www.librevista.com nº 51, febrero 2023
x Alejandro Baroni Marcenaro
A mí el Partido me daba seguridad
(decía una amiga de la adolescencia)
Una crónica fantástica
Existe un cronista formidable de América que es Martín Caparrós. Sus libros El interior (de Argentina), El hambre (desde Chicago, por Bangladesh hasta Argentina) y Ñamérica (la América que usa la ñ, desde Miami – la capital o el capital - México, Caracas, Buenos Aires). En el 2021 se publica Ñamérica y uno viaja con el autor en sus reportajes, descripciones y opiniones. Un libro ineludible, fotografía y filma, documenta y opina. Con el autor, visitamos y preguntamos por (según títulos de capítulos escogidos): México – La ciudad desbocada; El Alto, más arriba de La Paz capital de Bolivia – La ciudad inesperada; Caracas – La ciudad herida; La Habana – La ciudad detenida; Buenos Aires – La ciudad abrumada; Miami – La ciudad capital; Managua – La ciudad sacudida.
Sin embargo, hay un capítulo que desentona en calidad y es el titulado El continente real. Venía documentando y ensayando muy bien, hasta incorporando buen humor e ironías sobre sí mismo – hasta habla de su “panfletito” – y aquí nos suelta que la última movida de cambio en Ñamérica fue la guerrillera de los setenta y ochenta, luego de la cual vinieron las dictaduras cívico-militares (documentadamente, Caparrós junto con Eduardo Anguita escribió La Voluntad en tres tomos, acerca de la guerrilla argentina) Continuando, en el capítulo El continente real también habla de la democracia “encuestadora” y casi logra convencernos de la corrupción generalizada en Ñamérica y su desesperanza. Sin solución de continuidad, en el mismo capítulo pasa a entrevistar a guerrilleras y guerrilleros de las FARC colombianas en su campamento de transición hacia la paz sin armas – reapareciendo el mejor Caparrós, y sin rebaje, sigue luego con el escándalo de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua.
Este cronista/documentalista/ensayista habla en primera persona del plural: nosotros; se incluye en el problema gravísimo del descrédito de la política entre gran cantidad de personas, que no están solamente alienadas, como hubieran dicho los marxistas convencionales, también están continuamente formando opinión y cambiando gobiernos, explotando más o menos efímeramente, todo registrable. Caparrós no le echa la culpa a los políticos, o al progresismo, o al bolsonarismo, o a la falta de voluntad revolucionaria – no podía ser de otra manera con lo que ha viajado, visto, preguntado e investigado – él no es un escritor de caverna, aunque parece haberle tomado gusto, sale de la observación y vuelve a encerrarse en la alegoría. Igual va y viene en su incomodidad añorante y hace de la democracia un sujeto, un ente maléfico: “La democracia es un sistema que en teoría se presenta optimista, que supone que las personas se van a hacer cargo de sus decisiones – pero le sirve (sic) que no lo hagan, así que produce la sensación generalizada de que esas decisiones no sirven para mucho” (las cursivas son de este comentario)
“Ahora no tenemos ese mañana (como la república en el siglo 19 o el socialismo en el 20) Todavía no hemos sido capaces de imaginar cómo sería esa sociedad más justa, más equitativa, más vivible que mejorará la actual… el futuro ya no se vuelve un objeto de deseo sino de temor, porque todo lo que puede traer es decadencia” (cursivas de este comentario).
Caparrós registra la fuerte presencia del feminismo y anota con interés una cierta tendencia en fracciones del movimiento al identitarismo, así como a lo identitario en el indigenismo, ese decir mi esencia es tal, la tuya es cual, esas grietas que sustituyen a lo más importante, lo que tenemos en común respetando las historias particulares. Pero estas observaciones y críticas a movimientos sociales contemporáneos no constituyen su punto más importante, que es la queja de no contar con una propuesta similar a la que fueron la república o el socialismo. Ya no tendríamos la guía de la revolución francesa o de alguna internacional. Ya no tendríamos a un Marx, a un Bakunin o a Robespierre, aunque – no lo percibe – que los tenemos incorporados en las capas de la corteza cerebral, en las memorias, en las interpretaciones y aprendizajes.
Caparrós no es un representante cabal – aunque se les aproxime – de intelectuales lapidarios, temerosos, apocalítpticos, pequeñoburgueses con sus vidas seguras y cubiertas que pueden entrar en decadencia, que sienten temor, se sienten las víctimas posibles de quién sabe qué cambios, mientras no pueden imaginar un futuro mejor.
