www.librevista.com nº 54, agosto 2023

Mujeres escribidoras de Casavalle

Publicamos aquí relatos e historias extraídas de un libro editado en mayo de 2022, cuya imagen de tapa se ve a continuación. Fue un proyecto ganador de un Fondo Concursable con Perspectiva de Género de la Intendencia de Montevideo. Solo para poner en contexto, esta literatura es el producto de un largo y rico proceso de taller realizado en el Centro Cívico Luisa Cuesta. Institución fundada en el 2015, ubicada al Norte de la ciudad de Montevideo en la Cuenca del arroyo Casavalle. Su nombre recuerda a la referente del grupo de Familiares y Detenidos desaparecidos, hoy fallecida. En el Centro Cívico se desarrollan servicios y trámites administrativos estatales y comunales, actividades culturales, biblioteca, servicios de asesoramiento jurídico y psicosocial por violencia doméstica, servicios dirigidos a jóvenes y familias con hijos menores y mujeres embarazadas, entre otras actividades (nota de editores librevista)

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Presentación

x Lilián Toledo (Tallerista)

Hace un tiempo ya que estos textos recorren territorios externos e internos, junto a sus autoras, acompañadas por el equipo del Centro Cívico, de la Biblioteca y quizás hasta por la presencia de la propia Luisa Cuesta, mujer trabajadora, de pueblo y luchadora. Este libro no es sólo testimonio -aunque los incluye y son removedores -y mucho menos catarsis; aunque momentos así fueron necesarios para dar lugar al proceso creador. Estos relatos nacieron del deseo de escribir de sus autoras, de disponerse a hacerlo, de compartir los textos, de confrontarlos; de confrontar las miradas sobre la realidad del contexto y decidir, finalmente, qué se quería decir y cómo. Hay trabajo, reelaboración, creación. Es un libro de creadoras que se recrean y nos recrean. Por ello, para quienes se acerquen a conocerlo, les recuerdo los consejos que se proponen en el mismo:

Mi carrera más difícil

x Mary Albarenga[1]

Mi infancia fue en la Curva de Maroñas, frente a la sede del Club Danubio. Cómo extraño mi barrio, mi escuela -que fue la Nº 97 (turno de la mañana), mis amigos, los vecinos y los lindos momentos vividos allí. Apenas con dos años, decidieron mi vida: una señora me crió, era cuidadora del antiguamente conocido como Consejo del Niño, hoy INAU. Fue muy difícil, ella era muy estricta y fui muy truncada por su forma de ser. Deseaba ser mayor, me decía a mí misma que era una manera de escapar de ese calvario. Llegado el día, me decidí a hacer la mía y con veintidós años llegó el momento menos pensado: conocí al compañero de mi vida, él tenía veintiocho años. A los dos años de estar juntos, mi sueño se me hizo realidad: mi primer bebé, mi hija (hoy ya con treinta y tres años). Nacieron tres más, dos nenas y un varón (treinta, veintisiete y veintidós años, respectivamente). Pasa el tiempo y la vida me vuelve a golpear, después de dieciséis años, a mi compañero la vida se le truncó, su padre se mató por depresión. Eso lo perjudicó tanto mentalmente y a su salud en general, a tal punto que lo llevó a abrazarse a la bebida, de tal modo que viví casi tres años más de violencia doméstica (fue un calvario), hasta que exploté, tomé fuerza por mis hijos y lo denuncié. Pasé junto a ellos muchas cosas, pero siempre junto a mis bebés. Felizmente, a través de mucha gente linda, de vecinos, salí adelante. Pasé frío, hambre, soledad, de hogar en hogar; pero mis niños nunca se daban cuenta. Después de criarlos, estudiaron todos liceo, UTU; hoy cada uno tiene su casa, su familia formada y me regalaron siete hermosos nietos. Los amo. El deporte lo empecé a disfrutar en el año 2003, en una carrera en la calle, de tres kilómetros, organizada por Tacurú; esa fue mi primera experiencia y fue hermosa. Desde ese día no he parado, logrando conocer mucha gente y lugares nuevos; hoy tengo el apoyo de la profesora Elena del Complejo SACUDE y de Cecilia, del Club Nacional de Fútbol. Una de las cosas que también he logrado es la de fundar una Escuelita de Fútbol, en forma honoraria, hace ya dieciséis años, que llega a niños y adolescentes de muy bajos recursos y con problemáticas psicosociales, con los que hemos vivido muchas emociones juntos. También participo en carnaval, hace nueve años que comparto con mi querida comparsa Milonga de Malvín Norte, hermoso grupo, muy unidos, muchas alegrías y tristezas, pérdidas de amigos junto a la vivencia de los colores, el brillo, los tambores. Todo eso es carnaval, para mí. Mi vida es común, como la de cualquier mujer, madre y amiga. Luchando la diaria, trabajo de cuidacoches, un oficio como cualquier otro y siempre me hago de amigos. El año pasado terminé tercer año de liceo: como ven, no hay edad para aprender. Un sueño más, cumplido. La vida sigue, a pesar de todas las tormentas que pasé. Por más que caiga, un tropiezo no es caída. Así que seguiré siendo yo, como Dios me creó: pobre pero terca, alegre; haciendo el bien al prójimo y arrancándole una sonrisa a quien esté en mi camino. A seguir tendiendo la mano y levantando al que caiga. Las caídas me hicieron fuerte y no harán que deje de ser como soy. ║

