www.librevista.com nº 53, julio 2023
x Bety Ortega (@betyortega en instagram)[1]
Durante el año 2021 tuve la oportunidad de ser docente frente a tres grupos distintos de nivel de enseñanza primaria y secundaria del Centro Educativo Makarenko en Campeche, México, institución en la que cursé toda mi educación básica. En una clase de secundaria, una estudiante me preguntó: “Maestra, ¿le caemos bien?”, lo cual detonó una serie de reflexiones que pretendo compartir en este escrito. La respuesta que inmediatamente le di a la estudiante, mientras todo el grupo escuchaba, fue: “sí me caen bien”, y procedí a expresar que me sentía muy agradecida de poder compartir espacios, momentos, aprendizajes y pensamientos con personas de su edad (13-14 años) puesto que a mí, como persona universitaria de 22 años en ese entonces, me era cada vez más difícil compartir escenarios con niñxs y adolescentes (mi hogar, mis grupos de amigxs, la universidad, entre otros) y el trabajar en esta escuela me brindaba la oportunidad casi única de convivir con ellxs.
Como estudiante de Pedagogía posicionada desde una perspectiva crítica de la educación me encuentro en un proceso de construcción de mi ser personal y profesional en el que he podido apropiarme de herramientas teóricas y metodológicas que me permiten cuestionar mi práctica y mi posición en el mundo. Reflexionar desde mi propia práctica docente me parece fundamental porque, si bien ya no me encuentro impartiendo clases a niñxs y adolescentes, espero poder compartir nuevamente esos espacios con ellxs en el futuro. El compromiso político pedagógico de una educación liberadora y no autoritaria me requiere reflexionar sobre esa posición a la que mi vocación me llama.
Regresando a la reflexión que detonó la pregunta de la estudiante, comienzo por reconocer que la razón por la que como adulta convivo cada vez menos con infancias y juventudes es porque el mundo está hecho para adultxs y solo ciertos espacios, como el escolar, están hechos para las infancias. La segregación de las infancias del mundo adulto se debe en gran medida a los procesos de escolarización que se han vuelto gradualmente obligatorios, pero que tienen sus raíces en la modernidad.
Para muchas personas, la educación se equipara automáticamente con la escolarización y la escuela se asocia con las infancias. Sin embargo, el término y la práctica de la educación existían antes de la institución escolar y la concepción social de la infancia, es decir, la escuela y el concepto de infancia no siempre han existido de la misma manera en que lo hacen hoy en día.
Es frecuente que los términos “escuela” e “infancia” se vinculen, ya que a través de la escolarización las infancias tienen su primer contacto con el ámbito público y experimentan una forma de socialización diferente a la del hogar concebido como un espacio privado. Si pensamos en quiénes son las personas que pueden ocupar el espacio público, generalmente pensamos en adultos. La escuela entonces es un espacio de transición, de formación y transformación de la infancia a la adultez para poder formar parte del ámbito público y de todo lo que eso implica: participación política, ciudadanía, trabajo asalariado, entre otras cosas.
Resulta útil remitirnos a los discursos de tres grandes figuras pedagógicas de la modernidad: Rousseau menciona que la educación es la empresa de formar a un hombre; Kant sostiene que únicamente por la educación es que el hombre puede llegar a ser tal, y Comenio afirma que para que el hombre pueda ser hombre, debe formársele. Parece ser que la educación desde la modernidad es una manera de producir seres humanos (adultos) en términos del hombre como alguien que es, en contraposición al niño que todavía no es o está en proceso (de formación y educación) de ser adulto.
¿Por qué a las infancias no se les da el estatuto de humanidad, de ser, sino hasta después de un largo proceso de escolarización? Los estudios decoloniales han sido esclarecedores al respecto. Así como se reconoce que la dominación del otro (racializado y en-generizado/sexuado) es parte de la herencia colonial, creando sistemas sociales racistas y sexistas pero también clasistas; de igual manera se clasifica a la población con base en su edad tomando como referencia a los adultos. A este sistema se le llama adultocentrismo[2] .
