www.librevista.com nº 57, febrero 2024
x Cami Iraizoz (@escricamitora)
[1]
A continuación, podrán leer extractos de mi libro independiente Serendipia (2019), incluyendo la dedicatoria y agradecimiento que escribí a mano alzada en cada uno de los ejemplares que doné a la Biblioteca Municipal de Parque del Plata.
Dedicatoria
(07/07/2023)
Hoy me siento a hacer una dedicatoria para este libro y quiero que sea lo más universal posible ya que espero que este libro pase por muchas manos y llegue a muchos corazones.
Entre poemas y versos este libro relata una historia acompañada de fotografías y que juntos buscan llegar al lector y de esa manera lograr que cada uno se encuentre, identifique y sane con estas palabras.
Con cariño,
Cami Iraizoz
P.D. Por favor, devolver este libro a donde lo encontraste para que más personas puedan leerlo.
Y al final, un agradecimiento también escrito a mano alzada:
Gracias por llegar hasta acá.
Lo mejor del mundo para vos y quienes amas.
Prólogo
Ya han pasado varios años desde que el tema fue “superado”, y uso las comillas porque es algo que no se va a superar nunca, porque a pesar de que las conductas autodestructivas desaparezcan, las marcas se quedan para toda la vida y son un recordatorio constante de momentos que desearías olvidar. Son huellas que se quedan para siempre y las podés tapar, disimular, maquillar o incluso hacerte un tatuaje, pero lo cierto es que van a seguir estando, por más de que te acostumbres a verlas todos los días cuando te bañás o cuando usás remeras de manga corta que tanto miedo me daba antes usar, porque quería esconderme, evitar, a toda costa, ser descalificada o tratada diferente por llevarlas en la piel, tenía miedo a que no me aceptaran, y aunque de vez en cuando me sigue tocando la puerta, ya no lo dejo pasar. Cuando miro hacia atrás y pienso en esos días, meses, años, y veo la persona que era, me asombra todo lo que he crecido (y no hablo de tamaño), veo cómo me he superado a mí misma y me he levantado de lugares y momentos en los que parecía estar pegada al suelo, y se me hacía imposible remontar.
Me resulta muy difícil recordar cuándo fue el día en que tomé la decisión de hacerlo. Es que no hay un día o un momento. Es una idea que te atormenta a cada segundo y vos la pateás, la empujás, le pegás, hacés de todo, pero no se va. Hasta que un día tocás fondo, y chau, dejás que te consuma, que te haga suya, aunque en el fondo no quieras. Te entregás al alivio momentáneo y a la placentera sensación de, por un rato, sentir dolor físico y no emocional; a lo maravilloso de centrarte en algo que no sea el martilleo constante que produce tu mente. Y te dejás abrazar por las paredes de tu habitación, sentada en una de las esquinas de tu cuarto, resbalando lágrimas por las mejillas y llorando por las muñecas; desahogándote. Y sin buscarlo ni pensarlo, generás una adicción, una horrenda adicción que no te quiere ni la querés soltar. Y cada vez que te tentás y caés entre sus redes, te jurás a vos misma que es la última, pero sabés que estás mintiendo y te fallás, te engañás. Casi sin darte cuenta te ves hundida en un pozo oscuro, sin nada de luz, con un sentimiento de soledad tan grande que te parte el alma en mil pedazos. Y dejás de disfrutar de las cosas, dejás de ser feliz. Te empezás a abotonar buzos de manga larga aunque haya 40 grados, bajo la excusa de que “sos friolenta” aunque en el fondo sabés bien que no es más que una puta mentira. Te empezás a odiar, con y sin ropa, arreglada y sin arreglar; rechazás y ridiculizás cada centímetro de tu cuerpo, buscás lastimarlo, pegarle, pincharlo. Podés pasar horas llorando e insultándote, mientras mirás tu reflejo en el espejo. Después llega el momento en que pensás en cómo mierda te vas a sacar la vida y vas a dejar atrás toda tu miseria; empezás a escribir cartas de despedida y a hacer cosas con la intención de suicidarte. Perdés y olvidás totalmente el valor de tu vida.