 

 

Margarita y Sheila

x Marita Barboza[2]

Comienza su día peleando con su abuela: -No tengo el mate, ¿qué lo hiciste? Margarita, que así se llama su abuela, la miró y salió; tenía mucho trabajo. La abuela se casó muy joven, crió a sus tres hijos, les dio todo lo que estuvo a su alcance. Su marido era machista, prepotente y mujeriego, llegaba a la casa siempre de mal humor, se bañaba y se ponía a mirar TV. Estaba tan oprimida que si no fuera porque no tenía dónde ir, ya lo hubiera dejado. Pero ¡sorpresa! Llegó un día en que el marido le dijo: -¿Sabés una cosa?, no puedo seguir así, me voy. Margarita se lo contó a sus hijos mientras saltaba de alegría. Fueron veinte años de convivencia… Su vida cambió a partir de ese momento, se compró ropa, comenzó a salir con una amiga, a tomar helado, ir al cine si se podía, o al centro; para ella era lo máximo, se divertía y disfrutaba mucho. Su nieta Sheila se peleó con sus papás; es una adolescente rebelde, cómo negarse a recibirla en su casa. Y comenzaron a compartir la vida, a veces se llevaban un poco bien, y otro poco peor. Margarita también se entretenía plantando en su pequeño patio zapallitos y tomates, las flores también ocupaban un rinconcito, como los pensamientos y las alegrías. Sheila se sentaba en la ventana donde los rayos del sol le acariciaban la piel, estudiaba en silencio mientras, de reojo, miraba a su abuela trabajar en el jardín. Se fueron adaptando y el ritmo de vida las unió, la nieta ayudaba a su abuela los domingos en que hacía feria para subsistir con algo más. En ese entonces, Sheila conoce un chiquilín que le gusta y le cuenta a Margarita. La reacción de la abuela fue tranquila, le pidió que no dejara de estudiar. Aunque por dentro estaba aterrada porque la responsabilidad era de ella: si su nieta perdía la cabeza, “se la mando a sus papás”, pensaba. Aunque pasa el tiempo, no le presenta al mencionado chiquilín. Margarita, aterrada no deja de pensar, teniendo presente su propia historia: ¿cómo será su familia? ¿será que trabaja? ¿Cómo la va a tratar? Como la relación seguía, la abuela entendía que era algo serio. Sheila no sabía mucho del muchacho, pasaron los meses y ella terminó cuarto de liceo sin perder ninguna materia. Con las amigas hicieron una despedida en casa, amanecieron bailando, escuchando música. Al otro día, mientras la ayudaba con las plantas de tomate, poniéndole cañas para que no caigan, la abuela le pregunta: -¿Y ahora qué sigue con tu novio? ¿qué van a hacer? Me agarró por los hombros y me dijo: -“Abue”, me embarazo y voy a tener algo mío, mío. ║

 

 

Teresa[3]

