Publicación del Premio librevista de ensayo 2021
Sobre el bien, el mal y eso que hay en medio.
¿Problema mundial o individual?
x Maximo Cano (*)
“Nos acostumbramos a la violencia, y esto no es bueno para nuestra sociedad. Una población insensible es una población peligrosa”.
Isaac Asimov.
El ser humano, la criatura con un intelecto desarrollado superior al resto de los seres vivientes. Capaz de pensar complejidades, construir sistemas delicados y utilizar las materias alrededor del mundo para fines innovadores. Una raza que permanece en continua evolución, la mejor existencia viviente conocida hasta el momento.
Con tanta historia, tanto vivido, los humanos aprendieron a valorar algunas cosas e ignorar otras. Es parte del aprendizaje que se transmite de generación a generación, la herencia que dejaron los primitivos para su descendencia. En la actualidad, el ser humano, a pesar de que su esperanza de vida ni siquiera llega al siglo, contiene información recaudada hace milenios. Información que trajo a la raza a su estado actual.
Pero si solo aprendiéramos a avanzar como una misma raza, todo sería muy diferente a la actualidad. Nosotros fuimos herederos de tragedias, de guerras y males muchas veces injustificados. Por esa misma razón, crecemos con valores en su mayoría egoístas o, al contrario, en excesiva generosidad; aprendemos a ser superiores o víctimas.
Finalmente, los que no son pretenciosos, acaban en el medio. Ni egoístas o generosos, ni superiores o víctimas. Solo son el medio de esto, indiferentes, nada.
Por eso fue que en marzo del año 2020, cuando el mundo se encontraba en un peligro mortal sucedió algo fascinante para los estudiosos de la psicología humana.
Al comienzo, todos los habitantes del planeta entraron en pánico y corrieron por doquier en busca de obtener lo imprescindible para la supervivencia antes de aislarse en sus hogares. Por primera vez en años, las calles quedaron vacías, pocos se atrevían a arriesgarse y transitarlas.
Pronto, los disturbios, las paranoias y las teorías conspirativas y apocalípticas tomaron un papel en cada territorio. Algunos lo llamaron castigo de Dios, otros un simple incidente y, los de mayor imaginación, un plan minucioso para disminuir la población mundial empezando por los ancianos. Los más intelectuales, o ignorantes, lo nombraron La Tercer Guerra Mundial.
Se desconocía cómo enfrentar el problema. Cada capacitado ofrecía información y métodos de precaución diferentes, incluso contradictorios en ciertos casos. En internet, la gente miraba decenas de videos sobre expertos en salud informando la mejor manera de protegerse; distintos videos que repetían lo mismo, pero todos eran vistos en el afán de descubrir algo nuevo.
Las familias dejaron de verse, los estudiantes se tomaron un año sabático y los empleados trabajaron desde casa o ni lo hacían. Los comercios cerraron temporalmente y algunos de los más pequeños entraron en quiebra. Nadie iba al cine, al parque, a la playa ni al restaurante. La producción mundial casi se detuvo, la economía cayó.
Las muertes aumentaron y los informativos las enseñaban como estadísticas que ascendían cada hora. Las víctimas, muertos por la catástrofe, eran números, y los suicidios por temor a esta fueron un complemento del que apenas se habló.
El gobierno, en desesperación, ofreció recompensa a quien solucionara el problema. Los científicos no daban más que pruebas y errores. La población dudó de ellos, la mayoría ni siquiera aceptaba el antídoto por supersticiones.
Era un terror invisible y microscópico la causa del horror, un virus pandémico.
Y unos meses más tarde, cuando ya todo era noticia vieja y costumbre, la crisis se encontraba en si obtenía la presidencia Trump o Biden. Todos expectantes frente a una pantalla viendo los distintos Estados votar, aún sin pertenecer a estos.
Nunca importó el estado mundial, el mal que sufrieron los demás, el ser humano siempre miró lo que se le fue enseñado, la sorpresa del momento, como si fuera un niño con intereses impuestos. Las preocupaciones son como las modas, cambian según lo que más se habla.