Cuando querés acordar, te das cuenta de que alejaste a las personas que querías, te sentís más sola, y volvés a caer. Dejás de comer y te mandás los dedos a la garganta para expulsar cada cosa que comiste, porque “sos un asco” y no te podés ni ver. Te aislás de la sociedad y salís solo cuando es absolutamente necesario. Intentás matarte y fallás algunas veces, por cobardía o quién sabe qué, pero jurás hacerlo mejor la próxima vez, así dejás de respirar de una vez por todas. Pero volvés a fallar, no sé si por buena o mala suerte, pero la cosa es que fallás. Llega un punto en el que ya no sentís nada y necesitás más dolor físico para apaciguar el emocional, entonces recurrís a cortes más profundos: cera caliente, agujas, golpear la pared; todo aquello que te pueda provocar sufrimiento. Te hundís. Llega un punto en el que todo se desmorona, y es cuando, después de mucho tiempo, ya no podés seguir manteniendo el secreto, y a pesar de que en ese momento odiás que te hayan descubierto, años después lo agradecés, porque sabés de sobra que de otra forma probablemente no seguirías con vida. Entonces empieza un proceso largo y complicado, en el que entre caídas y subidas, tropiezos y vuelos, te recetan pastillas que al principio escupís, cuando se dan la vuelta, pero terminás aceptando que las necesitás y que te van a ayudar. Pasás una o dos veces a la semana en el psicólogo y psiquiatra, queriendo escapar de aquel infierno. Empezás a buscar algún otro método de desahogo, aunque sigas recurriendo al dolor, de vez en cuando. En mi caso me salvaron las palabras. Escribir, escribir y escribir. Gritarle todo al papel y plasmar allí lo que sentía. Y a paso de tortuga bebé terminás saliendo del pozo, cerrando una etapa y adentrándote en un nuevo comienzo. Hoy en día puedo aceptar todo eso como parte de una etapa de mi vida y no culparme por haber hecho lo que hice. Hoy ya no me lastimo pero sigo escribiendo, lo cual es mi escudo y mi mejor espada. Y aunque aún no consigo amarme completamente, estoy en el camino, y, finalmente, logré aceptarme. Esos momentos me ayudaron a ser quien soy, y, aunque parezca raro, ni siquiera, aunque pudiera, cambiaría esos hechos.
Soy
Soy polvo de estrellas,
soy relatos y letras,
soy los cuentos que he leído,
Las batallas que he perdido,
Pero también
los triunfos que he conseguido.
Odio la rutina y me angustia el paso del tiempo.
Soy una adolescente que quiere ser mujer
pero tampoco se atreve a dejar la niña que algún día
fue.
Esa soy yo,
y aunque a veces me pierda y ni siquiera yo me
entienda,
soy yo,
con virtudes defectos,
como humano que soy.
Soy así,
soy tristeza, soy felicidad.
Soy odio, soy amor; inestabilidad y paz.
Soy cuentista, contadora;
soy niña, soy mujer;
soy anciana y adolescente.
Soy callada, soy gritona.
Soy tímida y atrevida.
Soy osada y miedosa.
Soy así,
soy escritora.
Carta a mí misma
Hoy me escribo a mí, porque siento que
es necesario. A veces le escribo al amor a
los niños o a la brisa. Le he escrito a la
muerte, a mi pasado, a mi presente. Al
futuro también le he dedicado algún que
otro verso.
Pero hoy me escribo a mí, no sé si es
porque tengo miedo o porque de a poco
he dejado de tenerlo, me he hecho más
fuerte.
Quiero decirte a ti, a mí misma, que
aproveches el ahora más que nada, que
mires adelante, que queda aún mucho
por andar, que seas fuerte.
Está permitido llorar, recuérdalo, eso no
quiere decir que seas débil.
Eres bella y joven, no te dejes llevar por
los complejos.
De lo que ya pasó, aprende, y aplícalo
en el futuro, pero no pases toda tu vida
lamentándote por algo del pasado.
Equivócate, cáete una y mil veces, pero
luego levántate y, más fuerte, aprende.
Tal vez a veces te encuentres perdida en
medio de una tormenta, pero todo el
que busca una salida, la encuentra.
Los seres queridos que partieron, dejando una estela en el mar, son y
serán
siempre una guía, con ellos aprendiste y
aprenderás.
Quiero decirte también que todavía
queda mucho, mucho por ver, por
conocer, por descubrir, por sentir.
Por vivir.
Quiero decirte a ti, a mí misma, que no,
no sé dónde estaré dentro de 10 años,
ni siquiera sé dónde estaré
mañana, así que vive tu vida, yo
misma, porque no hay otra.
Por eso, no escondas tus cicatrices, son
parte de tu pasado.