Recuperando un poco de historia, en la época colonial era común que a las infancias se les contuviera en instituciones como como orfanatos, casas religiosas y colegios para alejarlos de las calles y de la vida pública y política. Más adelante, el proyecto escolar de la modernidad institucionalizaría las diferencias sociales basadas en la edad, retirando físicamente a las infancias y juventudes del mundo adulto. Se puede decir que la escuela como aparato ideológico impone la ideología y el sistema de dominación adultocéntrico en tanto reproduce las relaciones de dominación basadas en la edad que deshumanizan a las infancias, es decir, ontológicamente se les diferencia de los humanos adultos.
Como persona adulta que ha trabajado y espera seguir trabajando con infancias desde la educación, me parece importante reconocer este sistema de dominación que me pone en una posición de ejercer poder sobre ellas y me obliga a buscar alternativas de una manera crítica que nos permitan co-construir subversiones a las lógicas coloniales/modernas adultocéntricas jerárquicas desde la educación. Hago énfasis en la crítica puesto que han existido alternativas educativas que reproducen el adultocentrismo a pesar de tener buenas intenciones.
Por ejemplo, la educación alternativa que se ha opuesto a la educación tradicional jerárquica, autoritaria y bancaria ha abogado por la no intervención directa de lxs profesorxs en los procesos de lxs infantes, poniendo como prioridad sus deseos e intereses. Esto puede parecer interesante en un primer momento; sin embargo, me parece importante resaltar que las alternativas realmente subversivas a los sistemas de dominación no se nos presentan de maneras radicalmente opuestas a estos sistemas, puesto que eso sería caer en las mismas lógicas dicotómicas coloniales/modernas. El asunto es más complejo que creer que al autoritarismo docente se debe responder con el abstencionismo pedagógico.
El creer que las infancias son siempre buenas, que no están “corrompidas” por la sociedad y entonces se naturalicen sus deseos, pensamientos, intereses, gustos y conductas, es un error y es una falta de responsabilidad de lxs docentes hacia sus estudiantes. Es una manera de esencializar a las infancias y de desterrarlas del mundo de lxs adultxs, en tanto que se cree que estas tienen un mundo natural distinto. Es decir, con la educación no directiva o el abstencionismo pedagógico se destierra a las infancias del mundo adulto con el pretexto de respetar su independencia, solo que ahora con buenas intenciones lejanas a la educación bancaria. Resistir al autoritarismo evidente de la educación tradicional no debería implicar rechazar la intervención y dirección docente en nombre de salvaguardar la autonomía de las infancias.
El problema de esta forma de “educar” es que es acrítica de los sistemas de opresión que configuran nuestra realidad, incluidos los intereses y gustos. Estos no son innatos ni espontáneos, están constituidos socialmente y condicionados por la clase y el género. El peligro de no cuestionarlos es que se reproduzca la dominación en nombre de respetar los intereses de las infancias. Ante esto: ¿cuál sería el papel del docente? y ¿de qué manera construimos en común, estudiantes y docentes, alternativas pedagógicas no jerárquicas que permitan la crítica de los sistemas de opresión y la liberación de todxs?
Como docente he aprendido que aceptar este tipo de trabajo implica una gran responsabilidad con lxs demás; en este caso, reconozco que mi responsabilidad es con mis estudiantes y sus/nuestros procesos educativos. No me atrevería a quedarme callada si algún estudiante realizase un comentario hiriente hacia lxs demás bajo la consigna de “así son lxs niñxs”, porque mi compromiso político pedagógico de crear una sociedad mejor también pasa por cuestionar mis actitudes y las de lxs demás; y guiar, con cariño y respeto, hacia una comprensión del mundo violento en el que vivimos, así como imaginar formas otras de estar y ser en él.