Las conversaciones no venían por desear que la cuarentena acabara, sino por saber cuándo verían otra vez un partido de su deporte favorito. La mayoría rompió el protocolo, se reunió en casas y se juntó con amigos, no iban a aburrirse encerrados en casa.
Cada uno volvió a su rutina anterior, pues ya no importaba el riesgo ajeno. En verdad, nunca importó. Pues, los humanos, demostraron ser indiferentes al bien que no fuera propio.
El virus fue olvidado y apenas tomado en serio, las indicaciones se seguían por obligación más que por cuidado. Muchos olvidaban ponerse la mascarilla al entrar al supermercado e incluso la dejaban en casa, los jóvenes compartían botella en fiestas ilegales con decenas de personas aglomeradas.
Y los problemas de siempre continuaron.
Mientras un grupo de mujeres luchaba por su libertad, vociferando hasta quedar afónicas, unos adolescentes reían de ellas y despreciaban el esfuerzo.
Cuando el chico fue abusado en el colegio, el resto de estudiantes apartaron la vista y se centraron en su conversación sobre series de Netflix y futbol.
Sex education y Elite les enseñaba a los jóvenes cómo debían ser más que sus propios tutores, soñaban un novio como Harry Styles y una novia como Scarlett Johansson. Los puntos atractivos ya no eran naturales, eran los enseñados en la pantalla, al igual que las personalidades y vestimentas.
El día que una chica se suicidó, su aparición en televisión duró menos que el apartado de la cartelera de cine. Y tuvo suerte de ser ella la nombrada, dentro de decenas de casos omitidos.
Los feminicidios tomaron más importancia que el homicidio masculino, entraron en una competencia de poder olvidando que todos son humanos, igual de imperfectos y merecedores de los mismos derechos, no ser tratado uno como superior al otro.
Insensibilidad generacional, el inicio del mal.
“El infierno no está en el remordimiento, está en el corazón vacío”.
Gibran.
Los seres humanos son las criaturas más sensibles del mundo, y del universo me atrevo a decir. Siempre se mueven por las emociones que sienten, por sus impulsos y el calor del momento. Si les sucede algo bueno como tener una cita, salir con amigos o ganarse la lotería, son los más felices y disfrutan su vida mejor que antes. En cambio, en los momentos malos como el desamor, los conflictos con otros y el fracaso en un proyecto, a menudo les hace olvidar cualquier bien anterior y cuestionar si todo mejorará algún día, como si un pequeño problema condenara toda una vida, e incluso en los peores casos meditan sobre la muerte.
Es incomprensible que nosotros, siendo de esta manera, también seamos los más insensibles del mundo, del universo.
Como humanos, aprendimos a llenar solo nuestro estomago físico y mental, preocuparnos por nuestro placer, quejarnos de nuestro sufrimiento y minimizar el ajeno. No solemos pensar en un prójimo a menos que sea por nuestra conveniencia, nos pida un favor o, por alguna razón, se haya ganado un enorme aprecio. El altruismo se perdió, la confianza y sociabilidad que nos representaba ya solo es un cuento narrado por los que vivieron más tiempo.
Es de saber general que hace años la gente se ignoraba en los transportes por leer el periódico, y ahora por mirar el celular. La era de la comunicación se volvió la menos comunicativa. Cuanto más avanzamos en tecnología, más nos atrasamos como humanos. Nos aislamos y eso nos convierte en maquinas insensibles. La falta del tacto, del intercambio de palabras y del pasar el tiempo con los prójimos, hace que no nos preocupemos.
Las películas de horror son entretenidas, cuanto más crudas y macabras mejor serán; el humor que da más risa siempre ofende a otra persona, capaz de cualquier atrevimiento aunque alguien más salga herido; para tener una vida mejor, es más fácil pisotear al más cercano en vez de buscar otra alternativa.
Hace un par de años, una noticia fue comentada por algunas personas en la capital de Uruguay: Una mujer fue atropellada por un ómnibus y un joven se acercó a ayudarla, pero en realidad solo robó sus pertenencias y escapó sin preocuparse por el bien de la víctima. Ella falleció.
Por si eso fuera poco, tenemos a los adolescentes que graban accidentes en vez de ayudar, a los insensatos que incitan al suicida a acabar su acto como si fuera un mero entretenimiento, y a los que se ríen de los discapacitados físicos o mentales.