Es una línea de pensamiento que reprocha a la gente que ya no piense en cambio de estructuras, quiera vivir mejor con la heladera llena, no se plantee el fin del capitalismo, qué horrible, se quejan las víctimas intelectuales que no saben imaginar y proponer caminos de cambio, repiten, repiten que es cuestión de teórica de iluminar, de mostrar ideas para que las masas los sigan y se jueguen por el final del capitalismo, el fin de la maldad e imperfección, por qué no se animan de una vez y así se me van mis temores e incertidumbres, así de un golpe y plumazo. Que cambie este “sistema” sin que se creen las condiciones para su reemplazo, una gran propuesta voluntarista que debiera entender desde su exhaustiva investigación en La voluntad.
“Somos víctimas, (estamos a la defensiva)” “No tenemos un sujeto claro, ese fue el acierto de Marx, definió quién lo haría, construyó ese protagonista de la historia”, escribe Caparrós. Pero ese sujeto – salvo sustituído por el partido y la burocracia – no tomó cuenta de que estaba elegido, señalado y construido y aceptó destruir muros, no creyó en las nuevas clases tecnoburocráticas y militares y tal vez se esté perfilando – como lo hizo en la efímera comuna de París – junto con otras gentes inesperadas a cambiar el mundo, de una manera diferente. ¡Qué desordenado todo! La experimentación y la investigación ¡qué incertidumbre!
Antes era más fácil.
Desde Italia, el apocalipsis
Mientras Caparrós sale con pericia y dignidad y entra luego sin atributo elogiable a la caverna, en la Italia de Georgia Meloni – esa que cae en cualquier momento – Franco Berardi (Bifo), gurú europeo apreciado en círculos del Río de la Plata, anuncia la segunda venida de Hitler. En el 2021, publicó Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del apocalipsis. Con algunos insights de interés, encaja que se viene el mesías con sus jinetes adelantados Trump (y Bolsonaro). Para Berardi se viene el apocalipsis, no un cambio de época provocado por múltiples avances sociales. Ya estamos derrotados.
Y aquí también estamos derrotados
A fines de los 80 y noventa, se pueden ver intentos de parricidio contra quienes asomaron en el 68 y 45, con cuidados debidos contra la generalización, según aperturas posmodernistas prometedoras que terminaron en la negación del progresismo y tradicionalismo por igual, en vuelcos derechistas, a dejarse captar por alas más liberales, o de centro izquierda en partidos blanco y colorado, o directamente a migrar al voto en blanco.
Hubiera sido mejor un llamado a la emigración, a una toma de distancia, si hubieran sido coherentes, pero tomaron la mano de quienes les adulaban, les designaban para la comisión de Programa del partido y luego les desconfiaban y olvidaban, o aceptaron dar lustre intelectual a las páginas de opinión de sus nuevas amistades.
En 1998 se publicó el libro Retroescritura de Amir Hamed, un prolífico ensayista y teórico cultural. Hamed participó de lo que puede denominarse "giro lingüístico" en los Estados Unidos, cercano a la eclosión de la filosofía analítica del lenguaje, la que pasa de la consideración de la experiencia a la consideración primordial del lenguaje. Hamed nos habla de una época "yerma de proyectos" de "máquina recicladora" de "nave de desencantos" y planta esas ideas sin referencia alguna a la caverna donde se encontraba (primeras versiones de esa recopilación fueron publicadas en la República de Platón del diario La República) desde un "espacio inapropiable", un out from nowhere inubicable. En consecuencia, aunque configurando una aguda crítica cultural y política, poca recepción tendría en política un traspaso de la vida al texto como sinónimos. Esa es la debilidad de origen, insalvable, de planteos con interés que permanecieron no extramuros, sino dentro de muros académicos autorreferenciales o similares cavernas y que, décadas después, prestaron nombre a una conveniente confluencias de derechas y conversos desencantados de la política en la revista Extramuros.
Convergió bastante mucho de Foucault y posestructuralismo francés, que recuerda al Foucault y su cierta esperanza en el imán Jomeini antioccidental, posmodernismos inconclusos y escasamente digeridos, el sostén de los peligros de la razón tirándola por la borda, mucha ciencia de la comunicación y planteo de simulacros creados por los medios. Hasta Deleuze se hubiera espantado. Otra cara convergente presentada fue el racionalismo ilustradísimo confiado en las instituciones y reglas de juego que luego avanzó hacia el siglo 21.
