Sobre el fenómeno de los trabajos de mierda: una proclama laboral

x David Graeber [1]

Podés ver la edición inglesa en https://strikemag.org/bullshit-jobs/ . El texto fue impreso en el número 3, verano de 2013 (agosto) en la revista Strike! Magazine (Revista ¡Ataque!). Es un adelanto del libro recientemente publicado del mismo autor Bullshit Jobs, a theory, (Trabajos de mierda, una teoría) Simon & Schuster, Nueva York, mayo de  2018.

La traducción del ensayo es del editor de librevista.

Ilustración de John Riordan

En 1930, John Maynard Keynes predijo que para finales de siglo la tecnología habría avanzado lo suficiente como para que países como Gran Bretaña o Estados Unidos hubieran logrado una semana laboral de quince horas. Hay muchos argumentos para creer que él tenía razón. En términos tecnológicos, hoy somos capaces de esto. Y, sin embargo, no sucedió. En cambio, la tecnología fue en todo caso acomodada, encontrando maneras para hacer que todos trabajemos más. Para lograr esto, hubo de crearse puestos de trabajo que, efectivamente, no tienen sentido. Enormes cantidades de personas, en particular en Europa y América del Norte, pasan toda su vida laboral realizando tareas que secretamente ellas mismas creen que no necesitan realizarse. El daño moral y espiritual que trae esta situación es profundo. Es una cicatriz en nuestra alma colectiva. Sin embargo, prácticamente nadie habla de ello.

¿Por qué la utopía prometida por Keynes, que ya se esperaba con impaciencia en los años 60, nunca se materializó? La explicación  más común que se ofrece hoy es que él no reparó en el aumento masivo del consumismo. Dada la opción entre menos horas y más juguetes y placeres, habríamos elegido colectivamente estos últimos. Esto es un bonito cuento moral, pero sólo un poco de reflexión muestra que realmente no puede ser correcto. Sí, hemos sido testigos de la creación de una variedad infinita de nuevos empleos desde los años 20, pero muy pocos tienen algo que ver con la producción y distribución de placeres como el sushi, los iPhones o championes de lujo.

Entonces, ¿cuáles son estos nuevos empleos, precisamente? Un informe reciente que compara el empleo en los EE.UU. entre 1910 y 2000 nos da una imagen clara (y observo que una de ellas con bastante exactitud se aplica al Reino Unido): a lo largo del último siglo, la cantidad de trabajadores empleados en la industria y en el sector agrícola se ha derrumbado dramáticamente. Al mismo tiempo, los trabajadores “profesionales, gerenciales, oficinistas, de ventas y de servicios” se triplicaron y crecieron “de un cuarto a tres cuartos del empleo total”. En otras palabras, los empleos productivos, tal como se predijo, se han automatizado en gran medida  (incluso si incluimos a los trabajadores industriales en todo el mundo, y a las masas trabajadoras de India y China, tales trabajadores no son un porcentaje tan grande de la población mundial como solían ser).

Pero, en lugar de permitir una reducción masiva de las horas de trabajo y así dejar libre a la población del mundo para perseguir sus propios proyectos, placeres, visiones e ideas, hemos visto el aumento de la capacidad del sector de "servicios" y del sector administrativo, incluyendo además la creación de empleos completamente nuevos como servicios financieros o telemarketing, o la expansión sin precedentes de sectores como el derecho corporativo, administración académica y de salud, recursos humanos y relaciones públicas. Y estos números ni siquiera reflejan a todas aquellas personas cuyo trabajo es proporcionar apoyo administrativo, técnico o de seguridad para estas nuevas ocupaciones, ni a toda la multitud de servicios auxiliares (lavadores de perros, reparto de pizza veinticuatro horas) que solo existen porque todos los demás pasan gran parte de su tiempo trabajando en esos nuevos trabajos.

Estos son los que propongo denominar "trabajos de mierda" (bullshit jobs).

Es como si alguien estuviera creando trabajos sin sentido solo por mantenernos a todos trabajando. Y aquí, precisamente, radica el misterio. En el capitalismo, esto es precisamente lo que no se supone que suceda. Claro, en los antiguos estados socialistas ineficientes como la Unión Soviética, donde el empleo se consideraba un derecho y un deber sagrado, el sistema inventó tantos trabajos como se debía (por eso, en los grandes almacenes soviéticos se necesitaban tres empleados para vender un trozo de carne). Pero, por supuesto, este es el tipo de problema que la competencia del mercado debería solucionar. Según la teoría económica, al menos, lo último que va a hacer una empresa con fines de lucro es desembolsar dinero para contratar trabajadores que realmente no necesita emplear. Aun así, de alguna manera, sucede.
Si bien las corporaciones pueden decidir una reducción de personal despiadada, los despidos invariablemente recaen en esa clase de personas que realmente están haciendo, moviendo, arreglando y manteniendo las cosas; a través de alguna extraña alquimia que nadie puede explicar, la cantidad de asalariados movedores de papel parece aumentar, y cada vez más empleados se encuentran, a diferencia de los trabajadores soviéticos, trabajando cuarenta e incluso cincuenta horas por semana con papel, pero trabajando efectivamente quince horas tal como lo predijo Keynes, ya que el resto de su tiempo lo pasan organizando o asistiendo a seminarios motivacionales, actualizando sus perfiles de facebook o descargando paquetes de películas para su TV.