Si llegamos a esta altura, ¿en qué se convirtió el ser humano?
Pero nada de lo anterior nombrado empezó ahora.
Los humanos atacaron las torres gemelas, bombardearon Hiroshima y Nagasaki, iniciaron dos guerras mundiales y cientos de guerras más pequeñas, liberaron virus, realizaron genocidios en nombre de dioses y esclavitudes raciales.
Antes, los circos eran atractivos por las deformidades de los actores. Los teatros humorísticos de la edad media en buena parte eran formados por enanos y discapacitados, con un presentador que se reía de ellos, el humor venía de la burla y no de la historia. Cuando todos veían un acto de magia, era porque esperaban que el mago falle en los trucos más peligrosos.
Nuestra especie, desde su primera aparición en la historia, fue movida por la soberbia y el egoísmo. Los pecados con los que todos nacemos y moriremos.
Pero… ¿Eso nos hace despreciables?
El mundo es un caos. Ni un virus, ni un político o guerra lo llevará a una crisis, porque ya estamos metidos en una crisis que durará hasta que se apague el sol.
Como especie, cada vez olvidamos lo que somos y nos convertimos en una tergiversación más perversa del mal que fue nuestra anterior generación. Aunque ya no estemos en guerras mundiales y la paz parezca más cercana que nunca, aunque ya no haya tanto caos a simple vista, el mal interior incrementó. Ese mal oculto que nace sin que nos demos cuenta, cuando deseamos el infortunio ajeno por un torpe resentimiento e ignoramos el dolor de los desconocidos más cercanos.
Como dijo el poeta Víctor Hugo: “No hay ni malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”.
Repetimos errores pasados mientras creemos ser mejores que nuestros ascendentes. La evolución fue tecnológica, social, económica e intelectual; pero aún falta la más importante, la evolución altruista que, por desgracia, solo será una eterna utopía.
Por algo los libros más antiguos siempre hablaron de lo mismo, de la realización del bien desinteresado. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, mandó Jesús. Buda enseñó que el amor, la compasión y la alegría eran pasos imprescindibles para alcanzar la iluminación. Y Platón dijo “Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro”.
Desde siempre fue necesario enseñar y recordar que el mundo mejorará con hacer el bien, con dar amor y, aun así, los humanos jamás acabaron de aprender y recordar. Pues, el interior dañado y las malas experiencias, siempre nos guiaron por el camino contrario.
Por un lado, tenemos a Maquiavelo en su libro El Príncipe sentenciando que “El hombre es malo por naturaleza”; por otro, a Rousseau en Emilio, o de la educación afirmando que “El hombre es bueno por naturaleza”; y, finalmente, a Hobbes con la idea de que “La naturaleza del hombre es la suma de sus facultades y poderes naturales”. Si debo decantarme por alguno de estos tres pensamientos, exceptuando a los psicópatas en el razonamiento, diría que el último es el más cercano a la realidad.
Nacemos sin conocer algo, desde cero. Vivimos según dónde crecimos y con quiénes nos relacionamos. Y morimos como ese cúmulo de experiencias.
El humano ignorante
“Estoy verdaderamente horrorizado por el hombre moderno. Tal ausencia de sentimiento, tal estrechez de miras, esa falta de pasión y de información, como debilidad de pensamiento”.
Aleksandr Herzen.
Desde finales del siglo XX y principios del XXI, nuestra especie ha hecho grandes avances en todo tipo de industria, superando en creces lo logrado a lo largo de nuestra existencia.
Las nuevas generaciones nacen con la facilidad de conseguir cualquier información cuando así lo deseen, con solo mover unos dedos en un teclado o una pantalla. El entretenimiento se tiene en casa, las noticias suelen ser gratuitas e incluso se puede ganar dinero en tu escritorio. Vivimos en el mejor momento de la historia, sin guerras ni grados de pobreza como lo habían antes, una época donde hay oportunidades para la mayoría de llevar una vida regular (tristemente, males como la pobreza y el hambre existen en cada país, pero estos han disminuido con el tiempo).