x Marita Barboza, Maryori Panizza, Marisa Silva

-Yo no voy a escribir -dijo Teresa. -Pero les voy a contar una historia, mi historia. Es enérgica, de hablar pausado y alegre, revive con intensidad cada recuerdo al evocarlo. Nos recibe en su confortable casa, repleta de plantas y fotografías. En la mesa nos esperan unos ricos escones de queso que ella elaboró la noche anterior para esperarnos. Así, entre sorbos de té y mordiscos de escones, entramos en un mundo nuevo. Volvimos al año mil novecientos cincuenta con el inicio de su relato. -Llegué por primera vez a Casavalle con apenas dieciocho años, siendo voluntaria de la organización sin fines de lucro Emaús. Allí descubrí con sorpresa que los niños nunca habían salido del barrio, pero a nadie le preocupaba -nos dice con un tono algo nostálgico. -Me sentí privilegiada, tuve la suerte de ser adoptada por una familia adinerada que me dio posibilidad de conocer mi ciudad y varias ciudades más. Seguí visitando el barrio con frecuencia. Me enamoré -dice entre risas -y me llené de rebeldía, decidí romper con el pasado. Una de mis amigas me recibió, aunque su situación económica no era la mejor. Debía subsistir recolectando frutas y verduras en la feria con las que elaborábamos dulces y conservas que luego vendíamos. Hace una pausa, bebemos té y comemos algunos escones, ella mira al infinito, busca apoyo en las fotografías que tiene en su pared, nos mira y continúa con su relato. -Como el dinero no era suficiente, comencé a trabajar como empleada doméstica. Logré de a poco independizarme y mudarme a una pensión. Empecé el liceo nocturno, quería estudiar -nos dice. -Bueno, sí, mi romance continuó, hasta que me embaracé, ya que él desapareció al enterarse. Pero mi vida no cambió, no, no, quédense tranquilas, solo que mis inquietudes eran otras, yo necesitaba saber mis derechos como madre soltera, entonces consulté al profesor de derecho. Él me ayudó con eso y con mis derechos laborales, eran los años setenta. Desde ese día, nunca más acepté trabajar en negro. Mi hijo nació. En la pensión no aceptaban niños, así que me empleé con cama. Era un buen trabajo, hasta que mi hijo debió ir al control médico. Avisé para salir a media mañana, la respuesta fue más tareas para hacer, lo que impediría mi salida al médico. Yo me fui igual, primero era mi niño -dice con una leve sonrisa-. A la media noche estaba despedida. En la mañana me fui a casa de otra amiga. Ella me dijo que el gobierno daría viviendas. Moví el cielo y la tierra, como se pueden imaginar -dice en un tono entre enérgico y dulce-. Me dieron una vivienda en el pasaje 308. Fue como volver a casa -dice emocionada-, todos me querían, respetaban y me recordaban mucho. Otra pausa, sus emociones se aglomeran y las nuestras también. -¿Se acuerdan -nos dice -que en los años ochenta se creó una ley que obligaba a todos a llevar dos apellidos? Luché para legitimar a mi hijo, tuve que realizar un juicio, que gané, como se imaginarán -dice mientras ríe con picardía-. En ese entonces trabajaba en PLEMUU (Plenario de Mujeres del Uruguay), participé en Identidades, un programa que emitía Canal 5. Iba representando mi lucha por el apellido de mi hijo, pero llevaba en mí a cada mujer de Casavalle. Por eso, para representarlas bien, tomé contacto con la diversidad de situaciones que enfrentaban. Siendo el denominador común a todas la falta de un espacio donde dejar a los más pequeños para salir a trabajar, y que se ubicara en la zona. Imaginate -dice abriendo los brazos-, insistí hasta que crearon “Mi Casita”, la primera casa cuna. No me detuve. Fui parte del coro Acompasar en la antigua policlínica Casavalle, hoy Centro Cívico Luisa Cuesta. Bueno, eso ya lo saben, viven acá -dice entre risas-. Participo donde sea convocada, talleres literarios, grupos de mujeres, comparsas comunitarias. -Se pasó la hora volando, nos vamos Tere, gracias por tu historia, nosotras la escribiremos por vos, porque con tus ochenta y un años sos el símbolo vivo de la fuerza y el coraje que cada mujer tiene.║

 

 

Lara

x Maryiori Panizza[4]

Mi querido Rusco: ¿Cómo estás? Imagino que bien, supongo que estarás como siempre, gordo y echado en tu cama de mimbre. Yo, como siempre, luchando para poder comer; viste que acá, en la casa donde me adoptaron, los humanos no la pasan tan bien (los niños me encontraron en una cuneta, creo que ya te había contado) Mi mamá humana a veces no puede conseguir vender sus cosas en la feria, y cuando su patrona no la llama para trabajar, se complica tener las pastillas de gatos. Ni hablar de ir a la veterinaria, pero ¿sabés? tiene un lado bueno vivir acá; puedo andar todo el día por ahí, si quiero, cazo pájaros y ratones para no perder mi instinto y para comer cuando no hay otra opción. Los niños son algunas veces buenos y otras no tanto, usan unas hondas y tiran piedras. He tenido suerte, a mi vecina Lucy le vaciaron un ojo con una piedra. ¡Imaginate!, a vos nunca te pasaría algo así; también los gatos por acá pelean mucho por nosotras cuando llega la época de celo. A mí me castraron, fue cuando vinieron con un móvil de Zoonosis para que no tuviera más crías, ya que no es fácil su manutención. A los dos hijos que tuve antes de eso, mi mamá humana los regaló, juntos, a una vecina que los tiene bien, ya que tiene trabajo estable. A pesar de la pobreza, mi hogar es confortable, me dan cariño; por ejemplo, me despulgan a mano, no como a vos que tenés collar antipulgas. No me quejo de mi suerte; sé que si me muero, en el jardín de la casa tendré un lugar, lo sé porque allí dejan a las otras mascotas que partieron ya, lo ví. No sé qué más contarte, así que me despido por ahora. Te mando un abrazo. Espero tu respuesta. Con afecto sincero. Tu amiga Lara. ║