Una autoridad educativa, en este caso lx docente, es alguien que se encuentra en una posición asimétrica con lxs estudiantes, asimetría que no necesariamente equivale a desigualdad o jerarquía sino que pasa por el reconocimiento de que esa persona puede enseñarnos, guiarnos, hacernos aprender cosas que de alguna otra manera no podríamos. En este sentido, la autoridad docente implica asumir una responsabilidad con lxs estudiantes sobre la presentación e inserción al mundo que existe desde antes de que estxs llegaran para que lo cuiden, pero también para que lo cuestionen y lo cambien para el bien de todxs. De esta reflexión se desprenden dos cuestiones:
La postura de intervenir al educar a mis alumnxs implicó el diálogo y la exposición de las coyunturas del mundo: la guerra, el racismo, el machismo, la destrucción de la naturaleza y la explotación de las personas por parte del capitalismo, entre muchas otras cosas, encaminadas a comprender y problematizar el mundo con la esperanza de que ellxs hagan algo con eso que se les enseñó.
Recuerdo con mucho cariño los primeros 10 minutos de cada sesión de clases en los que platicábamos cómo nos sentíamos y procedíamos a ver la página de Wikipedia del día con la intención de saber qué pasó un día como hoy. Después de varias semanas de revisar día con día los personajes que aparecían en la lista de nacimientos y fallecimientos pudimos notar que la mayoría eran hombres blancos. “Maestra, ¿ya se dio cuenta de que aparecen casi puros hombres blancos que solo conocemos por pinturas?, ¿por qué aparece gente tan antigua?”. Esa pregunta desencadenó una serie de reflexiones sobre quiénes han estado en el poder y quiénes se consideran personajes importantes para la historia de la humanidad: hombres blancos de Europa y Estados Unidos al inicio de las listas y al final celebridades del mundo de la FIFA, Hollywood y empresarial, en su mayoría.
¿Cómo responder críticamente desde la educación ante los referentes hegemónicos del mundo y la historia? Pienso que una educación que permita cuestionar el mundo en el que vivimos y la manera en que está configurado también implica cuestionar la autoridad (tanto del docente como de las personas y grupos que consideramos importantes históricamente) para poder responsabilizarnos en conjunto, estudiantes y docentes, de construir formas de relación más horizontales y renovar lo común. Para ello será necesario reconocernos como personas inacabadas, que estamos siendo en y con el mundo y lxs otrxs, buscando ser más, sin importar si somos adultxs o infantes.
Conviene tener siempre presente que, desde una perspectiva crítica, luchamos ante la concepción adultocentrista de la educación que deshumaniza a las infancias (quienes, ante la visión de los adultos, no tienen voz, no son humanxs en plenitud todavía y no pueden incidir políticamente) y que asume que sólo por medio de esta educación se convertirán en hombres (plenamente humanos). Pensar así, siguiendo a Freire, sería deshumanizarnos también a lxs adultxs, porque no es posible deshumanizar a lx otrx sin deshumanizarse a unx mismx. Por ello, lxs docentes tenemos una gran responsabilidad en adoptar una postura que se aleje de la concepción de infancia como incompleta y deshumanizada, misma que puede resultar en un proyecto educativo humanizador para todas las personas de todas las edades y que cuestione los sistemas de dominación para construir en conjunto escuelas y sociedades en las que todxs aprendamos de todxs y con todxs. ║
Palabras clave:
Bety Ortega
Docencia
Adultocentrismo
Paulo Freire
www.librevista.com nº 53, julio 2023
[1] Beatriz Ortega Estrada, mexicana de 24 años, originaria de la ciudad de Campeche, reside actualmente en la Ciudad de México (CDMX). Estudiante de la Licenciatura en Pedagogía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Su ensayo Analizando la identidad, un ejercicio de pensamiento decolonial fue Premio librevista de ensayo 2022. (https://www.librevista.com/premio-librevista-ensayo-2022-Analizando-la-Identidad-Un-Ejercicio-de-pensamiento-decolonial-x-Bety-Ortega.html).
[2] Se reconoce que la lógica de la colonialidad del poder jerarquizó a la población mundial en términos de raza; más adelante María Lugones diría que, al mismo tiempo que la raza, el género fue una forma de clasificación social. Ahora reconocemos también que, además de la raza y el género, la edad fue un factor determinante de clasificación social. Los procesos de colonización que dividieron de esta manera a la sociedad son la condición de posibilidad para la época que llamamos modernidad.