Aún con todas estas oportunidades, los jóvenes saben más de marcas de autos, videojuegos y nombres de futbolistas que de los conflictos mundiales, la economía y política de su país… y de su propia familia.
La información sobreabunda en todas partes, pero no es buscada. Lo que antes se encontraba, con suerte, en una biblioteca o librería, ahora se puede descargar por internet, pero no se hace a menos que sea por la tarea de la escuela. Es preferible ver un video explicativo de diez minutos en YouTube que leer cinco páginas y entender por ti mismo. El noticiero se pasa por la mayoría de los canales tres veces al día y ya nadie lo mira. Los periódicos y revistas pasaron a ser virtuales porque ya no eran prácticos. Se volvió más importante ver una película por tercera vez y comprarse una decimoquinta remera antes que gastar tiempo y dinero en informarse.
Vivimos en la Era de la información, con todo el conocimiento disponible, y estamos más desinformados que nunca.
Los humanos desinformados se convierten en ignorantes. Ignoran el mal que sufren alrededor de ellos e incluso el peligro que los acecha, muchos no se enteraron de la pandemia y sus amenazas hasta que tuvo que ejercerse la cuarentena. Actualmente, se escucha más a la gente decir que no se informa porque se deprime, se inquieta y se espanta. El saber se volvió símbolo de miedo e intranquilidad, y lo contrario es paz.
Como ignorantes, nos volvimos perfectos insensibles al resto de la humanidad.
Pero, como también soy humano, deseo tener fe en el futuro. Los rastros del pasado, así como dejaron marcas de hechos repudiables, también dejaron huellas que apuntan en dirección a esa utopía que pensamos abandonar, que vemos irrealizable y por eso ni la intentamos.
El humano, en toda su maldad, siempre ha dejado un rastro de bondad en sus actos.
El fin del mal, el principio de la humanidad
“Cada hombre debe decidir si va a caminar en la luz del altruismo creativo o en la oscuridad del egoísmo destructivo”.
Martin Luther King Jr.
En algún momento, mientras yo escriba este texto y usted lo lea, en algún lugar, un biólogo desconocido investiga la cura total contra el cáncer. Seguramente ya ha fracasado decenas de veces y ha obtenido pequeños avances, pero estos son más sobre lo que no funciona que sobre lo que lo llevará al éxito. Aun así, continúa su trabajo.
Una joven científica, que ignoramos, estudia la construcción de maquinaria para facilitar, de alguna manera, la rutina de los discapacitados. Ella tendrá poca experiencia y por ello fracasa constantemente, pero sabe que el siguiente intento será un paso más cerca de la meta.
Oculto en alguna habitación, un adolescente que piensa más de lo que debería, escribe un libro sobre el comportamiento humano que puede ayudar a miles de depresivos, paranoicos y ansiosos. Es desconocido, tal vez esté destinado al fracaso y acabe como uno del montón que llegó a nadie, pero escribe cada oración con determinación, porque es lo que desea hacer.
Al hablar de la humanidad, de sus logros, es normal que siempre dramaticemos y profundicemos en el mal que ha realizado desde tiempos inmemoriales, de hecho, este texto comenzó de esa manera. “El ser humano es destructivo”, “Los humanos dañan la naturaleza y destruyen el mundo” y “El hombre daña a otros por su propio bien”, son frases que solemos escuchar y decir a menudo. Apenas se dice: “El humano encontró la cura de la gripe”, sin después agregar: “Pero él la creó”.
Creo que ya se habló de sobra de nuestros errores, fracasos y daños al exterior. Por eso, es hora de conversar sobre nuestros logros y lo bienhechores que millones de veces llegamos a ser. Podemos decir “En época de guerras civiles, el ser humano encontró el camino a la paz, el fin del conflicto”.
La razón por la que desconocidos, ignorados y ocultos trabajan por el bien de los demás, es porque el ser humano también es capaz de hacer el bien, pero se enfoca en el mal al hablar.
Como dijo Goethe: “Los pecados escriben la historia, el bien es silencioso”.