 

 

Luisa

x Marisa Silva[5]

Lunes, 6:30 horas de la mañana. Luisa se sienta en la cama, se despereza y busca a tientas sus pantuflas; estira una pierna y... -¡Pucha! -dice. Otra vez ese dolor insoportable que la tiene a mal traer. Luisa tiene sesenta y dos años, es delgada, algo encorvada, aún muy activa a pesar de ese dolor persistente en la cadera que ya tiene como tres años y no hay pastilla que cure. Trabajó y trabaja como limpiadora desde hace mucho. Desde los quince años, más precisamente, cuando abandonó el liceo y empezó a hacer changas para poder comprarse ropa linda. -Total, para qué le servía estudiar, si igual, con liceo o sin él hay que lavar los pisos -le decían todos. En algún momento y aconsejada por alguna patrona de buen corazón, una profesora, recuerda, con la que iba una vez por semana, pensó en retomar, pero no se dio. Y después la vida hizo lo suyo, la casa, el marido, los hijos… Se pone de pie, va a la cocina y pone agua para el mate; Julio, su compañero, ya arrancó para la feria, hace tiempo está desocupado y tiene ese rebusque. Enciende la radio y pasa su mano por la cadera que le duele –más bien, le arde–. El médico le dice que no debe lavar pisos, ni barrer, ni subir escaleras, menos, estar parada. -Pero entonces no podría esperar por horas a la intemperie sentada en un banco de piedra para conseguir número en la policlínica -piensa, y sonríe tristemente. Si al menos no hubiese trabajado tantos años en negro, tendría una magra jubilación, pero al igual que su compañero, se dio así: no llegan ni a quince años de aportes. -Ahora ya está, hay que seguir -piensa. Toma tres mates, agarra la cartera y arranca para la parada, acompañada de su adolorida cadera. Ahora viene el segundo capítulo: empujar para poder subir al ómnibus repleto y viajar de pie una hora hasta Pocitos. Cuando llega a su destino, la Señora -que tiene más o menos su misma edad -vuelve de su caminata por la rambla y se dispone a hacer sus ejercicios. -¡Buen día, Luisa! ¿cómo está su cadera? usted no se cuida nada… -le dice a modo de bienvenida. Termina sus ejercicios y pasa a ducharse en el baño que Luisa limpiará más tarde. Se seca con la toalla que Luisa lavará luego y se toma el café que Luisa preparó, dejando a un lado la taza que Luisa lavará posteriormente. Se despide afectuosa y le grita: “¡cuídese Luisa!”, mientras toma el ascensor que la dejará en el garaje, donde subirá a su auto y manejará (“¡usted no sabe lo que es la calle, Luisa, no se lo deseo!”) hasta su negocio inmobiliario. Luisa aún no sabe si la Señora no entiende o si prefiere no entender. Pero sacude la cabeza, enciende la radio y se dispone a comenzar su tarea. Suena una canción, y mientras la tararea se dice a sí misma: “¡vamos, Luisa, un día más!”. ║

 

Palabras clave:

Mary Albarenga
Marita Barboza
María Teresa Lima
Maryori Panizza
Marisa Silva
Lilián Toledo
Escribidoras
Casavalle


www.librevista.com nº 54, agosto 2023

[1] Nací en Montevideo, el 25 de julio de 1965. Soy madre de cuatro hijos y abuela de siete nietos. Mi infancia la viví en Curva de Maroñas, pero actualmente resido en Casavalle. Trabajo como cuidacoches y soy atleta corredora fondista.

[2] Tengo 65 años y nací en Casavalle, pero viví en Punta de Rieles hasta que nacieron mis tres hijos. Trabajé en una fábrica hasta que me jubilé y comencé a participar de talleres. Más tarde formé parte de tres libros. Agradezco enormemente que me dieran la oportunidad de hacer lo que más me gusta: escribir.

[3] Nací en Rivera el 1 de octubre de 1940. He vivido en Casavalle en distintas épocas. Madre de un hijo y abuela de tres nietos. Trabajé como empleada doméstica y fui educadora del INAME durante dieciséis años, actualmente soy jubilada.

[4] Nací el 17 de agosto de 1967 en Rivera. Trabajo como auxiliar de servicio en una empresa. Soy referente comunitaria y participante activa de talleres literarios y culturales de la zona.

[5] Nací el 27 de agosto de 1958 en Fray Bentos. Resido en la zona desde hace cuarenta y tres años. Soy madre de tres hijos, y abuela de cuatro nietos, obrera de la aguja durante largos años y hoy emprendedora en diseño y fabricación de ropa. Militante social y política, feminista y aspirante a escribidora.