La respuesta claramente no es económica: es moral y política. La clase gobernante ha descubierto que una población feliz y productiva con tiempo libre en sus manos es un peligro mortal (pensá en lo que comenzó a suceder cuando esto apenas se aproximó en los años 60). Y, por otro lado, la sensación de que trabajar es un valor moral en sí mismo, y que cualquier persona que no esté dispuesta a someterse a algún tipo de disciplina laboral intensa durante la mayor parte de su tiempo no merece nada, es extraordinariamente conveniente para ellos.

Una vez, al contemplar el crecimiento aparentemente interminable de responsabilidades administrativas en los departamentos académicos británicos, se me ocurrió una posible visión del infierno. Ese infierno sería un conjunto de individuos que pasan la mayor parte del tiempo trabajando en una tarea que no les gusta y en la que no son especialmente buenos. Por ejemplo, digamos que fueron contratados porque eran excelentes carpinteros (académicos, ed.) y luego descubren que se espera de ellos que pasen gran parte de su tiempo friendo pescado (las responsabilidades administrativas, ed.). Tampoco terminan realizando una tarea necesaria: solo hay una cantidad muy limitada de pescado que debe ser frito. Durante el proceso, todos se obsesionan con resentimiento al pensar que algunos de sus compañeros de trabajo podrían estar más tiempo que ellos fabricando muebles de madera, y no haciendo su parte justa de las responsabilidades de freír pescado. Al final, más temprano que tarde hay montones descartables de pescado frito mal hecho por todo el establecimiento y eso es todo lo que realmente se hace.
Creo que esta es en realidad una descripción bastante precisa de la dinámica moral de nuestra propia economía.

Ahora, me doy cuenta de que argumentos de este tipo encontrarán objeciones inmediatas: “¿quién es Usted para decir qué trabajos son realmente ‘necesarios’? ¿Qué es necesario de todos modos? Eres un profesor de antropología, ¿cuál es la ‘necesidad’ de eso?” (Y, de hecho, muchos lectores de tabloides (prensa sensacionalista conservadora, ed.) entenderían mi trabajo de antropólogo como la mejor definición de gasto social inútil). Y en un nivel, esto es obviamente cierto. No puede haber una medida objetiva del valor social.
No me atrevería a decirle a alguien que está convencido de que está haciendo una contribución significativa al mundo que, en realidad, no lo está. Pero ¿qué pasa con aquellas personas que están convencidas de que sus trabajos no tienen sentido? No hace mucho volví a contactarme con un amigo de la escuela que no había visto desde que tenía doce años. Me sorprendió descubrir que, entretanto, se había convertido primero en poeta, luego en el líder (front man) de una banda de rock indie. Escuché algunas de sus canciones en la radio sin tener idea de que el cantante era alguien que realmente conocía. Obviamente, era brillante, innovador y su trabajo había ganado brillantez y mejorado la vida de las personas en todo el mundo. Sin embargo, después de un par de álbumes fallidos, perdió su contrato, y plagado de deudas y una hija recién nacida, terminó, como me dijo, "tomando la elección por defecto de tanta gente sin sentido: la escuela de leyes". Ahora es un abogado corporativo que trabaja en una importante firma de Nueva York. Fue el primero en admitir que su trabajo no tenía ningún significado, que no contribuía nada al mundo y que, en su opinión, ese trabajo no debería existir realmente.

A partir de aquí, hay muchas preguntas que se pueden hacer.
¿Qué dice de nuestra sociedad que parece generar una demanda extremadamente limitada de músicos-poetas con talento, pero una demanda aparentemente infinita de especialistas en derecho corporativo?
(Respuesta: si el uno por ciento de la población controla la mayor parte de la riqueza disponible, lo que llamamos “el mercado” refleja lo que piensa ese uno por ciento sobre qué es útil o importante, y no lo que piensa el resto).
Más que eso, muestra que la mayoría de las personas en estos puestos de trabajo son en última instancia, conscientes de esa demanda infinita y su inutilidad. De hecho, no creo haber conocido a un abogado corporativo que no pensara que su trabajo fuera una mierda. Lo mismo ocurre con casi todas las nuevas tareas descritas anteriormente. Hay toda una clase de profesionales asalariados que, si se reúnen contigo en una fiesta y admiten que hacés algo que podría considerarse interesante (un antropólogo, por ejemplo), querrán evitar hablar de su propio trabajo por completo. Alcanzará con darles un poco de alcohol y se burlarán de su trabajo inútil y estúpido.