Un caso conocido sobre el altruismo es Jesús de Nazareth, quien ya casi todos consideran real ya sea un ser divino o no. Él fue de pueblo en pueblo predicando sobre el bien ajeno antes del propio, tuvo miles de seguidores además de los doce tan bien conocidos, finalmente murió por causa de su ideología en la que Dios era amor y cualquier humano podía ser usado por Dios. Es decir, cualquier humano puede dar amor, y su muerte ahora es símbolo de esto.
Otro caso famoso fue el de Teresa de Calcuta, quien vivió de forma caritativa ayudando a pobres, a enfermos, moribundos y etc. Ella ayudaba a quienes lo necesitaban, utilizó su vida en ello sin esperar recibir algo a cambio. Seguramente, el caso con mayor fama más palpable que tenemos en la actualidad sobre el altruismo y el bien humano.
También hay casos como Bon Jovi, quien ofreció millones para ayudar a poblaciones que sufrieron tragedias por desastres naturales. Emma Watson, que apoya la educación, comercio justo y siempre ayudó a las mujeres; tanto que fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad de ONU Mujeres. Y no olvidar a Roger Federer, quien creó una fundación educacional ubicada en África y Suiza.
La moraleja es que el mundo está lleno de gente que hace el mal, así como de los que hacen el bien.
El principio del mal es la ignorancia, el desconocer el mal que todos sufrimos. Pero el humano suele ser tan bueno que, una vez se interese y conozca de este, será incapaz de evitarlo. No he conocido persona que escuche el sufrimiento ajeno y lo olvide. Lo único que falta es creernos capaces de actuar.
Por algo es que nos referimos como “Humanidad” al hacer el bien por otros, el sentir su dolor y tener compasión. Ese es el principio del bien y el final del mal, algo en nuestro interior.
Entre el bien y el mal
“Tú verás que los males de los hombres son fruto de su elección; y que la fuente del bien la buscan lejos, cuando la llevan dentro de su corazón”.
Pitágoras.
¿Qué habría hecho Hitler si hubiera nacido judío? ¿Jesús haría lo mismo si fuera hijo de Herodes? Son algunas de las cuestiones que algunos hacemos, y de las que nunca tendremos una respuesta certera. De todas formas, hay algunos que ofuscados afirman que todo sería igual, y otros que buscan cientos de vueltas y dicen que todo depende.
Aquí va mi pregunta: ¿Tú qué harías si vivieras lo mismo que Hitler? ¿Qué harías si vivieras lo mismo que Jesús? ¿Y si vivieras lo opuesto a ellos?
Mi respuesta: Seguramente haría lo mismo o diferente a ellos. Seguramente haría lo contrario o similar que ellos. Siempre, desde su concepción, el ser humano se limitó a ser y hacer lo que el contexto en el que nació le permitió, solo se deja llevar por la corriente. Pocos fueron los que se permitieron superar esa barrera y ser un paso más allá de lo que todos esperaban que fueran; algunos llaman a eso alcanzar la iluminación o, en otras palabras, ser un Buda. Algo que sucede al luchar por las convicciones propias, e incluso convertirse en un mártir.
Pero la mayoría estamos en el medio del camino, siendo presas de la rutina y del deber. Para algunos, su mayor pecado ha sido una mentira y su mayor bien dar un poco de dinero a un indigente.
Muchos no llegamos a conocer el verdadero mal, sufrimos por nimiedades. Tampoco conocemos el verdadero bien, pues también nos alegramos por nimiedades. Desconocemos lo que puede ofrecer este planeta, lo que podemos ofrecernos. Y así es como tenemos una vida nimia, que no se inclina a algún lado de la balanza del bien y del mal, solo es y será una completa nada. Una existencia con miles de pensamientos e intenciones, pero cero actos valederos.
Eso es lo que hay entre ambos extremos, una indecisión sobre una cuestión que probablemente ni se le dé importancia. Un humano que puede dar el paso para hacer un bien o un mal, pero que no piensa ni quiere darlo.
En pocas palabras, un estancamiento.
Una vida que será olvidada, por no ser lo que pudo ser.
La peor decisión es no decidir. Ser alguien que no desea el bien y el mal, es ser insentimental, no tener principios ni aprendizajes durante la vida. Similar a una roca firme en el océano, estática. Pero todos tenemos una inclinación, por más encubierta que esté.
