con fronteras y nombres nuevos. Dos de ellas, Irak   y Palestina, quedaron bajo mandato británico; el resto, bajo la denominación de Siria, fue entregado a los franceses.
Más tarde, Francia subdividió su mandato en dos, dando a una parte el nombre de Líbano y conservando el de Siria para la otra. Los británicos hicieron prácticamente lo mismo en Palestina, estableciendo una
división entre las dos orillas del río Jordán. La parte oriental fue llamada Transjordania, más adelante simplemente Jordania; el nombre de Palestina se reservó para la parte occidental, dicho de otro modo, la parte cisjordana del país”. (Bernard Lewis, La crisis del Islam, Ediciones B, Buenos Aires 2004, p.10).
Este señor “imperialista” es muy odiado por los musulmanes. Pero lo que afirma en el fragmento transcripto es históricamente correcto e innegable.║

[1] Antropólogo e investigador uruguayo (Paysandú 1920 - Montevideo 2019) Texto publicado originalmente en su blog personal en el 2014. Aquí se reproduce la publicación ubicable en https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/bitstream/123456789/57517/1/palestinos.pdf (octubre 2024), con la autorización de su esposa Alicia Castilla.

Vidart y Castilla (Facebook 28.9.2024)

 

Palabras clave:

Daniel Vidart
Israel
Palestina
Palestinos
Judíos

 

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