Hay aquí una violencia psicológica profunda. ¿Cómo se puede comenzar a hablar de dignidad en el trabajo cuando uno siente en secreto que su trabajo no debería existir? ¿Cómo puede evitarse una sensación de profunda rabia y resentimiento? Sin embargo, es por el peculiar ingenio de nuestra sociedad el que sus gobernantes hayan descubierto una manera, como en el caso de los freidores de pescado, para garantizar que la ira se dirija precisamente contra aquellos que realmente logran realizar un trabajo significativo.
Por ejemplo: en nuestra sociedad, parece existir una regla general que, cuanto más obviamente el trabajo de una persona beneficia a otras personas, es probable que se pague menos por ello. Una vez más, una medida objetiva es difícil de encontrar, pero una manera fácil de tener una idea es preguntar: ¿qué pasaría si toda esta clase de personas simplemente desapareciera? Decí lo que quieras sobre las enfermeras, recolectores de basura o mecánicos, pero es obvio que si desaparecieran en una nube de humo, los resultados serían inmediatos y catastróficos. Un mundo sin maestros o trabajadores portuarios pronto estaría en problemas, e incluso uno sin escritores de ciencia ficción o músicos de ska sería claramente un lugar peor. No está del todo claro cómo sufriría la humanidad si todos los CEOs (gerentes o directores, ed.) de capital privado, lobbistas, investigadores de relaciones públicas, actuarios, vendedores por telemarketing, agentes judiciales o asesores legales desaparecieran de manera similar. (Muchos sospechan que podría mejorar notablemente). Sin embargo, aparte de un puñado de excepciones bien promocionadas (como los médicos), la regla de las bajas retribuciones se sostiene sorprendentemente.

Aún más perverso, parece haber un amplio consenso de que así es como deberían ser las cosas. Esta es una de las fortalezas secretas del populismo de derecha. Podés verlo cuando los diarios sensacionalistas provocan resentimiento contra los trabajadores del metro por paralizar a Londres durante las disputas contractuales: el hecho de que los trabajadores del metro puedan paralizar a Londres muestra que su trabajo es realmente necesario, pero esto parece ser precisamente lo que molesta a la gente. Es aún más claro en los EE.UU., donde los republicanos han tenido un éxito notable movilizando el resentimiento contra los maestros de escuela o los trabajadores automotrices por sus salarios y beneficios supuestamente inflados (y no, significativamente, contra los administradores escolares o los gestores de la industria automotriz que realmente causan los problemas). Es como si les dijeran: “¡pero podés enseñar a los niños! ¡O fabricar autos! ¡Tenés la oportunidad de tener trabajos reales! Y encima tenés el descaro de reclamar también pensiones de clase media y seguro de salud”.

Si alguien hubiera diseñado un régimen de trabajo perfectamente adecuado para mantener el poder del capital financiero, no podrían haberlo hecho mejor. Los trabajadores reales y productivos son exprimidos y explotados implacablemente.
El resto se divide entre un estrato aterrorizado de desempleados menospreciados universalmente, y un estrato más amplio al que básicamente se le paga por no hacer nada, en posiciones diseñadas para que se identifiquen con las perspectivas y sensibilidades de la clase gobernante (gerentes, administradores, etc.) y, en particular, con sus avatares financieros, pero, al mismo tiempo, se fogonea un resentimiento persistente contra cualquier persona cuyo trabajo tenga un valor social claro e innegable.

Claramente, el sistema nunca fue diseñado conscientemente. Surgió de casi un siglo de prueba y error. Pero es la única explicación de por qué, a pesar de nuestras capacidades tecnológicas, todos no trabajamos solo entre tres y cuatro horas diarias. ║


[1] David Graeber es un antropólogo y activista anarquista estadounidense. Obtuvo su doctorado por la Universidad de Chicago en 1996 y desde el 15 de junio de 2007 es profesor en el departamento de antropología en el Goldsmiths College, Universidad de Londres. Anteriormente había sido profesor de antropología en la Universidad de Yale, aunque Yale se negó a renovarle el contrato, lo que causó polémica, y concluyó en junio de 2007. Graeber tiene una historia de activismo político y social incluyendo su papel en las protestas contra el Foro Económico Mundial en la ciudad de Nueva York (2002). Es miembro de la organización sindical Trabajadores Industriales del Mundo y líder del movimiento Occupy Wall Street (es.wikipedia)

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