Ya hablé decenas de párrafos sobre humanos que tomaron la decisión de seguir el mal y el bien, sobre la consecuencia de estos y el cómo los recordamos en la actualidad. Ahora llega el tiempo de hablar, no sobre sino, para los que aún no decidieron, los que viven en estos días, y que espero que lean este texto.
La mayoría de las veces no hay decisión correcta, no hay caminos aceptados ni rechazados por todos. Nadie sabe la respuesta, solo uno, en su interior, sabe si está haciendo el bien y el mal. O, como alternativa, puede comparar sus futuros actos con los que alguien realizó antes y ver las posibles consecuencias venideras.
Hitler estaba seguro de que hizo el bien, Jesús también. Irónicamente, algunos dicen que ambos hicieron el mal. Vivimos en una relatividad, un mundo que difiere según quién lo mire.
En ese caso, ¿tú qué harás? ¿Qué es tu bien? ¿Qué es tu mal?
Conclusión: Mi pensamiento
“La gente buena, si se piensa un poco en ello, ha sido siempre gente alegre”.
Ernest Hemingway.
Nuestra sociedad suele catalogar ciertos comportamientos como buenos o malos, para eso ponen leyes o simples reglas morales. Todos sabemos que robar es malo, asesinar abominable. Detener a los actores de esos delitos es un bien plausible y honorable.
En mis pocos años de vida, he visto distintos comportamientos en base al bien y al mal, que cambiaban sus puestos según quién los hiciera y sus razones. No todos disfrutan mentir, pero todos mienten si es necesario por el bien superior.
En la historia podemos ver a los inquisidores, que se movían según su propia visión del bien, incluso distorsionando las leyes en las que se basaban sus creencias, en ese entonces asesinaron cientos de inocentes bajo juicios supersticiosos y eran la imagen del bien divino. Por otro lado, tenemos a unos monarcas que invadieron pueblos pequeños, matando indiscriminadamente unas pocas personas, pero se considera un acto salvaje y cruel, a pesar de causar un daño menor.
El veredicto dependerá de las razones, no del acto. Mientras la causa sea noble, cualquier movimiento será aceptado. Pero, si es por razones egoístas, caerá a manos del juicio humano.
Por ende, llegué a la conclusión de que, como una raza inteligente y libre, siempre seremos consecuencialistas. La norma es una cosa, el deseo propio es otra.
Durante este ensayo hablé de la perspectiva general del tema, pero en verdad, para nosotros siempre depende del fin que el acto sea bueno o malo, y para los ojos ajenos del efecto causado. Por defecto humano, no conoceremos el camino al que llegaremos con nuestras decisiones, pero estamos obligados a avanzar, pues el tiempo es lo único que nunca se detiene.
Como seres con libre albedrío nos encontramos con tres decisiones: hacer el bien, el mal o nada. Paradójicamente, nuestro bien será el mal de nuestros contrarios, nuestro mal el bien de ellos, y la nada será con exactitud lo mismo, nada. Estoy seguro de que, fuera de la nada, cualquier decisión tomada será igual de correcta o incorrecta dependiendo de los grupos; solo hay que moverse, todo depende de lograr la meta buscada.
Pero la nada es una parte importante del proceso. Es el tiempo de aprendizaje.
Mi bien, como lo llamo, vino luego de estar años estancado en la nada, analizando el mundo y llegando a una conclusión desde mis perspectivas y experiencias, lo que puedo hacer por mí y por él. Por eso creo que ese es el método eficaz para decidir cómo continuar el rumbo de nuestras vidas. Aprende en el punto medio, luego inclina la balanza.
¿Bien, mal o nada? ¿Qué es bien? ¿Qué es mal? Fuera de la norma, no lo sabremos. Por eso, primero hay que detenerse, ver al mundo y lo que deseamos hacer por él, con él. Conocer su historia, repudiar ciertas cosas y agradecer por otras.
Los humanos tenemos la capacidad de avanzar mientras nos ayudamos, nos destruimos o nos mantenemos a la expectativa y vivimos por cada uno a nuestra manera.
Así que, ¿cuál es la decisión que tú tomarás? ║