No te avergüences de lo que hiciste, lo
que pasó; todo fue por algo y no podría
haber sido de otra forma.
No te apresures tanto con el futuro,
todo vendrá a su tiempo.
Respira, y, a partir de ahora, intenta
mejorar cada día más.
Atentamente: Yo.
El frio del invierno
Es invierno y hace frío,
estoy sola y sin abrigo
no hay luz en el vacío, solo me cobijo conmigo.
En la soledad de mi habitación,
mirando el techo,
tarareando una canción,
mientras a los fantasmas echo.
Miro por la ventana,
en el horizonte se pone el Sol,
me cubro con mi sábana,
me hipnotiza un ruiseñor.
El Sol se pone,
y sale la Luna,
nadie puede escucharme,
la música me acuna.
Felicidad
¿Que “qué es la felicidad”...? ¿Alguna vez te has puesto de cara contra el viento y sientes que vuelas? Sientes el pelo contra tu cara y rozar con tu cuerpo, como si te estuviese invitando a bailar. Te sientes libre, aunque sea por unos instantes, te sientes feliz, porque, en realidad, no sé quién puede definir el concepto de felicidad sin equivocarse, porque para todos es distinta, única. ¿Quién no anhela sentirse feliz? Sentir que se te destartalan los huesos de tanto reírte, hay que estar loco para no desearlo. Aunque dicen que los locos son las mejores personas, pero bueno... eso ya es otro tema. Déjame decirte algo. La felicidad no sólo se trata de momentos felices, sino también de algunos que otros tristes, porque sin estos no sabríamos valorar la felicidad. Y es cierto: imagínate un mundo en el que todo fuese buenas noticias, momentos felices. Perderíamos la capacidad de asombro, ya nada nos importaría tanto, no valoraríamos igual las cosas; porque sabríamos que nunca nada malo va a pasar. Y para eso está la tristeza, para que sepamos valorar los momentos felices. Para que cuando estos sucedan, los vivamos con intensidad. Hay quienes dicen que uno es feliz cuando vive el momento presente; suena demasiado obvio, pero el ser humano suele viajar con su mente, entre el pasado y el futuro, pensando en cosas que pasaron o en cómo pasarán. Dejando de lado el presente, eso tan preciado que tenemos, eso que nos trae felicidad. Y no, tal vez no pueda decir con exactitud, qué es la felicidad; pero hay algo que sí sé: ahora, en este preciso momento, soy feliz.
Carta a la muerte
Querida Muerte: Dime a quién perdiste alguna vez, para ser tan despiadada con nosotros. Cuéntame, ¿a quién le guardas rencor?, ¿qué fue lo que te rompió el corazón? ¿Por qué desquitas tu dolor con nosotros? Dime, Muerte, ¿qué fue lo que ocurrió?
Atentamente: Yo
Carta al tiempo
Querido Tiempo:
Tejedor de vida,
tejedor de momentos,
tejedor de dolor, tejedor de alegría.
Eres el hacedor de todo lo existente.
Sin embargo...
destructor, desintegrador,
de todo lo visible, de todo lo tangible.
Incomprendido, incomprensible.
Abundante y escaso.
Apreciado y despreciado.
¿Regalo o condena?
Tiempo, ¿cómo te atreves, Tiempo? ║
Palabras clave:
Cami Iraizoz
Serendipia
suicidio
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[1] Nací el 27 de agosto del 2001 en Montevideo, Uruguay. Comencé a escribir a los cinco años. En 2019 publiqué el primer y hasta el momento único libro: Serendipia. Estudié en la Facultad de Humanidades, Universidad de la República, cursé materias de la carrera de Letras y de Corrección de Estilo, sin finalizar formalmente las carreras. También cursé diferentes talleres de escritura, teatro e improvisación. En 2023 trabajé en radios independientes dirigiendo su propio programa llamado ¿Dónde arranca la jornada? Después de un tiempo decidí seguir el camino de la comunicación de otra manera creando entonces un podcast con el mismo nombre el cual se encuentra en Spotify. En el momento me encuentro trabajando e indagando para encontrar nuevas creaciones, aprendiendo no solo del arte de la escritura sino también de distintas ramas de la música, como el candombe y el rap. Estoy en búsqueda de oportunidades laborales, profesionales y artísticas para seguir creciendo y formar una carrera que me permita no solo vivir de ello sino también ser feliz, repartir y difundir arte.