Simpatía por la pureza
Finalmente, en el siglo 21, no termina de cuajar un ambiente renovador – como corresponde en un cambio de época – pesando demasiado la negatividad y reproche, que encare con positividad este cambio de época que tantas reacciones y conservadurismo despierta.
Al borde de una guerra civil global que se quiere imponer, aquí seguimos con si ciencia es literatura, que si la lucha de relatos, que los hechos, la realidad que se intenta apropiar, que cada quien reclama para sí. Demasiada epistemología teórica y mucho menos lectura de historias de las luchas sociales, la ciencia y el conocimiento. Demasiada incomprensión del psiqueo enunciado por Vaz Ferreira. Y muy, muy poca experiencia de innovación práctica y avistamientos de fuera de la caverna. Que el lulismo y el bolsonarismo son dos caras de la misma moneda, que el republicanismo es lo que yo escribo en mi blog, todo mío. Sumando para el descreimiento en la política y en los políticos preparan – sin querer tal vez – el terreno para salvadores, para presidentes que simulan la ruptura con raíces herreristas y hablan de la libertad responsable para sus amigos. Para ese conjunto de pensadores – es difícil generalizar, pero éste es un punto compartido – el político parecería deber ser un dechado de virtudes, exento de defectos, debiendo expresarse según maneras académicas, sin percatarse que hacer política es para personas corrientes, algunas excepcionales, pero todas hijas de vecino, más o menos ambiciosas, más o menos generosas y más o menos al servicio de sus electores y ciudadanía.
Asistimos a la autoubicación en extramuros, supuestamente por fuera, en este momento tan comunicado. Los orgánicos de lo inorgánico, deliberadamente extraños al barro y olores más comunes. Así, para ellas, ellos y elles, aspirar a un cargo estatal, administrativo, partidario o social es sinónimo de mala gente, arribista, aunque sean honorarios, o cedan voluntariamente el acceso a ingresos elevados. Y en relación con esto, sostienen que la competencia electoral está, por definición, corrupta, manipulada, mentirosa, mientras no se les escapa crítica alguna a su propia competencia por la visibilidad intelectual, o la que hace un productor o empresario para vender sus productos, o un periodista cazando público. Como si la política debiera ser una esfera de ideas puras y de personas reflejo más puras.
O confundir el estar en una asociación o un sindicato con corporativismo, o normalizar a un movimiento social como el feminismo, en todas sus variantes, como ridículo y objeto de burla. O a un sindicato que consigue un aumento considerarlo sin gusto ni estética. Ja, sería solo un aumentito para llegar a fin de mes o comprarse la TV para ver el mundial.
La pureza no admite grados, ni matices, la exasperación debe ser total, metafísica, en lugar de exasperarse concretamente, por ejemplo cuando no se invierte suficientemente en las infancias y adolescencias o en ciencia y tecnología, o se cede espacio a la generación privada de residuos industriales o envases irreciclables, o la tardanza en atacar corrupciones, o el escaso freno de femicidios, o no captar los grados de escándalo cuando partidos blanco y colorado se niegan a difundir sus grandes contribuyentes con montos incluídos y rechazan una ley de regulación de partidos, o enterrar la cabeza para no ver la risible inversión en ciencia & tecnología que hacen los burgueses criollos de mentira, etc.
Lo más grave es una suerte de vuelta al mito del ser humano bueno, como el de Rousseau, uno al que las sociedades corrompen, los sistemas dominan, la política deforma, los conspiradores globales controlan, defectos que sus círculos no comparten, porque son ajenos. La política democrática sería insulsa, ambigua, va y viene, no es categórica, no es revolucionaria en acto. De donde hay una sistematicidad ingenua, una ocho mil millonada de gente que hay que salvar, despertar, iluminar, encaminar a la libertad, librándola de espúreas acciones reformistas.
Las cosas son más simples, no hay bondad y maldad intrínsecas y extendidas. Los seres humanos son ellos y sus circunstancias, su quehacer y su decisión de hacer, de dejar hacer, de sobrevivir, de darse los gustos, sufrir, disfrutar, tomar decisiones acertadas o errar. Lo que puede hacerse es definir cada cual lo que prefiera, persuadir, empujar, convencer en el acierto y error, y rechazar la creación de fantasmas sin fundamento – que es lo que hacían los torquemada y domínicos iluminados por dios antes de prender fuego a gente en la hoguera. ║
Palabras clave:
Martin Caparros
Amir Hamed
Ñamerica
Franco Bifo Berardi
Extramuros
Pureza ideologica
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